Si nos quedamos en las cifras, pareciera que en Chile nos falta amor: el número de matrimonios ha ido en picada en las últimas décadas. Para ser más precisos, se han reducido a la mitad en treinta años. En 1994 se registraron seis matrimonios por cada mil habitantes, mientras que en 2024 la proporción bajó a tres.
Algunos culparán a la creación de la figura de los Acuerdos de Unión Civil (AUC), que han ido al alza desde su creación en 2017. Tal vez es un desincentivo casarse ante la existencia de un trámite que parece ser menos formal y cuya disolución puede ser unilateral, a diferencia del matrimonio. También es más simple, porque solo permite optar por un régimen: la separación de bienes.
De todas maneras, la verdad es que la caída comenzó décadas antes de la creación de los AUC. En los ’90, coincidiendo con los años de mayor crecimiento económico de Chile. En ese período el PIB real per cápita aumentaba en 5,6% en promedio cada año. Los salarios crecían, menos que la actividad, pero de todas maneras a una tasa promedio anual del 4%. Para las mujeres esto significó tener un mayor sustento y lograr espacios de independencia. Otro dato: en esos tiempos, el crecimiento se logró gracias a una apertura comercial, que también permitió la llegada de ideas más modernas desde el extranjero.
El matrimonio, de partida, se pospuso. Se corrió. En los ’90 el grueso de este tipo de uniones se concentraba en hombres y mujeres entre los 20 y 25 años, en los 2000 pasaron al grupo de entre los 25 y 30, mientras que actualmente se concentran en la población entre los 30 y 35 años. No es coincidencia que, al mismo tiempo, los estudios de la gente se fueron alargando. En 1990 apenas el 15,5% de la población chilena tenía educación superior completa e incompleta. Treinta años después, pasaron a representar el 37%.
Estar casado ya no fue el hito clave en la vida. Los mayores ingresos -gracias al crecimiento y la educación-, permitieron que los sueños fuesen mutando al punto de que la caída en los matrimonios parece ser una consecuencia de fenómenos más bien positivos, no necesariamente una falta de amor o compromiso… que son bastante difíciles de probar por lo demás.
¿Nos debiese preocupar entonces?
Si relacionamos la caída en los matrimonios con la baja en la natalidad, la respuesta es simple: sí. Con una tasa de fertilidad de 1,03 hijos por mujer no lograremos el recambio del total de la población. Nos iremos reduciendo, con una menor fuerza laboral que se traduce en una caída en la actividad económica. Pero seamos claros: aunque ambos fenómenos pueden estar relacionados, casarse ya no es necesariamente sinónimo de tener hijos (y lo mismo al revés).
Algo similar sucede en el acceso a la vivienda y el matrimonio. En Chile, acceder a un inmueble requiere habitualmente de ingresos dobles. El 80% de la oferta de propiedades son de menos de 4.000 UF. Considerando las tasas actuales y las recomendaciones de la banca, para poder acceder a un crédito se deberían demostrar ingresos mensuales por alrededor de $2.000.000. Con un subsidio el monto baja, pero de todas maneras parece alto considerando que el sueldo promedio según las últimas cifras del INE está en $826 mil. La única forma es combinar recursos.
Ni hablar del pago de cuentas, las compras en el supermercado y los viajes. Desde el pan envasado hasta las piezas de los hoteles, todo está calculado para más de uno. Sin embargo, al igual como en el caso del problema de natalidad, no es necesario estar casado para acceder a la vivienda y tener un menor costo de vida.
Hay un tercer fenómeno relacionado con el matrimonio: el fenómeno de la caída en las cifras no es único en Chile, es global. El 90% de la población vive en países donde cayeron las cifras de matrimonio. Solo en EE.UU. el número de uniones ha caído 60% desde los ’70. El fenómeno en este país es particularmente interesante por la relación que se ha establecido entre matrimonios e ingresos. Un famoso estudio de la Reserva Federal de St. Louis mostró que las personas con mayores ingresos tienden más a casarse que aquellos con menores recursos.
Este dato podría ser anecdótico si no fuese por otra investigación de las universidades Kellog y de Michigan que mostró que los matrimonios estarían exacerbando la inequidad. Usando la evolución de los ingresos de la población danesa entre 1980 y 2018, los investigadores notaron que las personas solían seleccionar a parejas con una trayectoria salarial similar. Con eso, proyectaron que esta tendencia podría explicar el 40% del crecimiento de la inequidad desde 1980. Una hipótesis bastante aventurada basada en una realidad ajena a la nuestra, pero de todas maneras es una alerta: la falta de amor puede derivar en algo más que el fin del matrimonio.