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¿Apropiación cultural… o política deliberativa?

Esa es la verdadera “apropiación cultural” de nuestra política: cuando se imita al adversario, se absorbe su estilo, se quema la identidad y se cree que la estrategia puede reemplazar la convicción. En pocas palabras: marketing político, cero contenido.

Nos hemos mal acostumbrado -por cierto- a tolerar las inconsistencias, las volteretas y los acomodos de opinión de los candidatos de los extremos. Da igual el color: cuando la ambición supera a la coherencia, todo se justifica. Ahora, Jeannette Jara habla de la ausencia de democracia en Cuba, y José Antonio Kast nos sorprende con llamados a la “unidad en la derecha”, pidiendo apoyo para una eventual segunda vuelta después de haberse negado sistemáticamente a participar en primarias.

¿Será Kast un nuevo Boric? ¿Aquel que, desde el otro extremo, adapta su relato con fines electorales y viste el traje del pragmatismo sin admitirlo? ¿O sigue siendo el mismo de siempre: con desdén por las mujeres, por los acuerdos y con esa tendencia solapada a intentar -cuando pudiere- saltarse al Parlamento cada vez que las reglas no le acomodaren?

La escena política de Kast ya tiene su propio elenco: su Giorgio Jackson encarnado en Cristian Valenzuela -acusando a los funcionarios públicos de ser “parásitos” (una ironía que lo deja, según su lógica, como un exparásito)-; su Camila Vallejo en Ruth Hurtado, siempre lista con declaraciones destempladas, más incendiarias que reales; y su Miguel Crispi en la figura del autodenominado profesor Silva, el ideólogo de un relato doctrinario más moralista que moderno.

Y como si fuera poco, al más puro estilo de Boric, también Kast aporta su cuota familiar: lleva a su propio hijo como candidato a diputado. En fin, una serie de similitudes que dejarían mudo a cualquiera.

Un déjà vu político, de esos que resultan inquietantemente similares, donde los discursos se repiten, solo que cambiando los nombres y los bandos. Incluso tiene su propio Renato Garín, personificado en Johannes Kaiser: un exdevoto o converso que, tras advertir el cambio de estrategia y conducción al que lo sedujeron a seguir, hoy se muestra como una voz disonante frente a Kast. Pero, en su beneficio -como dijimos-, uno grita y el otro se viste de estadista.

Y como si todo esto fuera poco, cuando no pudo llevarse los muebles de su expartido político, Kast intenta ahora llevarse el alma. Con imágenes y declaraciones de sus nuevas figuras -su particular “Camila Vallejo”-, no solo asume el legado de este Gobierno al que tanto criticó (al imitar su elenco), sino que se atreve a usurpar el símbolo más profundo del gremialismo y de la democracia moderna de derecha: Jaime Guzmán.

Esa es la verdadera “apropiación cultural” de nuestra política: cuando se imita al adversario, se absorbe su estilo, se quema la identidad y se cree que la estrategia puede reemplazar la convicción. En pocas palabras: marketing político, cero contenido. Lo preocupante no es la copia, sino que el país termine eligiendo entre espejos que reflejan lo mismo desde lados opuestos.

Porque, al final, lo que se desvanece no es solo la ideología, sino la credibilidad. Y sin credibilidad, no hay liderazgo -ni de izquierda ni de derecha- que aguante y mucho menos, extremo que triunfe.

¿Cuándo veremos al republicano arriba de un árbol?… En pocas semanas.

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