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27 de Marzo de 2023

El monstruoso problema narco

Las medidas tomadas por algunos alcaldes, como la destrucción de “narco-casas” (Carter) o las “mejoras de iluminación, recuperación de espacios públicos y cámaras vecinales ”(Leitao) son mera publicidad política.

Por Tomás Szasz
a despenalización de la marihuana, la “droga liviana”, trajo cierto alivio en Uruguay al quitarle beneficio a sus distribuidores clandestinos. Pero es solo una aspirina contra el cáncer (aunque todo ayuda un poco…). AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Chile sufre cada vez más el azote del narcotráfico creciente, del poder de las bandas organizadas que con total tranquilidad se apoderan de territorios, barrios y comunas, montan ejércitos armados hasta los dientes y tecnología avanzada, cuentan con la insuperable inteligencia que les proporciona la misma calle y sus consumidores, financian la subversión, corrompen autoridades para facilitar la entrada de más esbirros desde el exterior, transformándose así en una plaga, causante hoy es la preocupación lejos principal de la inmensa mayoría de chilenas y chilenos: la falta de seguridad. Todo el esfuerzo – insuficiente – contra el narco debilita las líneas de las fuerzas de orden, facilitando un salto nunca visto en otros tipos de crímenes que ya hacen peligroso circular en la calles de muchos barrios.

El narco no tiene ideologías políticas, no es ni de derecha, ni de izquierda; es un cáncer que vive de las y los millones de consumidores que compran sus malditos productos, ya sea por diversión, por creer aumentar su eficiencia o escaparse mentalmente de sus problemas hasta hacerse droga-dependientes incurables. El narco es la cúpula del crimen organizado y el principal problema de las fuerzas de seguridad de muchos países, entre ellos a casi todos de nuestro continente.

El narco crece exponencialmente en Chile, alimentando sus filas con la incorporación de sus propios descendientes, de muchos consumidores pobres que pagan su droga con servicios, con la inmensa ola de inmigrantes ilegales cuyo más fácil y mejor oportunidad de trabajo es meterse en sus filas; en las que solo rige la ley del hampa, en las que están protegidos hasta que son fieles, en las que no solo sobreviven bien sino socializan con sus pares sin faltarles nada.

El riesgo es ínfimo comparado con la recompensa. Las ganancias de las cúpulas de los distintos estratos del narco: cultivo, transporte, elaboración y distribución crean beneficios que son múltiples a los mejores negocios del mundo y el conjunto de capital que mueven debe ser comparable con la del petróleo o de armamento bélico en el mundo. Sus ejércitos, incluyendo hasta el modesto distribuidor callejero, deben ser semejantes a los de los mayores países. Corrompen y hasta arruinan las economías de países como México o Bolivia, para hablar solo de Latinoamérica. Influyen en el valor mundial del dólar y el euro, siendo parte de las causas de inflación, hasta en los países dependientes de estas divisas.

Entender, contemplar, estudiar este fenómeno no puede sino dar escalofríos. Es una clase de apocalipsis mundial, como el calentamiento global o el Covid. Que en Santiago haya cuatro alcaldes/as con amenazadas de muerte que necesitan una – evidentemente insuficiente – protección policial para sí y sus familias, demuestra sobradamente la aterradora e inmunda fuerza que adquirió el narco en Chile.

Nuestro país hoy está metido hasta la cintura en sus redes. Las policías uniformadas y civiles se ven obligados a replegarse en sus territorios, pues no tienen ni la fuerza, ni la preparación para emprender una guerra en ellos sin una previsible derrota. Las medidas tomadas por algunos alcaldes, como la destrucción de “narco-casas” (Carter) o las “mejoras de iluminación, recuperación de espacios públicos y cámaras vecinales ”(Leitao) son mera publicidad política, con efectos como lanzar una piedra en una guerra nuclear.

Como dije innumerables veces: la única manera de por lo menos para controlar, frenar el crecimiento y paulatinamente debilitar la fuerza del narco, es una fuerza represora especial, entrenada rigurosamente, armada con la última tecnología e inteligencia, con poderes especiales en su lucha contra ese enemigo número uno de nuestra seguridad y crecimiento. La despenalización de la marihuana, la “droga liviana”, trajo cierto alivio en Uruguay al quitarle beneficio a sus distribuidores clandestinos. Pero es solo una aspirina contra el cáncer (aunque todo ayuda un poco…).

Nuestro altisonante, omnipresente, imprevisible y versátil Presidente Boric tiene la obligación cumplir con lo que prometió y darle suma, prioritaria importancia a esto antes que a las estériles luchas internas de su conglomerado y tomar el toro por sus astas de una buena vez. Aunque hizo hincapié correctamente en la Cumbre de la necesidad de cooperar en el control de migración continental, esa es solo intención y no encuentra por el momento mucha resonancia vecinal. Debe dedicarse a luchar de lo que hoy ya está aquí: de lo cotidiano. Mientras más tarde lo hace, más seguirá el narco creciendo y el país, además de empobrecerse, corrompiéndose más.

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