Hay cosas que parecen obvias, pero tienen detrás una segunda lectura. Por ejemplo, hacer primarias. ¿Para que hacer una elección de estas características, cuando la gente puede perfectamente decidir por qué candidato votar el día de la elección?
La respuesta fácil tiene dos variantes: una, porque si hay mucho candidato en elección directa puede haber demasiada dispersión de votación y, finalmente, cada partido puede diluir sus votos, sin fortalecer una posibilidad clara del mismo sector. La segunda razón, derivada de la anterior, es para fortalecer una posible coalición, que compita antes en la primaria, pero se comprometa a apoyar a quien resulte triunfante, sea o no sea de su partido, en la elección definitiva.
Como ya se sabe, el oficialismo hizo primarias, mientras la oposición decidió ir cada cual con sus candidatos presidenciales el día de la elección definitiva.
Hay otra razón que, eventualmente, cuenta mucho a la hora de decidir si hacer o no hacer primarias. Por muy primaria que sea, esa elección implica una pugna y competencia dentro de un mismo sector. Donde cada candidato o candidata debe decirle en su campaña a sus votantes que, por muy parecidos que sean, hay diferencias importantes entre los candidatos. Y que deben votar por uno y no por los otros, porque “yo me identifico mejor con lo que nuestro sector representa”. El mensaje sutil es simple: “esta es una competencia, los demás candidatos -serán del mismo sector- pero no dan el mismo ancho que yo. Por eso pido tu voto” Y esa trifulca llega hasta el día de la elección; mientras el ganador o ganadora del sector que hizo primarias ya recibió un apoyo mucho más grande que el volumen de su partido.
De esta forma, quien ganó en primarias tiene tiempo antes de la elección definitiva para restañar heridas, si fuera necesario; y convenir más fácilmente acuerdos parlamentarios con los demás partidos de la coalición. Y, lo más importante, tiene tiempo el ganador o ganadora de la primaria para corregir posibles dichos contra sus pares en la campaña, a fin de tener un bloque más sereno y compacto y no una competencia interna y dura de partidos afines.
Quien hace una primaria no necesariamente gana. Eso lo deciden todos los votantes en la elección definitiva. Pero está por verse si la decisión de la oposición de no hacer primarias, puede o no terminar siendo una fragmentación irracional de su poder de votación.
Cuando las encuestas muestran al gobierno con números bastantes bajos de aprobación, la decisión de la oposición de no haber hecho primarias, y así concentrar el apoyo ciudadano, puede terminar siendo un hito determinante en las próximas elecciones presidenciales.
Lo otro que puede ocurrir, y ya hay candidatos disponibles, es que los partidos del oficialismo, que no llevaron candidato a la primaria, pueden presentar una candidatura directa. Lo que ya se sabe que es una variante que está evaluando, por ejemplo, la Democracia Cristiana, que se restó de participar en las recientes primarias.
Y, por cierto, quienes no hicieron primarias, siempre pueden tener sus expectativas en una posible segunda vuelta. Donde -ahí sí que sí- se puede producir un acuerdo electoral, esta vez con el apoyo de todo un sector que debe repetir una candidatura por no haber habido un ganador o ganadora con mayoría simple. Esa rebarajada de posibilidades en segunda vuelta es otra elección. La conocemos bien en elecciones pasadas. Pero para llegar a ella se corre el riesgo de ir desunidos en primera vuelta y apostar que va a haber segunda vuelta.
Que no se diga que esta próxima elección es fome. Si algo tiene, por sus candidatos y candidatas, es un aire de feroz competencia -dentro y fuera de cada sector- como no se había visto antes.