
Partamos por el principio. Las llamadas tierras raras no son tierras ni son tan raras. Son 17 elementos químicos que están presentes en la corteza terrestre -en los cerros, literalmente- y cuyo nombre viene de los óxidos que se manipulaban en laboratorios del siglo XVIII, cuando se identificaron por primera vez. Por siglos pasaron sin mayor protagonismo, hasta que un mundo digital, electrificado y en transición energética vino a ponerlas en el centro del tablero geopolítico.
¿Por qué hoy valen oro? Porque sin ellas, buena parte de la tecnología moderna simplemente no funciona. Imanes de alto rendimiento que no pierden fuerza ni a 200 grados -gracias al disprosio y el terbio, dos de los 17 elementos- permiten que un auto eléctrico se mueva, que una turbina eólica genere energía, que un misil dé en el blanco, que un satélite se mantenga en órbita, que un teléfono inteligente vibre en nuestra mano.
Esa es la verdadera razón por la cual se han vuelto tan estratégicas como el litio… o el petróleo.
Hasta ahora, el monopolio ha sido casi total: China produce y procesa más del 90% de las tierras raras del planeta. Lo hace rápido, barato y, en muchos casos, según han denunciado, sin mayor preocupación por el impacto ambiental. Por eso, cuando en abril pasado el gobierno de Xi Jinping decidió restringir sus exportaciones -en respuesta a los aranceles estadounidenses y para priorizar su consumo interno-, el mundo occidental entró en alerta.
Estados Unidos, dependiente de estos elementos para su industria militar, automotriz y energética, salió a buscar proveedores. Y América Latina apareció en el mapa.
Chile, hasta hace poco fuera de esa conversación, podría hoy convertirse en un actor relevante. En la comuna de Penco, Región del Biobío, se encuentra un yacimiento que contiene justamente esos dos elementos clave: disprosio y terbio. La apuesta es de la empresa Aclara Resources, ligada a Eduardo Hochschild y CAP, y no solo por el mineral, sino también por la forma en que piensan extraerlo.
El proceso que proponen -la llamada cosecha circular de minerales- no usa explosivos. No genera relaves ni residuos industriales líquidos. Utiliza agua 100% reciclada y, además, promete reforestar con especies nativas y proteger un ecosistema completo.
La sustentabilidad no es un bonus, es el corazón del proyecto. Y eso, en un contexto de calentamiento global y consumidores más exigentes, tiene un valor creciente. De hecho, hay automotrices dispuestas a pagar más por este “sello verde”. La compañía ya ha sostenido reuniones en la Casa Blanca y han señalado que estarían adelantados para cerrar negocio con marcas como General Motors, Mercedes-Benz y Toyota.
La proyección es ambiciosa: producir tierras raras suficientes para un millón de autos eléctricos al año a partir de 2028, con más de 2.000 empleos entre directos e indirectos en la zona de Penco.
Pero no todo es tan fluido. La empresa involucrada aún espera la aprobación ambiental. Y Chile, que tanto aspira a subirse al carro de las industrias verdes, no tiene una legislación específica para las tierras raras. Es un vacío que urge llenar, si no queremos que esta oportunidad quede, nuevamente, congelada en el tiempo.