
Varios escritores y académicos mundiales ya han señalado cuál será el desafío de los gobernantes del futuro: darse cuenta. ¿De qué? De algo que ha sido históricamente dejado al periodismo, siendo que esta profesión -por cómo históricamente se ha enseñado- no puede asumir el tema y menos resolver los problemas que éste presenta. Dígámoslo de una: toda noticia tiene un proceso previo de construcción. Pero la enseñanza histórica del periodismo -y de la política- ha sido dejar que la noticia reviente, y después investigar hacia atrás, para ver cómo esa noticia se formó. Para cuando, entrevistas van e investigaciones vienen, se llega a determinar cómo se produjo el evento noticioso ya no se puede hacer nada al respecto. Sólo contarlo.
Hubo 18 memorandums de la Agencia de Aviación de EEUU, desde 1994, solicitando en las aduanas que se revisaran más diligentemente a quienes tenían pasaportes del Medio Oriente, y esas aduanas no cambiaron su modus operandi, hasta que el 11 de septiembre de 2001 se produjo el ataque a las Torres Gemelas. Lo mismo pasa en el barrio. La pareja del departamento del lado otra vez a gritos y ruidos de losa rompiéndose, y como pasa a menudo, nadie se mete en casa ajena, hasta que llega la ambulancia a buscar el cadáver.
Estar atentos a las señales de posibles futuros eventos, desde la casa hasta el planeta, debiera ser algo que se enseñe y se tome en serio. El profesor de Harvard, Max Bazerman, le puso nombre a este fenómeno de estar voluntariamente desatento al proceso de producción de futuras noticias: “Sorpresas Predecibles”. Y sacó un libro -con ese título- explicando cómo periódicamente nos cuesta ver las señales de sucesos futuros. Hasta que suceden y ya no se puede hacer nada al respecto.
Cada uno de nosotros tiene un enorme poder de atención. Pero no lo usamos, prefiriendo no darnos cuenta y esperar las noticias de la noche. ¿Por qué? Porque la rutina manda. Hacer lo que hacemos todos los días nos da seguridad. Hasta que algo no funciona como debía y nos altera lo conocido, y nos mete en el terreno de la inseguridad.
Percibir las señales de cambios en la empresa, el gobierno, en la comunidad o la familia, darse cuenta de eso a tiempo, puede ser la receta para enfrentar, cuando todavía se puede, cambios complejos.
Lo opuesto es la ceguera voluntaria, donde lo evidente se prefiere no ver, porque verlo puede doler e implicaría hacer algo al respecto. Algo que sólo se podría hacer si nos damos cuenta de los cambios que conducen al desastre.