El próximo 14 de diciembre, José Antonio Kast será elegido Presidente de la República. Y tiene buenas chances de hacerlo con una votación histórica. La más alta de nuestros 215 años de vida republicana.
Hay buenas razones para anticipar eso: la baja votación de Jeannette Jara en primera vuelta, apenas tres puntos porcentuales sobre Kast; le impidió quedar con una sensación de triunfo y, evidentemente, le genera la obligación de remontar demasiado para llegar a la mitad más uno. Otra razón, pese a lo que la mayoría de las encuestas sugirieron, Kaiser estuvo lejos de avanzar al balotaje. Para Jara, haber tenido de rival a un candidato fácilmente encasillable con la ultraderecha le habría abierto una buena opción de quedarse con una parte no menor de los votos de Matthei y de varios otros moderados. Y la última, los tres candidatos que se identifican abiertamente con la centroderecha y la derecha ya superan más del 50%. Sólo sumar todas las adhesiones de Parisi, Mayne-Nicholls, MEO y Artés le darían las llaves de La Moneda en desmedro de Kast. En resumen: misión imposible.
De esta manera, y tal como ha venido ocurriendo desde 2009, la elección continuará con la lógica pendular de la alternancia: un Presidente electo de oposición reemplazará a un Presidente oficialista.
Si la centroderecha quiere romper con esa dinámica y, por lo tanto, construir serias y reales posibilidades para que en marzo de 2030 Kast le entregue la banda a alguien de su sector, tiene que hacer varias cosas.
La primera, en ninguna circunstancia marearse con la alta votación de Kast. Obvio, por cierto, que hay que celebrar, pero luego de eso hay que poner rápidamente los pies en la tierra.
Sería imperdonable repetir lo que hizo la izquierda luego de la elección de convencionales constituyentes de 2021, o en el Partido Republicano, en 2023, que, tras conseguir aplastantes mayorías, se llevaron la pelota y la cancha para la casa.
La centroderecha tiene que aprender, de una buena vez, que, tal como acaba de quedar demostrado en las elecciones parlamentarias, tiene la obligación de ponerse de acuerdo, de dialogar, de ceder, es decir, que no puede dividirse, que tiene prohibido darse gustitos.
Evidentemente que es muy complejo. En un bloque tan diverso y amplio, siempre habrá que convivir con los “llaneros solitarios”, con los díscolos que se creen más importantes (nunca lo son) que el grupo.
Repetir la farra de la elección parlamentaria no es aceptable. Si se hubiese actuado con generosidad, sentido estratégico y pensando en el bien mayor y no en el metro cuadrado particular, desde el 11 de marzo a José Antonio Kast lo acompañaría una mayoría robusta en ambas cámaras.
Hay una responsabilidad mayor y es una responsabilidad con el país, con los más humildes, con todos aquellos que durante el gobierno que apoya a Jeannette Jara lo han pasado pésimo, que han visto cómo su calidad de vida ha retrocedido, que no encuentran trabajo, que los asaltan y asesinan, que no pueden caminar tranquilos en la calle, que sus hijos no pueden ir al colegio, que no los atienden en los hospitales.
No hay otra opción que construir un gobierno amplio, con los mejores representantes de cada sector de esta nueva centroderecha.
Por suerte, esta semana ya hemos visto auspiciosas señales en ese sentido.
Los otros dos candidatos presidenciales del sector, dejando de lado los naturales roces de campaña, el mismo domingo expresaron su saludo y apoyo a Kast.
Luego, desde Demócratas, Amarillos, Evópoli, independientes de centro e incluso representantes y parlamentarios electos del Partido de la Gente de Franco Parisi, anunciaron que estarán con el abanderado republicano en la segunda vuelta.
Se hace imperioso entender que esta es la única forma de actuar en los próximos cuatro años. Porque es imposible -y torpe- pensar que la izquierda no volverá a comportarse igual como la última vez que fueron oposición, durante el gobierno del presidente Sebastián Piñera.
Si alguien tiene dudas, lo invito a revisar cómo el Partido Comunista, el partido de la candidata Jara, votó la mayoría de los proyectos sobre seguridad del propio gobierno de Gabriel Boric. Casi siempre en contra, pese a que buscaban otorgarles más herramientas a las policías y fiscales y achicarles el cerco a los delincuentes.
Esa será la oposición. No hay que perderse. Todos estos discursos que hemos escuchado los últimos tres años y medio de que aprendieron a “habitar el cargo”, se van a esfumar.
Van a estar en la calle, van a bloquear todo lo que puedan. Todos esos movimientos que solían marchar ante la menor excusa y que desde 2022 desaparecieron para ocupar algún cargo en el fisco, van a volver a “rodear” todo aquello que no piense y actúe como ellos.
Con otros símbolos, con otros discursos, van a volver los llamados a refundar, las apelaciones a No + algo, a criticar lo que sea, a amenazar, a funar.
Serán una oposición implacable y la única forma de resistir y revertir aquello, es con un oficialismo unido. Diverso, con diferencias, pero unido.
No hay otra opción y hay que empezar ya.