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Ganar más que un país entero

Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg (…) Estos personajes crearon valor real. Diseñaron productos y servicios que revolucionaron no solo sectores completos, sino que también nuestra forma de vivir.

Hay cifras que no solo impresionan, sino que incomodan. En 2024, solo 19 hogares en Estados Unidos -el 0,00001% más rico- sumaron un billón de dólares a su patrimonio. Doce ceros. Un monto superior a toda la economía de Suiza.

¿Alguna curiosidad estadística? No. Es la expresión más nítida de cómo Estados Unidos ha creado el ecosistema económico más permisivo y, para algunos, más implacable del mundo. Un sistema que no solo permite, sino que celebra que un grupo pequeño multiplique su riqueza en proporciones que no se ven ni en Europa, ni en Asia. Ni mucho menos en América Latina.

Cómo se llega a esta concentración extrema? El Wall Street Journal lo abordó en un reportaje que cita el análisis del economista Gabriel Zucman. Tomó más de tres décadas para que ese grupo pasara de controlar el 0,1% de la riqueza estadounidense (en 1982) al 1,2% en 2023. Pero en solo un año -2024- esa participación saltó al 1,8%, equivalente a 2,6 billones de dólares.

Esto no es casualidad. Es el resultado de una serie de peculiaridades que confluyen solo en Estados Unidos. Primero, su mercado de capitales. Profundo, ágil y dispuesto a valorar (y sobrevalorar) ideas disruptivas. El auge del S&P 500 -que en 2023 y 2024 vivió sus mejores años en un cuarto de siglo- fue clave. Los multimillonarios no se enriquecieron con sueldos. Lo hicieron porque el valor de sus empresas y sus acciones se disparó. Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg… ninguno de ellos gana miles de millones. Es su patrimonio el que se multiplica.

Segundo, Estados Unidos sigue siendo la cuna de la innovación. Silicon Valley no es un accidente. Es el resultado de un ecosistema de capital de riesgo que apoya ideas financieras arriesgadas y disruptivas. Todas ligadas al mundo tecnológico: redes sociales, inteligencia artificial, e-commerce, microchips. Y aquí, un punto clave. El repunte no es producto de la especulación. Estos personajes crearon valor real. Diseñaron productos y servicios que revolucionaron no solo sectores completos, sino que también nuestra forma de vivir. Y el mercado -más allá de cualquier crítica- los premió.

Tercero, una tolerancia cultural única. A diferencia de Europa o América Latina, donde la riqueza extrema es vista con recelo y cuestionamiento político, Estados Unidos tiene una visión ampliamente compartida: quien innova, arriesga y trabaja duro, tiene derecho a enriquecerse. Ese relato -el famoso sueño americano- sigue vigente, aunque sus bases sean cada vez más exclusivas. Porque, admitámoslo, no muchos pueden escalar. El acceso al capital, la educación y las redes sigue siendo un filtro gigante. No todos empiezan desde la misma línea de partida.

Cuarto, un sistema tributario que permite que las grandes fortunas crezcan y se mantengan. Los intentos legislativos por elevar la carga tributaria de los ultrarricos han sido, en el mejor de los casos, tibios. Y la estructura empresarial, que permite que los fundadores mantengan el control y reciban bonos en acciones, refuerza esa acumulación. En Europa y América Latina, las empresas tienden a separar administración y propiedad. En Estados Unidos, el dueño es también el administrador.

Pero este modelo también tiene sombras. Y cada vez más visibles. Mientras el 1% más rico ha aumentado su participación en la riqueza total, todos los demás grupos en Estados Unidos han visto disminuir la suya. Las tensiones sociales son evidentes. Los trabajadores de Amazon levantaron la voz hace poco: mientras los dueños acumulan miles de millones, ellos siguen ganando el mínimo.

Y no solo es una cuestión de desigualdad. Es también de poder. La crítica no es solo a la riqueza en sí, sino a lo que permite: influencia y acceso a las altas cúpulas políticas que, en algún momento, operan a su beneficio. El caso de Musk es el más visible. Pero no el único.

Ahora bien, hay contraejemplos. Warren Buffett anunció que donará el 99% de su patrimonio y solo dejará el 1% a sus herederos. Una rareza. Pero también un gesto que refleja que incluso algunos en la cima reconocen que la concentración patrimonial desbordada no puede sostenerse sin costos sociales y políticos.

Y Chile? ¿Puede replicar este fenómeno? Probablemente no. Aunque cinco multimillonarios locales acumulan una fortuna conjunta de 35.100 millones de dólares, sus patrimonios vienen de industrias tradicionales y estables: minería, celulosa, banca. No hay interrupción. No hay “unicornios”. Y no hay un ecosistema de innovación ni de financiamiento de riesgo que permita lo que ocurre en Estados Unidos.

Ahora, más que preguntarnos cuánto pueden seguir acumulando los más ricos, deberíamos cuestionarnos cuánto más puede soportar una sociedad que permite -y en algunos casos fomenta- que la desigualdad patrimonial crezca sin control. No es solo un dilema estadounidense. Es un desafío global. Y será, sin duda, uno de los grandes debates de las próximas décadas, también en Chile, donde la filantropía sigue estando al debe. Quizás ha llegado el momento de que el empresariado se haga la pregunta: ¿queremos retribuir con gestos concretos a la sociedad y dejar un legado?

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