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Bananas verdes

Nada fácil en estos tiempos en los que volver a admirar el pensar y el reflexionar parece quedar en segundo plano frente a la inmediatez, dónde la experiencia se supone algo viejo en lugar que esas desprevenidas bananas verdes se den cuenta que sirve para tener nuevas experiencias que conducen a la evolución y a la novedad.

El análisis y el estudio de las eras generacionales, no necesariamente implica una generalización. No todos los milennials, los X o los Z son iguales. Hay representantes de algunas de estas generaciones que tienen el compromiso que poseen los baby boomers, por dar un ejemplo, y viceversa.

Por eso aquí voy a considerar un espacio de actitudes, que están más allá de rótulos y encasillamientos que no significan uniformidad de criterios. Y una de las actitudes tiene que ver con el estilo banana.

El término “banana” claramente resulta más sexy que “plátano”, porque excede al fruto.
Usado por Woody Allen como título de una de sus emblemáticas películas, la banana está asociada a republiquetas autocráticas y dictadores tropicales, a marcas de moda con tendencia, y también aplicaba a aquellas personas que se suponían “cancheras” o muy listas. “Este tipo es un banana”, se solía decir en el barrio.

Sabemos que la banana, cuando es verde, es inmadura, ácida y rígida, y obviamente adquiere el mejor sabor y textura en su perfecta madurez.

Este curioso planteo intenta una analogía entre la banana y lo que yo defino como “generación verde”, que no significa la devoción por el cuidado del medio ambiente, sino casualmente por la inmadurez que se manifiesta por su actitud en la política, en el ámbito empresarial, en el arte, en la educación y en la vida en sociedad.

Entonces hablemos de las “bananas verdes”…

Las “bananas verdes” confunden velocidad con claridad, detestan la profundidad y los complace la superficialidad, suponen que siempre existió internet y que los celulares y chatGPT son la fuente inspiradora, sin darse cuenta que esos mismos avances exigen un upgrade intelectual para no quedarse dormidos.

Para el “banana verde”, solo importa un método que les resuelva el “cómo”, evitando así preguntarse el porqué y el qué hacer. Es que la curiosidad está escondida, la imaginación encerrada en un calabozo y la influencia sobre los demás está en la cantidad de likes.

A los “bananas verdes” les cuesta conversar, y por ende acordar. Viven de verdades reveladas y de la ansiedad de ser parte de un “equipo” que en realidad es un rebaño, o mejor dicho un racimo de bananas.

Hay “bananas verdes” en la política y conocemos sus características. Prefieren disfrazarse de autocráticos para eludir acuerdos y pierden total autonomía e identidad al depender de encuestas de imagen y al confiar la comunicación en patéticos “trolls” que promueven confusión con sus fake news y con el uso desmedido de la IA para desprestigiar a los enemigos. Todo muy democrático…

No sueñan, viven el hoy haciendo un culto a la inmediatez, tal vez como excusa para no pensar en que el desarrollo de un país se diseña desde una visión presente que defina un mañana posible.

Estos personajes son los que alaban el pragmatismo y lo confunden con “simplismo”, neutralizando ideas asumiendo que la izquierda o derecha son parte del debate de ideas innecesario.

Los “bananas verdes” construyen relatos aburridos y decadentes, sostenidos con rótulos y enemigos fantasmas. Así todo es más fácil y menos comprometido.

Algo similar sucede, en parte, con la generación de ejecutivos de empresas, blandiendo títulos de nobleza generados en cursos pseudo académicos que los identifica como hábiles presentadores de diagnósticos elementales que se sofistican en power point, sagaces recolectores de datos cuantitativos, analistas de problemas entre lo previsto y lo real, pero poco preparados para resolver conflictos a través de la conversación y la persuasión. Hablan de “equipo” si el equipo es un rebaño, pero esquivan la crítica y la contracorriente, y evitan hacerse cargo de los conflictos asumiendo que dónde no se puede aplicar teorías y métodos nada tiene solución. Los “bananas verdes” desprecian la ambigüedad, por lo que no se dan cuenta que el poder político está en la voluntad…

Esta actitud tan pasiva como poco humilde, viene de la época cercana y actual dónde los estudiantes conformistas esperan que se les resuelva el problema de aprobar en lugar de afrontar el desafío de estudiar. Tal vez el reaggeton sea el sinónimo del estudiante banana verde: dos tonos, una letra misógina y auto tune… todo fácil para que nada complique sus expectativas de éxito, aunque éste sea efímero.
Esta generación , ejerce el derecho al voto, con lo que está a merced de cualquier pastor político que le ofrezca el paraíso de seguir siendo verde.

Mas allá de toda ironía, estamos viviendo una era dónde hasta las “bananas verdes” influyen y contagian a las bananas maduras que cambian su trascendencia camuflándose de inmadurez para obtener el beneplacito de las manadas en forma de votos.

Lo vemos en las idas y vueltas de los extremos que hacen de la ignorancia una peligrosa moda.
Claro que la respuesta es el equilibrio, pero el equilibrio no vende. El perfil bajo no tiene cabida en un mundo de exorbitante mediocridad, dónde todos han leído lo que nunca leyeron, que han oído lo que nunca escucharon, y que toda expresión intelectual es catalogada de supremacía, lo que promueve el resentimiento de los mediocres, es decir, de las “bananas verdes”.

El equilibrio entre el caos positivo que lleva al progreso y el orden necesario debiese ser el inobjetable propósito de las banana maduras. El punto justo entre lo verde y lo podrido.

Nada fácil en estos tiempos en los que volver a admirar el pensar y el reflexionar parece quedar en segundo plano frente a la inmediatez, dónde la experiencia se supone algo viejo en lugar que esas desprevenidas bananas verdes se den cuenta que sirve para tener nuevas experiencias que conducen a la evolución y a la novedad.

Tiempos en los que esta de moda confundir conceptos, tal vez porque el lenguaje vale cada vez menos cuando la velocidad supera a la claridad.

Tiempos en los que se dice leer lo que no se lee y nunca se leyó, como la mayoría de progresistas que no leyeron a Marx o a Hegel y la mayoría de “neoliberales” que jamás leyeron a Friedman o a Rothbard.

Tiempos de apatía social dónde ser seguidor es menos esforzado que debatir ideas.

Frente a este escenario, será vital suplicar que las “bananas verdes” puedan madurar, como la opción necesaria para volver a creer.

Por el bien de todos.

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