El ambiente de campaña presidencial de este año tiene un mérito que no se puede pasar por alto: los candidatos han asistido a foros productivos, han conversado con gremios y se han mostrado abiertos a discutir temas de desarrollo y crecimiento. Después de años de distancia entre el sector privado y la política, es un buen inicio. Habrá que observar con atención qué ocurrirá cuando ingresen a la cancha los candidatos independientes, cuyo diálogo con los distintos actores no siempre está asegurado.
Sin embargo, persisten gestos que amenazan con reinstalar la desconfianza, como la carta publicada hace algunos días en un medio nacional, firmada por ejecutivos y profesionales destacados. Solo por el hecho de que importantes empresarios aparecían entre los firmantes, el texto se interpretó comunicacionalmente como una toma de partido por una lista vinculada a un sector político específico, cuando en realidad no representaba la posición oficial de los gremios empresariales. Esa lectura, más allá de las intenciones legítimas de quienes firmaron, contribuye a erosionar el ambiente necesario para que empresarios y candidatos se encuentren en un plano de diálogo y colaboración.
Que los empresarios opinen es legítimo, incluso necesario. Lo que no ayuda es el tono de “pronunciamiento político” que, en lugar de ampliar la discusión programática, la contamina con la idea de que se trata de bloques enfrentados. El empresariado chileno tiene un desafío mayor: mostrar su vocación de seguir invirtiendo, innovando y haciendo empresa, siempre que las reglas sean claras y estables, en vez de quedar atrapado en la sospecha de que actúa como un actor partidario.
Es justo reconocer a aquellos empresarios que sí han optado por una línea más constructiva: los que han abierto espacios de conversación, han puesto sobre la mesa propuestas técnicas y han mostrado su disposición a invertir y colaborar, cualquiera sea el resultado electoral. Esa es la señal que el país necesita.
El mérito de estos encuentros no está solo en que los candidatos se acerquen al sector privado, sino en que también lo hagan a espacios que reúnan a trabajadores, universidades, centros de pensamiento, uniones comunales, agrupaciones de adultos mayores y otros actores sociales. Solo así se construye un debate que supere la lógica de trincheras y se acerque a la ciudadanía , la que vota en base a su experiencia cotidiana más que por teorías de desarrollo económico.
Si queremos que la agenda de crecimiento no sea solo un eslogan, el sector privado debe ser parte activa de las soluciones, pero desde un lugar que convoque y no que divida. No se trata de que no hablen, sino de cómo y con qué objetivo lo hacen. Porque si el mensaje se lee como un guiño electoral o una advertencia encubierta, el diálogo se dificulta y volvemos a lo mismo: desconfianza, ruido y parálisis.