
El Día Internacional del Trabajo tiene sus orígenes a finales del siglo XIX, cuando el 1° de mayo de 1886, en lo que se conoció como el Motín de Haymarket, los trabajadores de Chicago se manifestaron en las calles de la ciudad para exigir una jornada laboral de ocho horas. Si bien las protestas comenzaron ese sábado, continuaron durante varios días los enfrentamientos con la policía, pero fue recién en una reunión internacional de socialistas celebrada en París el año 1889 que se estableció esta fecha para honrar los derechos de los trabajadores y la idea se expandió por prácticamente todo el mundo. En EE.UU, sin embargo, donde habían acontecido los hechos que dieron lugar a esta festividad, el presidente Grover Cleveland (1885-1889) temiendo que tal fecha fortaleciera al movimiento socialista de su país, propuso en su lugar celebrar el Labor Day (Dia del Trabajo) los primeros lunes de septiembre, porque un 5 de septiembre de 1882 la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, que aunque peleaba por las mismas causas no se declaraba socialista, llamó a una marcha en Nueva York que convocó a más de 10.000 trabajadores.
Si lo festejado a partir de la reunión de socialistas en París son las luchas y las conquistas de derechos por parte de los trabajadores, el Labor Day de Glover Cleveland parece matizar las cosas o al menos enreda la perdiz. El día de los trabajadores apela a una clase social que hasta hace poco se identificaba con el mundo obrero, en primer lugar con los jornaleros de las fábricas que durante la revolución industrial laboraban cuanto soportaban sus fuerzas y sin consideración alguna por la edad. También los del campo. De una parte los propietarios y de la otra los proletarios. Gracias a las luchas sindicales es que esa clase oprimida consiguió mejorar sus condiciones laborales, al menos lo suficiente para superar el estado de bestialidad anterior.
Ya adentrado el siglo XXI, de la revolución industrial hemos pasado a la revolución digital. Si bien las condiciones del trabajo han mejorado exponencialmente, la diferencia de ingresos entre los nuevos operarios y los dueños del capital sigue siendo abismante y la concentración del poder es quizás hoy mayor que nunca. ¿A qué apela hoy el día de los trabajadores o del trabajo, como prefirió llamarle Cleveland, cuando el casco y la picota ya no bastan para ilustrar la realidad de los trabajadores ni los sindicatos son el sitio que representa los intereses de la mayoría de ellos, ni hay partidos de clase, ni el socialismo en su versión original es una alternativa verdaderamente atendible?
Si bien las izquierdas han perdido la capacidad de representar al “pueblo”, leyendo las declaraciones que a propósito de este feriado hicieron las distintas candidaturas residenciales, frente a este punto parece que aún existen diferencias claras entre ellas y las derechas. Las primeras siguen la senda de París, mientras las segundas la de Cleveland. Evelyn Matthei enfatizó la necesidad de crear más empleos formales eliminando las barreras de contratación para mujeres, adultos mayores y otros, promoviendo contratos por horas, jornadas adaptables y pactos de productividad. José Antonio Kast enfatizó la necesidad de volver a crecer y de premiar el esfuerzo. Las candidatas del progresismo, en cambio, pusieron el acento en las condiciones laborales. Carolina Tohá, en mejorar el empleo femenino, seguir elevando el salario mínimo, ampliar la negociación y hacer más compatible la crianza con el trabajo, mientras que Jannette Jara aseguró que su programa “contempla y recoge la sentida demanda de negociación ramal”. Gonzalo Winter fue el más claro a la hora de poner la nota epocal : “el eje principal va a ser preparar a la sociedad chilena para los empleos del futuro”, y mantuvo su filiación izquierdista al agregar: “pero también mejorar la dignidad a través de mejores horarios laborales y subida de salarios”.
Las nuevas realidades del quehacer laboral son tan retadoras que es difícil encontrar en las respuestas del pasado las propuestas para lo que se nos viene. Por otra parte, aunque en la puesta en escena aparentan diferencias radicales, asumido el fin del sueño socialista, cuesta cada vez más distinguir ideológicamente a derechas e izquierdas. Salvo aquí, donde las herencias se evidencian: mientras para unos existe la causa de los trabajadores, para los otros el problema sería mucho más abstracto, algo así como el trabajo.