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Cosechar en la pradera incendiada

La política es un régimen de opinión y como tal supone roces, desencuentros, debates y disputas. Y para avanzar democráticamente la mayoría de las veces hay que ceder hasta que duela. Hoy estamos en el peor de los mundos: entre la intransigencia total y un relativismo que llega a ser impúdico.

“A la derecha y la centro derecha le hablan los empresarios para pedirles unidad por el diario. ¿Quién le habla a la izquierda y la centro izquierda? Los trabajadores no pueden pagar una inserción en El Mercurio o La Tercera”. La reflexión de una militante del Frente Amplio me dejó pensando. ¿Es tan así? ¿Queda algo de identificación del electorado con los grupos ideológicos tradicionales? Los que hoy parecen pesar en el desdibujado mapa de ideas son los llamados poderes fácticos. Desde empresarios que amenazan con cortar el financiamiento de la derecha hasta los sindicatos que impiden limpiar de abusos el aparato público y mantienen al Estado capturado.

Sobre quién tiene hoy el favor del “pueblo”, el investigador argentino Pablo Stefanoni, experto en las izquierdas de Latinoamérica, sostiene que es la derecha dura y no los partidos obreros tradicionales. Y no es de mal agradecidos: es que la ambigüedad y el oportunismo le están pasando la cuenta a la política tradicional.

Llevamos décadas asistiendo al espectáculo de la inconsistencia. Si no ¿cómo entender que la familia del gásfiter que murió en La Moneda -tras jornadas inhumanas de trabajo- acuse total desinterés del Gobierno? ¿No es el Frente Amplio un partido que defiende a los oprimidos? Para qué recordar la reacción frente a la denunciante de Manuel Monsalve. Cuchillo de palo en la casa del herrero.

O ¿cómo entender que el Partido Socialista haya elegido animar un festival de luchas internas, ciego a lo verdaderamente importante para los ciudadanos? ¿O que la derecha tradicional haya apoyado a republicanos en la anterior campaña de Kast y en todas las votaciones del segundo proceso constitucional?

En su momento Evelyn Matthei se negó a votar a favor si los consejeros de Kast insistían en eliminar el aborto en tres causales. La actual candidata buscó formas más o menos diplomáticas para cambiar de opinión. Para qué hablar de los llaneros solitarios en el parlamento, que salen elegidos por un partido al que luego le dan la espalda para votar como su conveniencia indique. No son todos, pero son demasiados. La cita atribuida a Groucho Marx cae de cajón: “Estos son mis principios. Si no le gustan, aquí tengo otros”.

La política es un régimen de opinión y como tal supone roces, desencuentros, debates y disputas. Y para avanzar democráticamente la mayoría de las veces hay que ceder hasta que duela. Hoy estamos en el peor de los mundos: entre la intransigencia total y un relativismo que llega a ser impúdico.

El siguiente es un ejemplo del momento extremo que vivimos: el diputado Jorge Brito se niega a aceptar que el cupo del Frente Amplio a senador por Valparaíso se resuelva por una encuesta que entrega las mayores posibilidades al incumbente Juan Ignacio Latorre y al también diputado Diego Ibáñez. Brito, que quedó tercero, sostiene que la encuesta estuvo mal hecha, que no fue representativa y pide revisar el proceso. Y eso que son del mismo partido.

Mientras, en la derecha Chile Vamos emplaza a republicanos a aceptar el mecanismo de definición de candidatos para su pacto de omisión y los llama a asumir que unidos obtendrán mayoría parlamentaria. En el partido de Kast en tanto se cierran a cualquier acuerdo si la derecha tradicional no cede su cupo senatorial en Atacama. No hay racionalidad ni mucho menos buena voluntad en un grupo que tendrá que gobernar unido.

En este panorama lo único que avanza es la desconfianza y el descrédito. Y esto los extremismos autoritarios saben utilizarlo con astucia: inflamando la indignación de todos quienes asistimos a este espectáculo tan penoso. Lo que viene después es simple: cosechar en la pradera incendiada.

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