Existe una frase que resume muy bien lo ocurrido hasta hoy con la tramitación de la Ley de Presupuestos 2026: “no malgastes tu voz en quien solo escucha para responder, no para entender”.
El Gobierno, muy distinto a lo que prometió al inicio de su mandato, no mostró -ni muestra- intención alguna de oír las legítimas aprehensiones sobre la estimación de ingresos, los niveles de gasto y la priorización de recursos. Pide, más bien, un acto de fe: que los parlamentarios confíen ciegamente en sus proyecciones, aun cuando la historia reciente demuestra que sus cálculos no cuadraron y que el balance estructural se deterioró año tras año.
La Comisión Especial Mixta de Presupuestos, en un hecho inédito, rechazó casi la totalidad del proyecto. No fue un voto de castigo político, sino un acto democrático de responsabilidad. Las partidas se rechazaron no porque el país no necesite recursos, sino porque no se puede seguir gastando sin claridad sobre cómo se va a financiar. Chile no puede hipotecar su futuro con endeudamiento irresponsable ni con estimaciones optimistas que no resisten la realidad económica.
Y es que los números no son neutros: detrás de cada peso mal calculado hay un programa social que no llega, una inversión que se retrasa, una región que se queda esperando y un hospital sin insumos. La confianza fiscal no se construye con discursos, sino con seriedad técnica, transparencia y diálogo real.
El Ejecutivo eligió el camino equivocado: el del monólogo. Y, cuando el Gobierno se encierra en sí mismo, cuando escucha solo a quienes aplauden o justifican, el Congreso cumple su rol, hace lo que la institucionalidad le exige y ejerce su función de colegislador: poner freno.
Sin diálogo no hay posibilidad de avance. Sin ingresos claros, no se pueden aprobar mayores gastos. Y sin puerto, ningún país puede llegar a destino.
El rechazo del Presupuesto 2026 no es una derrota para el Gobierno, sino un llamado de atención responsable: la paciencia política y ciudadana se agota cuando las promesas se vuelven excusas. El país necesita certezas, planificación y rigor; no improvisación ni marketing fiscal.
No son aceptables más presupuestos de confianza.
Chile necesita austeridad fiscal, gasto público enfocado en las necesidades ciudadanas y absoluta certeza en la proyección de sus ingresos.