Los edificios que construimos, el calor que generamos
El calor extremo en las ciudades puede tener consecuencias serias en la salud de la población, desde deshidratación hasta golpes por calor, que pueden desencadenar accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos potencialmente mortales.

Enero de 2025 fue el más cálido jamás registrado en el planeta y también el segundo más caluroso en Santiago. Febrero tampoco se quedó atrás, con temperaturas que rondaron los 40° y que obligaron al gobierno a decretar alerta roja. Cómo resistir y cómo adaptarse son preguntas que vuelven a repetirse cuando ocurren estos fenómenos. El calor extremo en las ciudades puede tener consecuencias serias en la salud de la población, desde deshidratación hasta golpes por calor, que pueden desencadenar accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos potencialmente mortales. Año tras año, vemos cómo las olas de calor aumentan como consecuencia del calentamiento global, sin embargo, esta nueva realidad no es solo meteorológica. Las ciudades no son únicamente testigos o actores inocentes, sino que su diseño impacta directamente en esta problemática y en el bienestar humano.
Hace décadas que conocemos el efecto isla de calor que afecta a las ciudades, definido como el aumento notable de temperatura que se registra en ellas en comparación a los terrenos naturales a sus alrededores. Sabemos también que estas islas se manifiestan con distinta intensidad y presentan amplia variación a lo largo del día en diferentes áreas de la ciudad. En Santiago se concentran en la zona norponiente de la ciudad, lo que tiene directa relación con la falta de vegetación urbana. Esta relación, indudablemente, hace pensar que la respuesta más efectiva a eventos de calor extremo es la inclusión de más vegetación, para reducir las temperaturas mediante procesos de evapotranspiración, lo que se suma a la sombra que ofrece el arbolado urbano.
No obstante, en climas semiáridos como Santiago, esta aspiración por contar con suficiente vegetación se contrapone a desafíos relevantes de nuestra realidad local. Por un lado, la crisis hídrica establece el agua como un bien escaso que hay que cuidar, con lo que se exige eficiencia en el uso del agua potable. Por otro lado, el mantenimiento de áreas verdes requiere una inversión y responsabilidad no menor, que se cruza con la falta de recursos en las zonas que presentan mayor vulnerabilidad climática. Finalmente, existe también el problema evidente de la falta de espacio, especialmente en zonas urbanas consolidadas, lo que dificulta fomentar proyectos de arbolado urbano y cobertura vegetal.
Entonces, ¿qué otras opciones tenemos además de impulsar la aplicación de vegetación urbana en zonas que lo permitan? Pues podemos revisar la manera en que construimos nuestros edificios, buscando potenciar impactos positivos locales mediante estrategias de diseño simples, aplicables tanto a nuevas construcciones como a edificios existentes.
Investigaciones al respecto, en el contexto de Santiago, han logrado estimar una reducción de temperaturas máximas de hasta 3° grados en promedio al comparar muros expuestos directamente al sol, con muros cuya geometría genera un efecto de autosombra. De igual forma, los materiales que utilizamos en nuestros edificios deberían responder a requerimientos de confort dinámicos durante el día: materiales de baja inercia térmica, como el vidrio, aumentan drásticamente de temperatura al recibir radiación solar —funcionando como un radiador—, pero se enfrían más rápidamente que materiales de alta inercia como el ladrillo y el hormigón. Estos últimos exhiben menores temperaturas durante la mañana, pero van calentándose con el paso de las horas para finalmente liberar el calor acumulado durante la noche, lo que genera un aumento de las temperaturas nocturnas de la ciudad. Especial atención debería ponerse también en los reflejos de los edificios, que buscando escudarse de la radiación del sol, terminan conduciendo ese calor al pavimento. En este ámbito la geometría de los edificios, así como también el uso de revestimientos especializados podría aportar.
En el contexto nacional, hemos visto avances importantes para mejorar los estándares de las construcciones, como la actualización de la normativa térmica y la obligatoriedad del etiquetado energético en proyectos residenciales inmobiliarios a contar de este año. Sin embargo, ya es hora de incorporar en el debate el efecto que tienen los edificios en el espacio público, de manera que no solo diseñemos mejores edificios, sino que también disfrutemos mejores ciudades.