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Make America Safe Again

Un estudio recientemente publicado por The Washington Post habla de que, hasta mediados de julio, los tribunales habían fallado en contra de la administración de Trump en 165 demandas… pero que se desafió la supervisión judicial en 57 de esos casos. Casi el 35 %. Más de un tercio.

El bueno de Donald lleva 14% de su mandato y ya ha vuelto al mundo patas pa’rriba, porque no le ha bastado revolucionar a los suyos. Lo razonable sería preguntarse qué más puede hacer, dónde más querrá meterse en el 85% de tiempo restante al mando del país más importante del mundo. Es de locos proyectar.

El primer punto a relevar es lo diferente que ha sido la misma persona (en un mundo cambiado, cierto) entre un gobierno que no puede repetirse el plato y otro que debía diseñar la estrategia de reelección. Da para pensar en los incentivos, ¿no?

Además, casi en los 80 años, se nota que Trump tiene sentido del tiempo y la urgencia: más que administrar, piensa en su legado. No ha dejado títere con cabeza, diríamos en buen chileno, lo cual es muy malo justamente porque ha buscado descabezar instituciones fundamentales como si fueran muñecos y no pilares de la democracia.

Ni siquiera entremos en tradiciones ya casi institucionalizadas en el mundo, donde EE.UU. ha jugado un papel clave como líder durante décadas. Este gobierno, de un plumazo y desde el día uno, destruyó a punta de aranceles todos los consensos de los mercados abiertos.

Como si fuera poco, tiró del mantel del Orden Mundial establecido al terminar la Segunda Guerra: mostró empatía con Putin y una conducta ambigua frente a su invasión a Ucrania, dejando la duda de si EE.UU. sigue siendo socio de la OTAN. Europa no duerme bien desde entonces.

Bajo el principio de que las cosas se arreglan desde adentro hacia afuera, lo más preocupante es el daño que la administración Trump le está haciendo a dos instituciones fundamentales: el Poder Judicial y la Reserva Federal.

Lo primero sin duda es más grave por tratarse de uno de los poderes del Estado, una de las tres patas del contrapeso. Un estudio recientemente publicado por The Washington Post habla de que, hasta mediados de julio, los tribunales habían fallado en contra de la administración de Trump en 165 demandas… pero que se desafió la supervisión judicial en 57 de esos casos. Casi el 35 %. Más de un tercio. La jueza Sotomayor de la Corte Suprema ha dicho que funcionarios del gobierno han “desacatado abiertamente” la orden de un juez de no deportar a migrantes a un país donde no tenían ciudadanía.

Imposible no recordar cuando Trump envió un avión con 260 venezolanos a las cárceles de El Salvador, medida anulada por un juez federal al momento de despegar. La orden no logró impedir el vuelo y el presidente Bukele se burló en su Twitter: “too late”, mensaje que fue retuiteado por el secretario de Estado Marco Rubio. Una situación impúdica y grosera de vulneración de las normas y de boicot al Poder Judicial, al igual que la inédita demanda a 15 jueces federales por “entorpecer deportaciones”.

Lo último, cronológica y valóricamente, ha sido el ataque a la autonomía de la Reserva. En 112 años de historia, nunca un presidente había destituido a una gobernadora, en parte porque carece de facultades.

Todo eso le importa un pepino a Trump. Nunca se había visto a un mandatario descalificando y matoneando al presidente de la Reserva por “no querer” bajar la tasa. Reuters ha dicho que es el mayor desafío en décadas a la autonomía del Banco Central.

Son tiempos recios, donde campea el todo vale y la solución instantánea ante cualquier problema. Pero mientras haya ñoños, como el autor de esta columna, que se desvelan pensando en que el cuidado a las instituciones es la verdadera reserva de un país y de su futuro, vale la pena seguir martillando.

Trump, como todo presidente, se irá, pero aún no se sabe cuál será la profundidad del daño. Porque no solo eliminar el absurdo wokismo es dar una batalla cultural, también lo es respetar las reglas y entender que están por sobre las inclinaciones individuales.

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