A unos vejetes muy lateros, en la década de los ’20 del siglo pasado, se les ocurrió la idea de que no podían ser los políticos los que regularan sus propias elecciones. Imagínense el tiempo que tenían para dedicarse a esas cosas. Pero en fin, lo hicieron, y la creación del Tribunal Calificador de Elecciones quedó plasmada en la Constitución de 1925. Entre otras cosas, detalla que ese órgano “sentenciará con arreglo a derecho”.
Por muy averiada que esté la democracia liberal -la que todos dicen respetar pero que muchos están dispuestos a saltarse- el Tricel existe justamente para regular y controlar al poder. Más bien, a los que tienen el poder. ¿Se figuran ustedes que la decisión de quién ganó una elección o quién puede ser candidato estuviera en manos de los propios interesados?.
Daniel Jadue puede tratar de mover el avispero victimizándose y usando las pamplinas del “sesgo político” para sacarlo de la elección. Y Ximena Rincón puede decir que la sentencia que la afecta se contradice con lo expresado por el Servel. Pero lo importante es que en Chile existe el imperio del derecho, y ambas declaraciones no son más que el “sagrado derecho al pataleo”, como decía un viejo profesor.
El Tricel dejó la grande, porque impide que dos tremendos candidatos, eximios recaudadores de votos, puedan concursar. ¿Pero qué diablos tiene que ver el Tricel -compuesto por cuatro miembros de la Corte Suprema elegidos por sorteo, más un ex parlamentario- si Jadue cometió acciones aparentemente reñidas con la ley y por las que está acusado ante un tribunal? ¿Y si fue Rincón la que excedió por 12 horas el plazo para poder reelegirse? Sería bueno que los partidos se tomen en serio las normas y la potestad de los jueces, pues nadie puede sorprenderse ahora de ambos fallos.
Este caso, que probablemente cambie muchos resultados de la elección, es un regalo. Nos permite observar que por poderoso que alguien sea, la ley está primero, cosa que no ocurre en las dictaduras. Una oportunidad práctica para enseñar eso que dijo don Ricardo: “las instituciones funcionan”.
Pero además es un regalo para que los observadores corrientes sepamos, cuando las papas queman, quién es de verdad respetuoso de las normas y no solo cuando conviene, y quién tuerce de manera tramposa el derecho para tratar de llevar agua al propio molino y decir que un determinado tribunal actúa arbitrariamente sólo porque el declarante es el afectado.
Las instituciones funcionan, y probablemente sea ese el gran diferenciador de Chile todavía. Y tan poderosas son, que tienen la capacidad casi mágica de transformar. Tenemos a la mano el caso de nuestro presidente, que pese a sus propias ideas, sus discursos anteriores, al fuego amigo y al costo que ha debido pagar, desde que tomó la responsabilidad de ser el presidente y no un mero dirigente político, mostró una enorme e inédita capacidad de evolucionar. Quizás por eso hayan extrañado tanto sus “discrepancias” con el Banco Central, porque él puede tener una opinión y particularmente el derecho a tomar medidas, pero lo que nadie puede tener son datos propios.