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Medio Oriente en la dinámica del poder global

La decisión de Netanyahu de seguir con la guerra en Gaza, ya califica como una matanza indiscriminada de miles de civiles, a lo que se suma una hambruna inducida a más de dos millones de personas, lo que muchos ya empiezan a considerar como un intento de genocidio.

En un orden mundial en reconfiguración, se ha intensificado la competencia por el posicionamiento de los países y el Medio Oriente ocupa un lugar especial en esa dinámica, en función de ser uno de los nodos energéticos más importantes del globo. Esa condición se remonta a varias décadas, pero impacta fuertemente al sistema internacional y a su economía a partir de la década de los años setenta del siglo pasado con el control extractivo y la consecuente alza del precio del petróleo de la mano del cartel de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), entre cuyos miembros más importantes están varios estados del Medio Oriente.

Las enormes reservas petroleras y de gas de buena parte de los países de la región y su exportación por décadas les han significado ingentes ingresos que han transformado las condiciones de vida de sus sociedades. Esa afluencia a su vez les ha abierto las puertas para incursionar en la política regional, pero también global, lo que se ha manifestado principalmente en su gasto militar y también en el financiamiento a gobiernos, organizaciones y movimientos acorde a las prioridades de sus regímenes. En esa línea, y solo como botón de muestra, el subsidio de la monarquía saudita a escuelas coránicas en casi todas las latitudes ha sido instrumental en la radicalización sunita en buena parte del mundo musulmán. Ese financiamiento fue también fundamental en la derrota soviética en Afganistán de la mano de los muyahidines.

Pero, esa misma riqueza y la condición estratégica de estos países también ha atraído a las grandes potencias, las que han buscado influir y cooptar a los gobiernos del área, primariamente para asegurar su suministro energético, pero también para atraer inversiones y asegurar un mercado para sus productos, especialmente en el ámbito de la defensa.

Si ya el Medio Oriente era un entorno complejo en el cual coexistían tres grandes civilizaciones como la turca, la árabe y la persa con poderosas naciones como Turquía e Irán, a las que se suma una división dentro del islam entre sunitas y chiítas, con la instalación de un estado judío a partir de 1948, que vino a tomar el territorio de Palestina incluyendo Jerusalén, siendo esta una de las tres ciudades santas del islam (junto con La Meca y Medina), el panorama se hizo mucho más complejo y generó nuevas dinámicas y alineamientos, incluyendo recurrentes guerras.

Desde mediados del siglo XX el conflicto árabe israelí ha estado en el centro de la dinámica regional o al menos ha ocupado un lugar importante. Con la revolución iraní en 1979, se generó una alianza árabe-persa a partir del chiísmo, también contra Israel, la que fue cobrando protagonismo con una red de milicias y estados aliados de Irán que, además de buscar la destrucción del estado hebreo, buscaba imponer su hegemonía frente al sunismo.

Así en los últimos años se había configurado el siguiente cuadro en la región: un proceso involutivo en la posibilidad de contar con dos estados, Israel y Palestina, con un régimen hebreo cada vez más radical en su voluntad de no permitir cesiones e incluso acrecentar su territorio sobre la base de una identidad exclusivamente judía, a lo que se sumaba una rivalidad crecientemente beligerante con Irán y sus aliados en contraposición a una cauta aproximación con algunos países árabes empujados por el temor a Irán.

Este estado de cosas cambió brutalmente a partir del atentado terrorista de Hamás en octubre del 2023, que literalmente abrió las puertas del infierno, con miles de víctimas inocentes en múltiples focos bélicos, pero particularmente en Gaza. El equilibrio de poder en la región cambió en 2025. Las alianzas han evolucionado; también lo ha hecho el espectro político. Entre los partidos y milicias, los grupos y líderes suníes han experimentado un resurgimiento. Las facciones chiítas, especialmente las vinculadas a Irán, han perdido influencia (fundamentalmente por los ataques militares de Israel y Estados Unidos). Los partidos islamistas ganaron terreno en Jordania (en las elecciones) y Siria (mediante la derrota del régimen de Al Asad).

En toda la región, los sunitas ganaron más protagonismo político. Arabia Saudita adquirió mayor influencia en los asuntos regionales e internacionales. Refleja de aquello es la acogida, por parte del príncipe heredero Mohammed bin Salman, jefe de Estado de facto, de las primeras conversaciones entre Estados Unidos y Rusia para poner fin a la guerra en Ucrania. La península arábiga, con visitas a Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, fue también el destino del primer viaje del presidente Trump en su segundo mandato, lo que confirma la importancia de la región en el nuevo contexto global.

El objetivo de Trump en su visita fue múltiple: atraer inversiones, aumentar las ventas de bienes y servicios norteamericanos con énfasis en armamento, buscar apoyo para algún acuerdo y solución a la guerra en Gaza, incluyendo un acercamiento saudí a Israel, así como sumar la influencia de estos estados para sus objetivos de política exterior.

Un importante gesto a sus aliados árabes durante ese periplo fue el levantamiento de las sanciones estadounidenses contra Siria.

Una notoria omisión a esta gira fue Israel. Trump podría haber sido persuadido para añadir la visita a su itinerario si hubiera podido reclamar algún tipo de victoria, ya sea un acuerdo de alto el fuego en Gaza, un plan de ayuda humanitaria, o algo más. Pero con Israel ampliando su guerra, no era el caso.

Netanyahu se enorgulleció de ser el primer líder mundial en visitar a Trump en su segundo mandato, en febrero, retomando lo que se suponía una inmejorable relación (en su primer mandato Trump trasladó su embajada de Tel Aviv a Jerusalén). En su segunda visita, en abril, se convirtió en el primer líder en intentar iniciar negociaciones para un nuevo acuerdo comercial después de que Trump anunciara aranceles generales a las importaciones. El primer ministro no solo no tuvo éxito en su propósito, además se sorprendió con el anuncio de Trump de que Estados Unidos comenzaría a negociar un nuevo acuerdo nuclear con Irán.

El problema para Netanyahu es que tiene poca influencia en Washington en este momento, porque no tiene nada que ofrecer en la lógica transaccional y mercantilista de Trump.

En las semanas previas a su viaje y durante el mismo, Trump realizó una serie de movimientos que para Netanyahu fueron bofetadas que nunca recibió de los demócratas. Al anuncio del regreso a las negociaciones con Irán, se sumó un alto el fuego con los hutíes que no incluye a Israel, así como el fin de las sanciones a Siria, dominado por hasta hace poco un declarado islamista radical y siendo el principal país enemigo del estado hebreo.

La decisión de Netanyahu de seguir con la guerra en Gaza, ya califica como una matanza indiscriminada de miles de civiles, a lo que se suma una hambruna inducida a más de dos millones de personas, lo que muchos ya empiezan a considerar como un intento de genocidio. Pues bien, aun cuando políticamente hay afinidad entre Trump y Netanyahu, en estos momentos la continuidad de la guerra simplemente no es funcional a la política exterior de Trump. En ese sentido, el presidente norteamericano espera que los países árabes ayuden sustantivamente a la reindustrialización de su país. Al mismo tiempo, la pacificación de la región le permitirá concentrar su foco en la competencia con China.

Siendo el Medio Oriente una región inestable y propensa a las crisis, las aspiraciones de Trump evidentemente no están aseguradas más allá de su positivo comienzo. Tampoco hay mejores expectativas de paz.

Pero aprovechando su estatus reforzado, los países del Consejo de Cooperación del Golfo encabezados por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, se encuentran en estos días participando en Malasia de una cumbre con ASEAN, a la cual también asiste China por intermedio de su primer ministro, para discutir la situación global y buscar acuerdos en diversos temas.

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