Sin querer queriendo, como decía el entrañable Chavo del 8, la extrema izquierda vuelve a sorprendernos —o a intentarlo— con una candidata de manual. Carisma, buena onda, alegría, cercanía: esos son los atributos que se le suelen alabar a Jara. Digo Jara, la candidata. Porque bastan un par de indagaciones para descubrir que, más allá de sus habilidades blandas, está Jeannette, la comunista.
Jeannette es comunista. No por caricatura ni exageración, sino porque milita —con orgullo— en dicho partido. Si a algunos les incomoda el término, lo consideran una etiqueta anticuada o incluso un insulto, créanme que no lo es: es una descripción ideológica precisa, asumida por ella misma. No se trata de ofender, sino de llamar a las cosas por su nombre. Jara es comunista, no la Bruja del 71.
Desde hace un tiempo, ha venido acuñando el concepto de “amor” como parte central de su discurso. Amor para gobernar, amor para cuidar, amor como bandera. Pero lo cierto es que ni con el amor más puro en Cuba o Venezuela se llega a la libertad o a la democracia. La historia reciente, la presente, lo demuestra. Allí, donde el amor supuestamente lo guía todo, se persigue, se encarcela y se reprime.
El gran problema es que aún no conocemos realmente a Jeannette. Conocemos su tono amable, su imagen trabajada, sus entrevistas medidas y su ambigüedad capitalizada. También conocemos muy bien a su partido, su historia y sus vínculos con los regímenes autoritarios del mundo actual. Pero, no sabemos más de Jeannette, que pasa de ser como Popis, en un rol secundario, a heredera total de Chespirito. El discurso anticomunista no será popular, ni efectivo por sí solo, pero no es del todo anacrónico. Basta mirar con honestidad la historia reciente —y no tan reciente— para entender por qué la pregunta sobre Cuba no solo es válida, sino necesaria.
Ella misma lo reconoce con molestia: “Me lo han preguntado sesenta veces”. Y claro, se lo seguirán preguntando, porque no hablamos de la URSS, ni del Muro de Berlín. Hablamos de un régimen activo, funcional y represivo que aún gobierna con puño cerrado. Esa pregunta sigue ahí, porque la respuesta correcta nunca llega, como exigía el profesor Jirafales.
Y ahora, ya no es sin querer queriendo. Es queriendo. La izquierda más moderada, supuestamente institucional, acomplejada y en otra época inflexible con el comunismo, ha decidido subirse al mismo carro. Porque no hay nada más valioso que el poder, incluso cuando los principios chirrían. Hoy, la foto con Jeannette vale más que las tasas del cobre. El discurso de seguridad, de crecimiento, de gobernabilidad… todo eso puede esperar. Lo importante es ganar. Después veremos.
Y ese “después” puede tardar. No se trata de pedir un desangramiento público, pero en el PPD no pasó nada, y el resto del socialismo democrático sigue actuando como el dueño de la vecindad. Y peor aún, los DC —políticos en peligro crítico de extinción— ven en ella su salvavidas… de plomo. Lo que resulta paradigmático: se sienten ahora invitados a una taza de café que nadie les ofreció. Se dice que están dispuestos a entregar unas tortas de jamón para que les renten en la vecindad.
Y así se instala esta candidata: sin sorpresa, sin novedad, pero con alta proyección. Porque en política, como en las viejas comedias, los guiones se repiten cuando funcionan. Solo que esta vez no reímos, pese al variopinto que nos ofrecen como elenco. Esta vez, el libreto puede costarnos muy caro, si no se detiene a tiempo y por la vía democrática.
Espero no terminemos diciendo: ¡se nos chispoteó el país!