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Plásticos sin acuerdo (y sin excusas): la ambición como punto de no retorno

La High Ambition Coalition (HAC), o el Nice Call for an Ambitious Treaty, que suman cerca de un centenar de países, ha declarado un mínimo claro: tratar todo el ciclo de vida del plástico; enfrentar consumo y producción insostenibles; fijar medidas globales sobre productos y químicos en productos; permitir que el tratado evolucione con mecanismos de decisión eficaces (como un futuro proceso COP); y asegurar financiamiento acorde al desafío.

La última ronda de negociaciones para lograr un tratado global que logre detener la contaminación por plásticos, llamada INC-5.2, cerró sin acuerdo. Once días en la sede de Naciones Unidas en Ginebra que coronaban un proceso de casi tres años y no se llegó a ningún resultado definitivo. Es legítimo sentir frustración: la brecha se mantuvo en aquellos aspectos conceptuales donde más urgía resolverla: los países reunidos no lograron acordar si el mundo debe reducir la producción de plásticos vírgenes y abordar todo el ciclo de vida del material, o si tan sólo bastan ajustes de gestión y reciclaje. La propuesta de borrador final (que fue vigorosamente rechazada), llegó sin una columna vertebral en químicos peligrosos (aditivos que todos reconocemos como problemáticos) y, por lo tanto, no obtuvo el apoyo requerido. El “consenso” volvió a operar como veto, al haber países con muy distintos niveles de ambición y, por qué no decirlo, responsabilidad y afección.

Dicho eso, conviene mirar más allá del tropiezo procedimental. La sesión dejó algo valioso: la ambición explícita de una amplia coalición de países (en torno a 120), la enorme mayoría de la sociedad civil y de un número creciente de empresas. Ese registro público importa. Porque la discusión ya no es solo qué se acordó -que hoy es nada-, sino quién prometió qué y qué hará ahora para honrarlo.

La High Ambition Coalition (HAC), o el Nice Call for an Ambitious Treaty, que suman cerca de un centenar de países, ha declarado un mínimo claro: tratar todo el ciclo de vida del plástico; enfrentar consumo y producción insostenibles; fijar medidas globales sobre productos y químicos en productos; permitir que el tratado evolucione con mecanismos de decisión eficaces (como un futuro proceso COP); y asegurar financiamiento acorde al desafío. Desde fuera de la sala, una coalición empresarial de cientos de compañías pidió prácticamente lo mismo en lenguaje de inversión: prohibiciones globales a los elementos más dañinos, reglas de diseño que funcionen en el mundo real, ley de responsabilidad del productor en el fin de vida y armonización para dar certeza. No es menor: estados y empresas con voz influyente declararon públicamente que el statu quo es indefendible.

Aquí comienza la rendición de cuentas y las posibles oportunidades. Quienes abogaron por un tratado ambicioso no pueden ahora hacerse los distraídos. No pueden, porque perderían credibilidad. Y en algunos casos, además, quedarían expuestos como parte de los responsables de este fracaso. Esto vale tanto para gobiernos como para compañías, especialmente aquellas con casa matriz en países que lideraron la oposición a un acuerdo más exigente (Estados Unidos y diversos productores de hidrocarburos, entre otros). Si la posición diplomática de tu estado bloqueó avances, hay más razón para que tu empresa muestre consistencia: alinear portafolio, compras, diseño y transparencia con la ambición que afirmas compartir. Lo contrario ya no es “prudencia”; es incoherencia.

Un tratado que se inició en la Asamblea de las Naciones Unidas Sobre Medioambiente (UNEA), pasó a tener un foco principal en la salud de las personas. El tema de químicos peligrosos es un ejemplo nítido. No hace falta entrar en listas técnicas para reconocer que existen aditivos asociados a riesgos para la salud y el ambiente que deben salir del sistema con fechas claras. Quien defendió esa tesis en la mesa internacional debería reflejarla de inmediato en sus decisiones: sustituir lo que corresponde, informar con claridad qué contiene cada producto y alinear la comunicación con evidencia verificable. Las personas —clientes, inversionistas, autoridades— exigen coherencia y progreso demostrable. Esa postura, bien manejada, puede presentar una gran oportunidad para las empresas cuyo producto o proceso productivo se relaciona con los plásticos, aprovechando de dar un impulso adicional hacia la sostenibilidad.

El cierre sin acuerdo también desnuda una lección institucional: si el consenso se transforma en un derecho de veto, el multilateralismo puede perder efectividad. Pero la política pública tiene más de un carril. Cuando los foros globales se detienen, las regiones, las ciudades, los reguladores sectoriales, las compras públicas y las cadenas de valor siguen avanzando. El resultado práctico es que, con o sin tratado, veremos estándares y exigencias converger en torno a lo ya anunciado: diseño para reutilización y reciclabilidad efectiva, reducción de lo que no funciona, y transparencia sobre qué resinas y qué aditivos utilizamos.

Para las empresas, el mensaje no es un listado de tareas, sino una brújula: actuar como si el estándar más ambicioso de tus mercados clave ya estuviera vigente. Porque, en la práctica, muchas veces ya lo está —por decisión de un retailer, por una licitación, por una norma local, por presión de financiamiento responsable-. Anticiparse no es filantropía: es gestión de riesgo y de competitividad. Y, de paso, es la forma más directa de no quedar en el grupo de los que “dijeron una cosa e hicieron otra”.

También para la ciudadanía hay un aprendizaje. La salida no es indignarse un día y olvidar al siguiente. Es demandar transparencia (qué contiene lo que compramos), reconocer y preferir a quienes se mueven en la dirección correcta y levantar el debate. El debate sobre plásticos no se reduce a un material; se trata de sistemas: de cómo diseñamos, usamos, recuperamos y, sobre todo, evitamos aquello que nunca debió producirse.

No escondemos la frustración. La sentimos. Pero preferimos convertirla en compromiso. Lo que la HAC y muchas empresas han puesto sobre la mesa es un piso político y cultural. Y los pisos, cuando son amplios y se repiten en voz alta, se vuelven puntos de no retorno. La tarea inmediata es clara y desafiante de ejecutar: que cada actor cumpla lo que declaró. Que los países que hablaron de ciclo de vida, producción y químicos peligrosos lo traduzcan en leyes, compras y fiscalización. Que las empresas que pidieron reglas claras las abracen en sus decisiones, no cuando sea obligatorio, sino ahora.

El multilateralismo volverá a intentarlo. Ojalá esta vez con reglas de decisión a la altura del problema. Mientras tanto, la historia continúa por otros carriles. Y ahí, la coherencia es la moneda: la de los países que prometieron ambición, y la de las empresas que dijeron estar listas para ella. Si honramos esa coherencia, la próxima vez no estaremos discutiendo si hubo tratado, sino cuánto avanzamos sobre el terreno que ya declaramos recorrer. Porque Ginebra puede haber quedado atrás, pero el desafío y la crisis que hay que resolver, sigue estando al frente.

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