
Cuando Trump y su vicepresidente acorralaron y agredieron a Zelensky en el salón oval el mundo quedó en shock, por el contenido, por la puesta en escena y porque aprendimos en un par de minutos hasta dónde se puede llegar cuando se ignoran los límites de la razón y los vilipendiados modales.
El presidente ucraniano salió aturdido y su liderazgo hecho polvo. Se sucedieron de urgencia una cumbre europea para ver cómo parar la hemorragia y múltiples opiniones expertas de cómo tratar al bueno de Donald para que “perdonara” a Zelensky. Hubo consenso: había que reparar su ego, porque nadie sale ganando cuando se le contradice. Dicho y hecho, el ucraniano al poco andar debió supeditar su dignidad al bien superior de la paz, y se puso al servicio y alabó el “fuerte liderazgo” de su colega estadounidense. De su agresor.
La lección quedó aprendida: con Trump, antes que nada, las cosas pasan por su voluntad y carácter. Por sus vísceras. Y hasta aquí, nadie parece atreverse a decirle al rey que anda desnudo.
La política arancelaria de Donald Trump es un reflejo de su estilo de liderazgo impulsivo, personalista y poco atento a análisis técnicos. Al imponer tarifas como castigos morales más que como herramientas económicas, optó por corregir un supuesto “desequilibrio comercial” utilizando una fórmula difícil de explicar: Δτ_i = (x_i – m_i) / (ε * φ * m_i. Se traduce en el déficit comercial dividido por las importaciones de cada país, y eso multiplicado por 100. El problema no es necesariamente numérico sino conceptual. Y muy anticuado, porque se centra únicamente en el equilibrio comercial de bienes físicos entre países, ignorando los servicios, que son fundamentales en la economía moderna y en los cuales Estados Unidos destaca, exportando tecnología, propiedad intelectual y servicios financieros. Más que quintales de trigo o barras de acero.
Pero además surgen sospechas, como la exclusión de países como Rusia y Bielorrusia de las nuevas tarifas. La Casa Blanca argumentó que, debido a las sanciones existentes, el comercio con estas naciones es insignificante. Esta omisión levanta dudas sobre posibles motivaciones ocultas o intereses personales en las decisiones comerciales.
Es plausible que los anuncios iniciales de aranceles extremos sean una táctica de negociación destinada a alcanzar acuerdos más moderados y ventajosos, pero es imposible obviar las consecuencias. JPMorgan, Chase y Goldman Sachs, han elevado la probabilidad de una recesión en Estados Unidos al 60% debido a estas políticas.
De crisis y recesiones el mundo sabe, pero en general son el resultado de la explosión de burbujas especulativas, regulaciones deficientes o crisis sanitarias globales, no de la obsesión de un solo individuo. Las decisiones unilaterales y arbitrarias de Trump podrían sumir a la economía mundial en una crisis perfectamente evitable.
Tan lejos ha llegado Trump en tan poco tiempo, que lo que queda ahora es saber si el mundo y sus instituciones son lo suficientemente fuertes como para imponerse al amplio catálogo de delirios que ha planteado.