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La vejez de la juventud

“Debemos avanzar con responsabilidad en los cambios estructurales sin dejar a nadie atrás; crecer económicamente; convertir lo que para muchos son bienes de consumo en derechos sociales sin importar tamaño de billetera; y garantizar la vida tranquila y segura”.

El 19 de diciembre de 2021, un emocionado Gabriel Boric daba su primer discurso como presidente electo. Era un momento histórico: con 36 años, se convertiría en el Mandatario más joven del país, representando a una fuerza nueva y poderosa de izquierda, de crecimiento meteórico, llena de promesas sobre cambiarlo todo.

Boric asumía un país que salía, además, de dos episodios traumáticos; un estallido social, que su propia fuerza política alimentó, y una pandemia que sacudió al planeta completo.

El discurso entonces fue simbólico. Pero quizás lo es más hoy, a la luz de lo que resultó su administración. Un gobierno que paradójicamente asumió con todos los bríos juveniles, pero claramente envejeció rápido. Y mal.

Algunos capítulos del discurso.

“Buenas noches, Chile”, empezó el presidente electo, y continuó en lengua rapanui, aymara y mapuche: “Pō nui, suma aruma, pün may, Chile. Gracias a ustedes, a todas las personas, a todos los pueblos que habitan el lugar llamado Chile”, dijo Boric, empapado del ánimo plurinacional que entonces cruzaba la discusión sobre cuál sería la refundación de nuestro país.

Más adelante, el guiño feminista que prometía esta generación al poder: “Quiero agradecer a las mujeres de nuestra patria, que se organizaron para defender los derechos que tanto les ha costado alcanzar (…) El derecho a voto, el derecho a decidir sobre su propio cuerpo (…) Cuenten con nosotros, ustedes serán protagonistas de nuestro gobierno”.

Luego siguió: “Debemos avanzar con responsabilidad en los cambios estructurales sin dejar a nadie atrás; crecer económicamente; convertir lo que para muchos son bienes de consumo en derechos sociales sin importar tamaño de billetera; y garantizar la vida tranquila y segura”.

Y por supuesto, marcó el ethos que iba ser el puntapié inicial no solo de su administración, sino que de una nueva era: “Defenderemos el proceso constituyente, que es motivo de orgullo mundial. Es la primera vez que escribimos una Constitución de forma democrática. Cuidemos este proceso para que sea una Carta Magna fruto del acuerdo y no de la imposición”.

Si 20 años no son nada, quién diría que en menos de cuatro el plan tuvo que cambiar tanto.

A los pocos días, en la IX Región, la comunidad de Temucuicui recibió a balazos a su ministra del Interior, rayando la cancha de una realidad que no habían querido ver. De ahí en más, la Araucanía continuó siendo una zona a cargo de los militares, perpetuando un Estado de Excepción constitucional hasta el día de hoy. La paz en el territorio no ha sido alcanzada por un acuerdo político, y la consulta indígena que emanó del acuerdo por la Paz y el Entendimiento, no ha podido ver la luz. La reforma constitucional para el reconocimiento de los pueblos indígenas difícilmente va a salir antes del 11 de marzo próximo.

Sobre el gobierno feminista, poco que decir. Si la teoría mantuvo el pañuelo verde en alto -presentó el proyecto de ley de aborto libre- la práctica borró de un plumazo el discurso: el caso Monsalve, una alta autoridad de gobierno acusada de violar a una subalterna y un pésimo manejo desde La Moneda, contradijo el ADN del mantra que decía que hasta la construcción de un pozo séptico sería con enfoque de género. Poco avance feminista; ni siquiera salió a ley de sala cuna universal.

En términos de crecimiento económico del país, todo indica que cerrará su período alrededor del 2%. Una cifra tímida para las necesidades de los tiempos que corren, nublada además por la sombra del debate en torno a la permisología que impide el despegue. En cuanto a derechos sociales; sí se anotó un gol con la reforma de pensiones, aun a contrapelo de un buen puñado de sus adherentes. También la Ley de 40 horas, vista como un triunfo de derechos sociales, pero de discutible efecto sobre la necesidad de crear más y mejores empleos. El mismo Banco Central estimó que esa política, junto con el alza del salario mínimo, impactaron fuerte sobre la creación de puestos de trabajo.

Si bien estos cambios no son únicamente resorte del gobierno -la difícil gobernabilidad del Parlamento es el principal obstáculo- en la suma final tampoco se ve “la garantía de una vida tranquila y segura”. El desborde de la delincuencia, arrastrado desde años anteriores, no ha sido contenido. Basta leer los titulares diarios.

Y para cerrar, ese ejemplo mundial de proceso constituyente terminó siendo ante el mundo el peor récord: dos intentos fallidos, con divisiones, traumas, escándalos, rupturas, para terminar igual como estamos.

El triunfo del Rechazo dio vuelta por completo los planes del gobierno. Sepultó la hoja de ruta que a partir de entonces fue dejando fuera del camino a sus figuras más emblemáticas -Giorgio Jackson y la superioridad moral, Matías Meza y los indultos a los presos del estallido, Izkia Siches y Temucuicui- y a su idea de crear un Chile nuevo.

Gabriel Boric lo vio temprano. No le hizo asco a cambiar de rumbo ni de equipo, intentó sostener el timón de un barco que enfrentó un viento en contra, distinto al que tenía en su pronóstico.

Dicen que en el gobierno hoy están cansados. Con ganas de que termine pronto, con poca energía de juventud. Haciendo el aguante para que Jeannette Jara obtenga una buena votación.

Contentos con algunos pequeños logros, pero resignados a que aquello que se soñó el día del triunfo, definitivamente no sucedió.

“Otra cosa es con guitarra”, le decía Piñera a Boric. Esa frase, apestosa -hay que decirlo-, sí que envejeció bien.

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