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Lecciones, no amenazas

La pregunta se centra en los dos polos de la elección: por un lado, si con el triunfo de Kast volveremos a vivir una revuelta, y por el otro, si el mundo PC junto con Jara agitarán la calle otra vez.

Pareciera ser que la sombra del 18 de octubre de 2019 se vino a quedar por un buen rato. Y no es para menos; vale tomarle el peso a la palabra estallido. Solo hay que pensar en recomponer un vaso de vidrio que estalla al calor de una alta temperatura. ¿Podrá alguna vez volver a ser el mismo?

Se cumplieron seis años de ese día en que nadie entendía nada. Después vinieron infinidad de explicaciones, teorías, búsquedas personales para dar un significado a una noche en que estuvimos a la
deriva. Siendo entonces editora de La Tercera Domingo, titulamos esa edición del 20 de octubre como “La crisis que nadie previó”. Y nos llovieron las críticas, las funas, los sabelotodos que decían que era obvio, que el estallido estaba a la vuelta de la esquina.

Chile vivía un malestar, es cierto. Tiendo a estar de acuerdo en la tesis que señala que el acelerado paso a la democratización del consumo, el sueño de poder cruzar un umbral que antes se veía inalcanzable, acumuló una frustración que quiso encontrar una expresión en el estallido. Pero no era algo que se pudiera prever. De ser así, extraño sería que no hubiésemos encontrado nunca a la máquina articuladora del reventón. Fue un momento espontáneo. Como dijo Carolina Tohá hace unos días en Europa: un efecto mariposa; el movimiento de un ala provoca el movimiento de otra, y así. La naturaleza se apropia de los comportamientos.

En estos días electorales, la sombra/amenaza del estallido se intensifica. La pregunta se centra en los dos polos de la elección: por un lado, si con el triunfo de Kast volveremos a vivir una revuelta, y por el otro, si el mundo PC junto a Jara agitarán la calle otra vez.

La sensatez plantea que es difícil que ocurra. Pero no la sensatez de los políticos ni la de los que se piensan sabelotodos, sino la sensatez de las personas que vieron que el estallido social no sirvió para nada más que para producir una sombra, un dolor, una nueva fractura que sumar al cúmulo de cicatrices que aún no habían sanado.

El año pasado, con motivo de los cinco años del estallido, Cadem realizó un profundo estudio sobre la percepción de los chilenos respecto del 18 de octubre. Y si dos meses después del estallido social el 74% de los chilenos creía que seríamos un mejor país, ese sueño se derrumbó por completo: en octubre del año pasado sólo un 6% creía que estábamos mejor, mientras un 68% estimó que el 18 de octubre tuvo consecuencias negativas y marcó un período de declive en la calidad de vida de los chilenos. La percepción de la violencia también cambió completamente: si en 2019 un 28% de los consultados la justificaba para avanzar en transformaciones, a cinco años del estallido solo un 5% está de acuerdo con esa afirmación y un 87% en total desacuerdo.

Lo mismo con los símbolos: el rebautizo de la Plaza Italia como Dignidad envejeció mal y hoy hasta genera cierta vergüenza el mareo con el momento. Mientras en 2019 un 44% dijo haber participado en una movilización o marcha, el año pasado sólo un 27% reconocía que lo había hecho.

Pero no se trata esto de borrar con el codo lo que escribimos con la mano. No se trata de lograr un acuerdo tácito con la mirada que sugiere que todos, de lado y lado, estuvimos equivocados. No se trata, tampoco, de chantajear al electorado con quién tiene más posibilidades de provocar un nuevo estallido social. Las personas no son tontas. Los sufrimientos estuvieron en todos lados, nadie tiene la razón completa. El paraíso no llegó para nadie, y la pérdida de la democracia tampoco. Cuando la sombra del estallido se hace más latente, como estos días, más que amenazas, lo que vale aquí es buscar lecciones. Y de esas si que tenemos por miles.

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