De aquí a 2030, el 39% de las habilidades laborales cambiará, según el World Economic Forum. La Inteligencia Artificial (IA) será uno de los motores de esa transformación. No es una moda: es una ola que ya mueve nuestra vida diaria.
Como ante muchos avances tecnológicos previos, tras el asombro inicial llegaron temores como la eliminación de empleos reemplazados por automatización, la opacidad de los algoritmos o el riesgo de ampliar desigualdades, entre otros. En educación no es distinto, y la pregunta clave es cómo garantizar que la IA complemente —y no reemplace— el esfuerzo cognitivo.
La evidencia sugiere que es necesario un equilibrio: la IA puede elevar la calidad de ciertos resultados, pero también homogeneizar ideas si se usa sin criterio, con el consiguiente riesgo para la originalidad y el pensamiento crítico.
En Chile, la ola aún no golpea con toda su fuerza. Eso es una ventaja, ya que podemos anticiparnos. No se trata de esperar una ley para actuar, sino de definir ahora cómo queremos gobernar esta tecnología en nuestras instituciones y organizaciones sociales.
Proponemos tres claves para surfear esta ola. La primera es establecer una gobernanza organizacional sin esperar la ley. La regulación llegará, pero tarde. Hoy corresponde que empresas, universidades y el Estado definan políticas de uso responsable: criterios de transparencia, gestión de riesgos, resguardo de datos, trazabilidad y alineamiento con valores. La gobernanza interna es el camino más realista para generar confianza e innovación a la vez.
La segunda es gestionar la IA como herramienta de inclusión. En educación, la IA puede personalizar aprendizajes y cerrar brechas, siempre que aseguremos acceso equitativo. Un buen ejemplo es Hazlo con IA, iniciativa impulsada por CENIA en colaboración con SOFOFA, que acerca competencias en IA a trabajadores, pymes y sector público. De lo contrario, profundizaremos las brechas entre lo público y lo privado.
La tercera clave se relaciona con el rol de las universidades como protagonistas y promotoras del aprendizaje continuo. Las instituciones de educación superior deben formar talento crítico y creativo, e impulsar la investigación, pero también liderar a la sociedad hacia el aprendizaje permanente.
Aprender no puede quedar relegado a “cursos de sábado”, ni entendido como un sacrificio frente al tiempo en familia, el descanso o el deporte: debe integrarse como parte natural de la jornada laboral. Los líderes globales de vanguardia ya destinan, de forma sistemática, al menos un 10 % de su tiempo productivo al aprendizaje, entendiendo que esa es la inversión más estratégica para mantenerse vigentes.
En este contexto, el desafío es fundamental. Ignorar los riesgos de esta ola nos llevará a una dependencia acrítica, y paralizarnos por miedo es igual de dañino. La IA debe convertirse en un proyecto colectivo que fortalezca la educación, democratice el acceso a la tecnología y eleve nuestras capacidades humanas.
El futuro no se predice: se anticipa. Tal como lo hace un surfista, debemos proyectar la ruta de la ola para sortearla con éxito y aprovecharla. Chile tiene hoy la oportunidad de decidir cómo quiere subirse a la ola de la Inteligencia Artificial. No debe hacerlo con miedo, sino con decisión.