Tengo un buen amigo arquitecto. Lo conozco desde que éramos adolescentes. Siempre ha votado por la centro izquierda. Concertacionista fervoroso, Laguista a morir, también Bacheletista. Crítico siempre de la derecha por su participación en la dictadura. Peleador y buen argumentador, de una posición política que siempre fue para él un compromiso de vida y una identidad.
Nos encontramos hace unos días y me confesó estar desorientado. No tanto con el escenario político -hace algunas semanas que Jeannette Jara había derrotado a su candidata, Carolina Tohá-, sino más bien consigo mismo. Honesto, como siempre ha sido, me dice: “Voy a tener que votar por Matthei. ¿Pero si no pasa a segunda vuelta? Nunca creí que tendría que votar por José Antonio Kast”.
Mi amigo está preparando su cuerpo, con dolor, con el peso de la traición, para marcar su línea sobre un nombre en que jamás pensó. Pero la verdad es que su tránsito comenzó antes. Con el estallido. Por supuesto fue a la marcha del millón, se esperanzó de lo que aquí podía venir. Votó, como la abrumadora mayoría, por ese Apruebo que nos llevó al primer proceso constituyente. Siguió de cerca lo que ahí pasaba, con la secreta esperanza de que la fiesta identitaria se acabara de una vez y diera paso a un trabajo sensato para buscar una casa común en que los bordes fueran más menos cómodos. Y se sintió ajeno, desilusionado, fracasado. Pero aun así apretó los dientes y volvió a votar Apruebo, quizás con el deseo oculto de que ganara en el Rechazo con los votos de otros. Y respiró aliviado cuando Tohá y los suyos entraron al gobierno. Pero luego vio que no fue suficiente. Que el país está estancado, que la seguridad, que los Procultura, las licencias médicas, que los oficiales de las Fuerzas Armadas traficando drogas, que la justicia dejando libre a un sicario venezolano. Vio que su Socialismo Democrático se volvía una quimera. Perdió en la primaria y no votará por Jeannette Jara, aunque los partidos a los que se sintió siempre cercano lo hagan.
Se aburrió. Mi amigo sabe que traiciona a su yo joven con lo que está dispuesto a hacer. Pero sabe, también, que no está solo en esta. Porque en los últimos cinco años se derrumbó por completo el eje izquierda y derecha que moldeó a la política, a la conversación e incluso a la propia identidad de los chilenos.
Dime cómo votas y te diré quién eres.
Cambió el marco teórico. Hoy los ejes son otros y leer la reconfiguración de nosotros mismos no está fácil: puede ser que lo que mande aquí sea efectivamente la búsqueda de orden y progreso, crecimiento o derechos sociales, puede que haya algo en la línea elite versus pueblo, o el anhelo de libertad ahogado por el miedo, o simplemente, el eje del apoyo a un mal menor ante la ausencia de una figura convocante que represente un bien mayor. Es el triunfo del pragmatismo. El fin de la búsqueda de algo difícil, grande, pero que ese octubre estalló cambiando los rumbos de nuestra historia.