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13 de Febrero de 2015

Los años subversivos de Rolando Jiménez: la desconocida lucha armada del actual líder del Movilh

Durante los 80s el líder del Movilh fue jefe de una unidad de combate del Partido Comunista. Puso bombas, combatió en la calle y reclutó a algunos de los miembros del FPMR que atentaron contra Pinochet. A más de 20 años de haber renunciado al PC por ser discriminado debido a su condición sexual, cuenta a El Dínamo una historia hasta ahora inédita.

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Estaban muertos de miedo. Eran cinco veinteañeros, todos de las Juventudes Comunistas, que acarreaban bencina y neumáticos hacia una calle de La Pincoya. Iban con la adrenalina y la precaución de quien arriesga su juventud debutando como combatientes clandestinos: lo que iniciarían ahí, pasadas las ocho de la noche, no tenían idea cómo iba a terminar.

Al llegar al punto estratégico, cerca de una comisaría, soltaron los neumáticos, los rociaron con bencina, prendieron fuego y corrieron casi sin comprobar si ese intento de barricada había comenzado a arder. Escaparon unas diez cuadras y se perdieron en una población de Recoleta. Quince minutos más tarde volvieron al lugar de origen y se llevaron una sorpresa. Los vecinos del barrio habían sacado muebles viejos, colchones y hasta refrigeradores para alimentar el fuego. Lo que partió con un par de ruedas quemadas, era ahora una enorme llamarada que se extendía por varias cuadras e iluminaba la población.

/ EFE

Fue la primera gran manifestación en La Pincoya, en el año 1983. Y entre sus iniciadores estuvo Rolando Jiménez. El mismo que años después se convertiría en líder del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh). El mismo que con esa acción, daba inicio a una de sus etapas más desconocidas: la de combatiente clandestino del Partido Comunista.

Jiménez nació en 1960, en Renca, en una familia de bajos recursos y cuatro hermanos. Su madre era garzona y su padre taxista. Cuando cumplió siete años, cerca de navidad, su papá se suicidó. Impedida de mantenerlo, su madre lo envió a Angol, donde fue criado por un tío militar que en las vísperas del golpe llegaba a casa con una metralleta M16. Jiménez recuerda: “No sé si fue por influencia de él, pero yo tenía pensado ser detective o carabinero. Me llamaban las armas. Y tenía esas opciones como profesión”.

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Pero las cosas cambiaron. En casa de su tío comenzó a haber problemas por culpa del alcohol y a los quince años, Rolando decidió volver a Santiago. El lugar era una mediagua en un campamento al lado del cementerio metropolitano. “Las condiciones de vida eran deplorables. Imagínate, siete personas viviendo en 40 metros cuadros con cuéa. Esa misma pobreza, y además lo que empiezas a ver en la población, me fue marcando”, dice Jiménez, que comenzó de esta forma a encontrar su domicilio político: la izquierda. En plena dictadura.

Rolando Jimenez en los 80'

Mientras trabajaba acarreando cosas en la Vega, Jiménez se hizo amigo de una pareja militante del MAPU. Esa fue su escuela política. Se conectó con la historia de su tío Danilo, que había sido detenido desaparecido, y comenzó a participar en actividades del partido.

En 1983,  la recesión económica que había estallado un año antes, aún daba coletazos. Los desaparecidos y torturados aumentaban, y la dictadura, a diez años del golpe de Estado, parecía perpetuarse. Fue entonces que varios grupos de izquierda empezaron a discutir sobre la legitimidad de la lucha armada para combatir a Pinochet. Y Rolando, convencido, optó por esa vía y aún no se arrepiente. “Encuentro que era legítimo la fuerza militar contra una dictadura feroz”.

Pero como en Chile no encontraba un lugar para combatir, decidió irse con un amigo a Perú, siguiendo un anuncio de que en Arequipa estarían reclutando combatientes para ir a pelear a Nicaragua.“Dejé todo botado y me fui a comprar mochilas, botas, sacos de dormir, a San Bernardo donde venden estas cuestiones dadas de bajas del ejército. Agarramos eso y nos fuimos a dedo a Arequipa”. Al llegar, descubrió que el anuncio era falso. Mirando la televisión en Perú, vio cómo en Chile se había hecho la primera manifestación masiva contra Pinochet.  “Entonces me dije: si empezó la mocha en Chile, ¿para qué me voy a ir a Nicaragua?”. Fue así como Rolando llegó a la Unidad de Combate del PC.

Los bombazos de Jiménez

En Chile, Jiménez se reunió con la Jota, le dieron la chapa de Jorge y armó la primera protesta en el barrio La Pincoya. Pero él quería entrar a la Unidad de Combate. “En ese periodo el Partido Comunista recién estaba implementando su política militar, y lo que se formó fueron unidades de combates, UC, que básicamente eran militantes de la Jota que recibían entrenamiento paramilitar”, cuenta Rolando.

Rolando Jiménez/Agencia Uno

En su sector, la unidad contaba con cinco combatientes. Ninguno de ellos superaba los 25 años. Jiménez, por su liderazgo, llegó rápidamente a ser el jefe. Recibían, en sus propios hogares a veces, a instructores enviados por el partido, quienes les enseñaban a hacer  explosivos caseros. Con esa metodología, hicieron su primer golpe: un atentado a un colaborador de la CNI que vivía en el barrio.

Estuvieron el día anterior preparando los explosivos. Aunque en esa oportunidad no utilizaron clavos ni elementos de metralla. “Queríamos solo darle un susto al huevón”, recuerda. Eran las doce y media de la noche y Rolando, o Jorge como rezaba su chapa, fue el encargado de prender la mecha. “Fueron como diez fósforos, porque estaba más nervioso que la cresta. Hasta que logré prender la mecha y salimos raja”, cuenta. Corrieron dos cuadras. Pero el silencio indicaba que algo no estaba funcionando. La bomba no había explotado.“Habíamos dejado la mecha muy larga”, dice riendo. Justo cuando iban a volver a revisar, sonó la explosión. Su primera misión había sido cumplida.

/AgenciaUNO

Jiménez recibió instrucción militar. En esas oportunidades subían a bordo de un camión, escondidos con mantas, e iban a una casa del barrio alto a clases de inteligencia de guerrilla, estrategia, y de uso armamento. Ahí aprendió a ocupar fusiles y sub ametralladoras. Aunque solo llegó a ocupar una vez un arma de fuego, un revólver calibre 22, y en medio de una protesta.

“Yo estaba cuidando a un equipo de la Jota que tenía que hacer unas barricadas y llegaron los pacos. Estábamos en avenida Recoleta, y ya no había posibilidad de que los cabros se fueran, así que para que los pacos no siguieran avanzando, utilicé el arma. Le pegué un par de balazos al furgón y los pacos apretaron cuea”, dice.

/ Agencia Uno

“Afortunadamente siempre he dicho que no sé qué habría pasado en mi cabeza si me hubiese echado a alguien, creo que es un asunto muy complejo. Yo sabía que esa posibilidad existía, y estaba dispuesto a correr los riesgos. Son cosas que uno no elabora mucho, la adrenalina contra la dictadura era muy fuerte”.

La carrera paramilitar de Jiménez llegó a su fin producto de la discriminación que daría origen a la lucha que sigue hasta hoy: la de los derechos de las minorías sexuales.

Cerca de 1985, después de haber ayudado a reclutar a algunos de los fusileros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que luego harían el atentado a Pinochet, Jorge comenzó a abandonar las armas. Su buena oratoria en las protestas y su capacidad de liderazgo, hicieron que el partido lo considerara para labores de coordinación política. Así comenzó a tener responsabilidades mayores como líder de la Coordinadora Metropolitana de pobladores, donde organizó tomas de terreno, reuniones políticas y protestas masivas. Finalmente fue considerado para secretario regional de la Jota. Pero esa vez, su condición homosexual se lo impidió.

/ Agencia Uno

Su nueva lucha

Rolando asumió públicamente su homosexualidad  en 1986. En principio no tuvo muchos problemas dentro del partido. Aunque para los militantes más viejos, “la homosexualidad era una desviación más del capitalismo. Era tan perverso el capitalismo, decían, que hacía que los hombres cansados, aburridos y hedonistamente, se metieran  con otros hombres. Porque el capitalismo era la degeneración máxima”, cuenta.

Era el octavo congreso de la Jota, en 1988. Sus compañeros lo habían convencido de ser secretario regional. Para el cargo tenía un apoyo mayoritario. Sin embargo, en un momento del día, Rolando fue a una cabaña que había en el lugar del evento. Cansado, se tendió en un camarote. Mientras intentaba dormir, escuchó los murmullos de un grupo de militantes que hablaban de cómo evitar que el congreso eligiera a “un maricón como dirigente”. “Si sale, estamos cagados”, decían.

/ Agencia Uno

“Estuvieron conversando de una manera feroz, perversa al respecto. Así que me bajé de la cama, agarré mi mochila, una radio que había llevado, crucé por entremedio de ellos y me fui. No volví a militar nunca más”, recuerda.

El resto es historia conocida. En 1991 formó el Movilh y se convirtió en el primer líder chileno en luchar por los derechos de los homosexuales, en una época en que las relaciones homosexuales entre adultos eran consideradas un delito.

Movilh

“Yo diría que la lucha contra la homofobia es más compleja que la lucha contra la dictadura. Porque en la lucha contra la dictadura el enemigo estaba clarito (…) Pero la lucha contra la homofobia tiene que ver más con las cabezas, la cultura, una cultura de 400 0 500 años que dice que la homosexualidad es peligrosa, pecaminosa, enferma, que viola niños”, asegura.

“Para mí es el mismo grado de intensidad, las mismas ganas que en la lucha contra la dictadura”, dice desde una oficina del Movilh, antes de ir a una reunión. Y de seguir trabajando, como hace ya más de dos décadas en las que apenas ha tenido vacaciones.

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