El abrigo del Presidente
En la que se supone es su casa, el palacio presidencial, el lugar donde pasa más horas del día y debe estar libre y cómodo, se mantiene forrado con el abrigo negro, el mismo con que visita La Legua, va a Arica y aparece en acciones publicitarias y comunicacionales.
Boric recibió a Julio César y Monserrat en La Moneda, en el contexto de un matinal (¡un matinal!), para informar a los suyos y a los demás de que el Rechazo es posible. Pero advirtió que es más largo, lento y latero, porque habría que repetirse el plato de una Convención Constituyente.
Algo, sin duda, pesadillesco para la mayoría.
La declaración cayó como una bomba de racimo, entre unos y otros. Los analistas sostienen que la idea se le ocurrió a Giorgio, su escudero. Un tipo al que acusan de seco y poco carismático. Otros afirman que el presidente se salió de libreto, que -como suele sucederle-. Que lo traicionó el inconsciente y dijo lo que piensa. Que el Rechazo es tan legítimo y democrático como el Apruebo.
El presidente parece dedicado a demostrarnos que las personas cambian, que las afirmaciones cambian y se convierten en negaciones y las negaciones en afirmaciones y así, según indique el pragmatismo, propio de la política.
Todo esto lo dice enfundado en su prenda invernal característica: un largo abrigo de paño negro, que no se saca ni para estar dentro de su oficina presidencial en La Moneda, tal como pudimos apreciar en la entrevista donde se le cayó el casete, usando una expresión old fashion, o simplemente le hizo caso a Giorgio.
En la que se supone es su casa, el palacio presidencial, el lugar donde pasa más horas del día y debe estar libre y cómodo, se mantiene forrado con el abrigo negro, el mismo con que visita La Legua, va a Arica y aparece en acciones publicitarias y comunicacionales. ¿Mensaje subliminal de austeridad para hacer ver que en La Moneda ahorran en calefacción? ¿Parapeto calentito para momentos de baja popularidad? ¿Recurso para ocultar el sobrepeso?
Otro pregunta que surge es si tendrá uno, dos o tres abrigos de paño negro. Porque con tanto uso, las ropas empiezan a parecer ajadas, deslucidas, y eso no es bueno para la imagen presidencial.
Salvador Allende, figura a la cual Boric admira y, a ratos, intenta imitar, era un tipo trapero. Lo pelaban por eso. Antes de que “la izquierda exquisita” o “la izquierda whiskera” se legitimara en el mundo, un revolucionario bien vestido era mal visto. Resultaba contradictorio con su ideología. Con sus ideales de igualdad y equidad, tan literal y siniestramente expresados en el look de Mao. Hoy, en cambio, la izquierda tiene una relación menos dicotómica con el vestuario. Y cada uno impone su estilo y hace lo que quiere.
El “Espejo de Marx” es un libro que ya tiene una década, pero que no ha perdido frescura. En él Patrycia Centeno, periodista española, especialista en asesoría estética, tanto política como corporativa, repasa los ropajes de la izquierda en el mundo. Y recuerda una elocuente frase de Allende: “Después de todo, el camino hacia la revolución precisa de luchadores conscientes, no mal vestidos”.
Boric le hace empeño de estar a la altura de su maestro, Salvador, famoso por la calidad de sus corbatas y el imperdible pañuelo de bolsillo al juego, pero al mismo tiempo se revela frente a su “padre” político y desde sus inicios parlamentarios resuelve imponer el dress code “sin corbata”, incluso para ocasiones solemnes, como asunciones del mando y afines. Acá sigue el ejemplo de otro de sus viejos admirables, José Mujica, quien dijo: “La corbata es un trapo miserable que se transformó en coquetería masculina, y andamos ahí con esa servilleta bien incómoda”.
¿Qué simbolismos encierra el abrigo de paño negro de Boric?
La Pasionaria sostenía que el negro es el color de la clase modesta. No es el caso de Boric. Por ahí no va la cosa. Más podría tener que ver con que el presidente, aficionado a la trivia y a la cultura pop, ame la mente desquiciada y lasciva de Patrick Bateman (Christian Bale) en la película “American Psycho”, que aún raya a tantos con sus looks dark, donde el abrigo de paño XXL del protagonista es prenda esencial. O quizás lo sacó de “Matrix”, donde Keenu Reeves se enfunda en un largo abrigo de cuero, material mucho más ad hoc a los espigados, que él trocó en tela gruesa, más afín con su físico esponjoso. O de la serie “Peaky Blinders”, oda a la prenda aludida, aunque complementada con boina inglesa, cuestión que no le va a la cabeza presidencial. O, a lo mejor supone, que lo hace ver clásico pero al mismo tiempo moderno.
Desde el punto de vista meramente estético, el abrigo de paño negro es mejor para el presidente que una parka tipo Michelin de pluma (no hay peor que la sin mangas que usa Jadue mañana, tarde y noche); que un poncho tipo Quilapayún (no hay que exagerar la pluriculturalidad); que cualquier chaqueta oudoor de marca, de esas que valen su peso en oro, porque lo que sí le hace un flaco favor estético y ético a los presidentes de izquierda es “la sofisticación marquista que no pega ni junta con el discurso”.
Como bien escribe Patrycia Centeno a propósito de la argentina Cristina Fernández, hoy viceptresidenta: “Muchos socialistas siguen considerando que el lujo es un sinónimo de marcas caras. Este pseudolujo, esta obsesión por el exceso, practicado por la ex mandataria argentina es propio del nuevo rico ya que manifiesta un deseo indebido de alcanzar e impresionar las sensibilidades no educadas. El lujo hoy, tanto en moda como en belleza, es la exclusividad de una pieza única, artesanal y sostenible. Y con ese lujo honesto es con el que puede y debe reconciliarse la izquierda”. El abrigo negro, ojalá del abuelo.
También pela al inefable Nicolás Maduro: “Hay que fijarse en el Tissot que luce en su muñeca o en sus calcetines con la banderita americana de Tommy Hilfiger”.
En fin, trataré de que la experta me dé una entrevista para entender a cabalidad qué esconde el intrigante abrigo negro de paño del Presidente. Por ahora, se aceptan teorías.