Tome nota. El crimen organizado tardó un día en liberar de la cárcel a Osmar Ferrer, formalizado por homicidio calificado. En cambio el Estado de Chile tardó cuatro días en enterarse de que Osmar Ferrer había salido caminando por la puerta de Santiago 1, donde están los presos más peligrosos. De cuánto tardará nuestro sistema en detectar qué falló, solo Dios lo sabe.
Sobre el paradero de Alberto Carlos Mejía, como al parecer se llama en verdad el sicario, un párrafo aparte: lo más probable es que Osmar o Alberto Carlos ya esté fuera de Chile, incluso desde antes que nuestras policías, fiscales y gobierno supieran de su libertad. Pero -es crudo decirlo- no sería extraño que estuviera bajo algunos metros de concreto, como Ronald Ojeda. Los “soldados” del crimen organizado son la pieza más vulnerable de la cadena delictiva. Saben demasiado.
Volvamos al estado del Estado. Esta relación 1 a 4 en la velocidad de acción de nuestras instituciones versus los criminales ya es acojonante, pero si la proyectamos en el tiempo, sencillamente es el infierno. Hace más o menos un mes el Ministerio Público sacó a un fiscal dedicado a estos casos por vínculos con bandas criminales ; en las últimas semanas la Fach hizo lo propio con funcionarios sorprendidos acarreando droga en aviones de la Fuerza Aérea de Chile y el Ejército descubrió una red de traficantes con uniforme.
Algo hay que hacer para salir del letargo. Naturalmente no tengo la solución, y me temo que los que venden las “recetas infalibles” tampoco.
Este es el momento de la política. Más política. Mejor política. La política entendida como la capacidad de diseñar estrategias legales y administrativas conjuntas, probadas y eficientes para cazar ratones, más allá de si es con un gato o con una trampa.
Leyendo diarios y entrevistando líderes, con angustia vemos que los proyectos planteados tienen más que ver con el sempiterno CVA (cómo voy ahí), calculando la reelección y la sobrevivencia en un carguito con dieta y auto fiscal. Debiera en cambio ser el momento de la grandeza, de acuerdos amplios y generosos…aunque capaz que ya sea tarde. Cuando sean los narcopolíticos los que manden, de poco valdrán las sutilezas de si es más igualdad o más crecimiento, si eres de derecha o de izquierda.
Se hará realidad el temible “plata o plomo” de Pablo Escobar.
Como se han hecho leyes cortas para salvar partidos mal inscritos (en buena hora) o para evitar el colapso de las Isapres y la salud pública, no hay razón para no hacer una moratoria de regulaciones absurdas para acondicionar cárceles dentro del Estado de Derecho y derogar normas que impiden a nuestras autoridades actuar como quisieran hacerlo.
Un ex ministro reciente me decía con impotencia que si tuviera un botón de poder para apretar, lo haría para modernizar el Estado, pero de verdad y rápido, permitiendo a los encargados agilizar las cosas. Pero la realidad es otra: platas públicas malgastadas; impuestos asfixiantes; permisos denegados arbitrariamente por burócratas; funcionarios públicos apernados con la beca Pinochet (ley 18.834 de septiembre de 1989); políticos infantiles o promotores de las armas.
Hace unos días el embajador de Francia escribía en El Mercurio una carta haciéndonos ver el país que tenemos y que no valoramos. Y es verdad, es cosa de salir por el barrio o recordar cómo era Chile hace 40 años y constatar que efectivamente lo ocurrido en términos de crecimiento es un milagro. Pero el mundo está lleno de ejemplos de empresas que fueron líderes y que ya no existen, y sabemos por qué les ocurrió: no pudieron sostener el ritmo de carrera, se miraron el ombligo mientras el mundo les pasó por el lado.
¿Es verdad que Chile quiere eso? ¿La clase política prefiere no pactar con el adversario aunque nos condenemos a la mediocridad que ya conocimos por años? Si es así, estamos en el horno. Aunque yo sigo siendo de los giles que cree que aún estamos a tiempo.