Han pasado 19 años desde el estreno de la película El diablo viste a la moda, clásico que marcó la cultura pop de los 2000 y que ahora, como todo fenómeno, rueda su secuela. Porque, igual que en el cine, en política hay temas que se ponen de moda, y vestirse con ellos —literal o simbólicamente— siempre suman. Especialmente en campaña, donde todo vale.
Hoy algunos se visten de verde, otros de animalistas, otros de pueblo. Pero hay una prenda que nunca pasa de temporada: la democracia; tal como la chaqueta de tweed de Chanel. Solo que, para algunos, no es más que un disfraz contingente. Para otros, siempre ha representado una forma civilizada de vivir y convivir. Y ahí está el punto: la democracia no es un accesorio, ni una consigna más. Es un compromiso vital, no conceptual. Una forma de vida plural, con reglas claras, respeto mutuo y competencia pacífica por el poder.
Por eso, aunque ya no sorprenda, sigue siendo inquietante escuchar a un excandidato presidencial del Partido Comunista afirmar que “el pueblo puede pasar por sobre el Estado de Derecho”. Lo inquietante no es tanto la frase —el PC nunca se ha caracterizado por la moderación—, sino ver cómo sectores que antes eran inequívocamente democráticos hoy aplauden, respaldan o relativizan ese tipo de declaraciones.
Más desconcertante (o más “desconcertacionista”) aún es escuchar al nuevo presidente de la Democracia Cristiana asegurar que ahora “el comunismo se volvió capitalista”. Como si la historia, los hechos y los regímenes de partido único pudieran maquillarse con retórica. O como si la misma DC, en un giro trágico, decidiera su propia extinción al apoyar a la candidata presidencial comunista, postergando su designio a cambio de algunos cupos parlamentarios. Bueno… eso ya pasó.
Pero cuidado: estos discursos, lejos de aclarar, confunden. Y esa confusión es funcional al comunismo. Porque, al final, nadie sabe bien qué se está blanqueando: ¿Se quiere convencer de que el comunismo ahora es democrático? ¿O de que el comunismo nunca fue antidemocrático? ¿Quién entiende?
En suma, y en medio de esta confusión, el PC se viste de trashumante.
Como en cualquier semana de la moda, lo hace con estilo y naturalidad mudándose la pasarela de la democracia; promete que no habrá expropiaciones, exhibe el mimbre como símbolo de la cuna de su candidata y disemina el amor como fórmula mágica ante la inseguridad pública. Paradojas de estos tiempos: busca llegar por la vía electoral democrática al poder, pero para hacerlo, debe jurar —al menos tres veces— que respetará precisamente esas reglas que antes, ni aquí ni en otros lugares, defendió. Porque en esos lugares donde asola el comunismo, como en Cuba o Venezuela, esas reglas son diferentes o tienen matices.
Pues Jara sigue defendiendo — con convicción: como chaqueta reversible— la seguridad pública, pero su partido vota y votó en contra de todas esas leyes que mejoraban la persecución del crimen organizado y el delito. Tan inocuos como los republicanos, que votaron en conjunto con ellos en contra del corazón de la Ley Nain-Retamal.
Pero volvamos al tema. Y aquí está lo central: no se trata solo de preguntar si Jara puede deletrear “democracia”, sino si puede vestirla o ser demócrata. Porque en esta temporada política, como en la moda, lo importante —lamentablemente— está siendo la puesta en escena, sin importar de dónde provienen las materias primas: sea de China o Panamá…
Al final, entre la DC y el PC, la verdadera disputa no parece ser quién es más demócrata… sino quién logra disimularlo. De cristianos, ya quedan pocos.