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Entre la evidencia y el miedo: el dilema actual de las vacunas

La salud pública es un campo donde la confianza pesa tanto como la técnica. Y cuando las figuras políticas se permiten opinar sin evidencia, erosionan esa confianza. No todo lo que se dice en redes sociales merece réplica, no todo lo que aparece en el internet es cierto. No todo lo que se grita con fuerza tiene sustento.

En el siglo XVIII, la viruela arrasaba poblaciones enteras y dejaba a su paso la muerte. Los registros históricos nos muestran cómo la viruela dejó ciudades enteras sin vida. Fue entonces que Edward Jenner observó algo simple pero profundo: las mujeres ordeñadoras que habían contraído viruela bovina no enfermaban de viruela humana. Así, en 1796, inoculó a un niño con material de una pústula de viruela vacuna. Ese pequeño acto, que hoy parecería impensable fuera de un laboratorio, cambió la historia de la humanidad. Gracias a esa primera vacuna, la viruela fue erradicada del mundo en 1980, según declaró la Organización Mundial de la Salud (OMS). ¿La clave? Una estrategia de vacunación global, gratuita y solidaria.

Hoy, las vacunas previenen entre 3,5 y 5 millones de muertes cada año en el mundo, según datos recientes de la OMS (2023). Son una de las intervenciones de salud pública más costo-efectivas de la historia. Sin embargo, en pleno siglo XXI, nos enfrentamos a un enemigo menos visible pero igualmente peligroso: la desinformación.

En Chile, el Ministerio de Salud ha logrado históricamente mantener altas coberturas de vacunación infantil, superando el 95% en vacunas claves como la BCG, Hepatitis B, Hexavalente y Neumocócica, según el último informe preliminar del PNI 2023. Esta sólida política pública ha permitido reducir drásticamente enfermedades como el sarampión, la tos convulsiva y la difteria. Sin embargo, preocupan coberturas más bajas, como la segunda dosis de la vacuna SRP (Sarampión, Rubéola, Parotiditis), que solo alcanzó un 72%, dejando espacios vulnerables en la protección colectiva. Estas cifras, aunque en general alentadoras, se ven amenazadas por discursos como que “las vacunas contienen metales pesados peligrosos”, lo que científicamente está comprobado que no es cierto. Lo peligroso no son las vacunas sino la desinformación.

Los movimientos antivacunas no representan una mera opinión alternativa. La OMS los ha catalogado como una de las 10 principales amenazas a la salud global. Porque cada niño no vacunado es una puerta abierta a la reemergencia de enfermedades ya erradicadas o controladas. Basta con mirar el rebrote de sarampión en Europa en 2023-2024: en la Unión Europea se han notificado 127.350 casos de sarampión en 2024. De la misma forma es lo que ha ocurrido con el poliovirus en países donde ya había sido eliminado. En efecto, en Chile no tenemos casos de polio desde 1975.

Desde la enfermería, quienes aplican cada dosis, explican cada efecto adverso, escuchan cada duda. Son el puente entre la evidencia científica y la comunidad. Y son también, muchas veces, el muro de contención frente al miedo que provocan las noticias falsas. Porque el daño de la desinformación no solo es cognitivo: es social, es estructural, y afecta especialmente a quienes menos acceso tienen a fuentes confiables. Existe un rol relevante en todos los profesionales de salud con respecto a la educación a la población en esta era de la información.

La salud pública es un campo donde la confianza pesa tanto como la técnica. Y cuando las figuras políticas se permiten opinar sin evidencia, erosionan esa confianza. No todo lo que se dice en redes sociales merece réplica, no todo lo que aparece en el internet es cierto. No todo lo que se grita con fuerza tiene sustento. Invito a la ciudadanía a preguntarse: ¿quién gana con el miedo? ¿A quién le sirve que desconfiemos del sistema de salud o de la salud pública? ¿Por qué hay quienes prefieren que pongamos en duda lo que ha salvado millones de vidas?

En tiempos de incertidumbre, la memoria histórica es una brújula. Pensemos en el miedo de contagiarse con viruela que tuvieron nuestros antepasados o lo que significa vivir con miedo al tétanos o al sarampión. Y defendamos, con la misma fuerza con la que defendemos los derechos humanos, el derecho a una salud basada en ciencia, equidad y verdad.

Porque las vacunas no solo salvan vidas. Nos recuerdan que, en salud pública, nadie se salva solo.

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