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Bruto y Carter

Hoy, alguien que quiere ser senador y que no comparte los mismos principios, la idea de igualdad y la noción de lo que significa hacer familia, corre a los extremos del tablero político en un afán de buscar el supuesto refugio que no le dieron sus viejos compañeros.

En la historia de Roma existen múltiples personajes y, claro está, las civilizaciones evolucionan, pero como en un bucle nacen otros que repiten la historia y ponen sobre la mesa los más bajos instintos del hombre.

Marco Junio Bruto, flamante senador, pasó a la historia por la traición a Julio César, prácticamente su padre y benefactor. Una traición que, envuelta en discursos de nobleza y valores republicanos, terminó siendo un acto vacío de consecuencias reales.

Hoy, alguien que quiere ser senador y que no comparte los mismos principios, la idea de igualdad y la noción de lo que significa hacer familia, corre a los extremos del tablero político en un afán de buscar el supuesto refugio que no le dieron sus viejos compañeros. Y como entonces, los discursos se revisten de causas nobles para encubrir motivaciones mucho más básicas.

Al final, salvo en lo valórico, parece, Kast, Kaiser y Carter tienen una raíz común, ya que necesitan ser vistos como líderes mesiánicos, rodeados de seguidores y aduladores, y que el proyecto se construya en torno a sus figuras, no al revés.

Pero hay que recordar que la traición de Bruto no sirvió de mucho, o prácticamente de nada. La República Romana no se salvó; al contrario, se precipitó en un ciclo de guerras civiles que sellaron su destino. Una traición intrascendente. Y como en todo bucle, la historia está siempre dispuesta a repetirse.

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