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La casa desordenada

Boric no entrega la casa ordenada ni cuentas claras, entrega un desorden financiero con deudas ocultas y promesas incumplidas.

Que un gobierno presuma que dejará “la casa ordenada y las cuentas claras” cuando en realidad la está dejando en ruinas no es valentía, es desfachatez. Así lo dijo Gabriel Boric en cadena nacional, mientras la evidencia es demoledora: hace un año el gobierno aseguraba que en 2025 el déficit estructural sería de 1,1% del PIB; luego lo corrigió a 1,6%, después a 1,8% y ahora reconoce que será 2,2%: el doble de lo prometido. Y no, no hubo pandemia, no hubo terremoto, no hubo estallido social, no hubo crisis global como excusa. Hubo mala gestión y cálculos pésimamente hechos por “la mejor directora de Presupuestos de la historia”.

Lo peor es que no hablamos de un error puntual. Es la tercera vez que no se cumple con el déficit estructural y las estimaciones de ingresos fiscales han sido sistemáticamente sobrevaloradas. Javiera Martínez ha debido admitir reiterados “errores de cálculo”. Y no hablamos de una técnica fallida de Excel: hablamos de versiones distintas de informes enviados al Congreso, de supuestos irreales o fantasiosos de recaudación, de proyecciones que se caen a pedazos a los pocos meses. Así se arma un castillo de naipes fiscal, no un presupuesto serio.

El contexto macro lo confirma. El Imacec de agosto, otra vez, fue más bajo de lo esperado, la economía no repunta, y el desempleo, particularmente el femenino, sigue creciendo. Ironía amarga para un gobierno que se autoproclamó feminista: en lugar de liderar la inclusión laboral de mujeres, termina encabezando estadísticas de cesantía, gracias a la labor de una de sus ministras estrella y candidata presidencial de continuidad.

Pero el desorden y las cuentas oscuras no terminan ahí. Por primera vez desde el retorno a la democracia, un gobierno se niega a incluir en su último presupuesto la llamada “Glosa republicana”, ese espacio de gasto de libre disposición que todos los gobiernos anteriores dejaron para que la administración entrante pueda acomodar sus prioridades. Boric rompe la tradición: se va, pero amarra al que viene. Otra forma de “ordenar la casa”: cerrarle las piezas con candado al siguiente.

Y como si fuera poco, el Estado arrastra deudas millonarias. Con las clínicas privadas, porque el sistema público les deriva pacientes que no paga a tiempo. Con constructoras, porque se les encargan viviendas sociales sin cumplir los compromisos de pago. Lo que hay no es casa ordenada, es un buzón lleno de cuentas sin saldar.

En paralelo, Boric saca pecho con el Presupuesto 2026: gasto público creciendo 1,7 %, alzas en salud, pensiones, vivienda y seguridad. La paradoja es obvia: se incrementa el gasto estructural, sin fuentes de ingresos claras y con una trayectoria fiscal deteriorada. Es el equivalente a comprar muebles nuevos mientras el techo gotea.

Y todo esto con un promedio de crecimiento proyectado de apenas 1,8 % en su mandato, el más bajo desde 1990, salvo el segundo de Bachelet. Sin crisis externas mayúsculas, sin shocks comparables, el resultado es sencillamente mediocre. ¿Cómo llamarlo de otra manera?

El Consejo Fiscal Autónomo ha advertido que los ingresos efectivos pueden estar hasta un punto del PIB por debajo de lo que proyecta Dipres. Es decir, el hoyo podría ser aún mayor. Y la credibilidad está en entredicho: cuando cada informe corrige al anterior a la baja, la confianza de mercados, inversionistas y ciudadanos se desploma.

El gobierno puede repetir todas las veces que quiera la frase “dejamos la casa ordenada y las cuentas claras”. Pero las cifras, los porfiados números lo contradicen: déficit estructural desbordado, recaudación mal estimada, glosa republicana eliminada, deudas con prestadores de salud y constructoras, crecimiento anémico y desempleo creciente. Si eso es orden, ¿cómo se vería el desorden?

Boric no entrega la casa ordenada ni cuentas claras, entrega un desorden financiero con deudas ocultas y promesas incumplidas. Y lo más irónico es que pretende convencer a los chilenos de que la ruina es virtud. La historia económica reciente lo recordará no por sus discursos, sino por un legado de mediocridad: un país con más gastos comprometidos, menos ingresos reales y una credibilidad fiscal que quedó hecha trizas.

Que llegue rápido el 11 de marzo.

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