Los últimos años nos han mostrado la decadencia de la alta política, falsamente entendida como profesionalización de la política.
Un político profesional es el que tiene un relato que sintetiza su modelo de país, pero también su plan comunicacional para ganar, porque sin ganar no existe posibilidad de llevar el modelo a la acción.
Y para ganar, hay que entender el consumo, en este caso las motivaciones que determinan el comportamiento de la ciudadanía que se manifiesta con el voto. Ese es el principal atributo del político profesional.
Pero una vez que se entienden las variables que hacen a la preferencia de la ciudadanía, ahí viene la capacidad de provocar, inclusive lo que la ciudadanía ni siquiera espera. Lo que podríamos definir como disrupción en la política. Nada fácil.
En tal sentido, Chile presenta hoy un patético amateurismo en la calidad profesional de la política y de quienes la ejercen.
Se sigue privilegiando la vieja fórmula de intentar acceder al poder a partir de denostar y no en esperanzar, y en el denostar lo único que parece tristemente disruptivo es el agravio y el insulto que, para los políticos advenedizos y poco originales como Kaiser (triste copia del libertarismo de Milei), pareciera ser la única alternativa de generar adhesión a partir de promover el miedo y el odio.
Esta elección cuyos participantes representan un segundo nivel, y dónde las propuestas superadoras quedan sepultadas ante la confrontación de barrio, plantea un escenario de lo que puede venir, nada diferente a lo que hemos vivido en los últimos años
El ataque frontal de la derecha tradicional y de la ultraizquierda contra el demonio comunista representado por Jeanette Jara, es una muestra de la incapacidad estratégica para entender el mercado electoral, que se debate entre la apatía social, el desinterés y la falta de credibilidad producto de un estado de frustración colectiva nunca resuelto.
El precario discurso de la derecha centrado en el peligro de la vuela de los rojos, de la pérdida de la libertad individual, del futuro atentado sobre la propiedad privada, de un Estado omniniprescente y cuasi stalinista, de las dudas sobre la voluntad democrática de los comunistas que ahuyentará inversiones y pondrá en riesgo el crecimiento económico, es parte de un discurso anti setentista que en estos tiempos pareciera no seducir a nadie. Es el típico discurso de quienes usan camisa oxford rosa o celeste y pantalones caquis con mocasines. Ya fue…
Sólo por el hecho de preocuparse por Jara, la derecha pierde la opción de manifestarse como una opción civilizada para la convivencia social en términos de la economía cotidiana y de la seguridad de las personas. En pocas palabras, la derecha se cree garante de la libertad y del crecimiento, pero no sabe cómo decirlo.
José Antonio sigue su juego entre el silencio y las sombras, casi como un duende o un fantasma que se supone ha aprendido a comportarse como un demócrata liberal, aunque todos saben y se dan cuenta que eso es un disfraz de lo que nunca fue y será. Algo así como la risueña declaración de Joaquín Lavín autoreferenciándose como “socialdemócrata”…
Todos conocen a José Antonio, aunque no abra la boca.
En este contexto Evelyn y sus generales no saben para dónde correr. Si tratar de neutralizar a Jara hablando de la tragedia comunista o si se enfrenta a José Antonio a partir de un discurso tibio y democrático ante la ultraderecha que desde su pasado familiar aún la compromete.
Los comunistas, entre tanto, aprovechan para aislar los miedos promoviendo buenas intenciones centroizquierdistaa, intentando disolver temores en la economía y conformando un equipo que lleva adelante un relato exclusivamente diseñado para ganar.
No sabemos si Jara es auténtica, o esconde deseos stalinistas, castristas o maoístas, pero si es clara su vocación para acceder al poder.
Y para acceder no necesita ser anti-nada.
La centroderecha liberal debiese ganar esta elección. Pero para eso debe comportarse como líder y no como seguidor. Porque el seguidor ataca al líder y en este caso atacar a Jara sería atacar al supuesto ganador. Y si es así, el supuesto ganador puede ser ganador.
Cuestión de profesionalidad en la política. Es razón y no pasión.
Cuánto falta aprender…