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Leonidas Montes: “Ha habido un deterioro en nuestros representantes”

Leonidas Montes lleva siete años a cargo del Centro de Estudios Públicos (CEP). En esta entrevista habla de corrupción, de los efectos del estallido social, de la diferencia entre liberales y libertarios, y explica por qué, después de tanto experimento reciente, es buena idea volver a ser un país moderado.

Si hay un rasgo de Leonidas Montes Lira que salta a la primera vista, y se diría que salta donde sea -su oficina, un evento social o mientras compra un repuesto en 10 de Julio- es su sonrisa. La expresión confiada y natural, casi bendecida, que sólo les pertenece a esos pocos humanos que parecen haber hecho las paces con la vida, si es que alguna vez se pelearon con ella. El director del prestigioso Centro de Estudios Públicos (CEP) dice que la última vez que meditó fue leyendo al líder espiritual indio Jiddu Krishnamurti, en los años 80. Pero si en vez de eso dijera que en verdad meditó esta misma mañana, no costaría creerle.

Desplazándose por los tibios pasillos del CEP en un jueves muy lluvioso, de la impresión de estar un poquito más allá del bien o el mal. Doctor en Economía por la Universidad de Cambridge y magíster en Ciencia Política por la Universidad Católica de Chile, Montes es ingeniero civil industrial y licenciado en
Filosofía. En enero pasado cumplió 60 años y hace siete tomó la cabecera del CEP, para suceder a Harald Beyer, ex ministro de Educación de Sebastián Piñera. Como su predecesor, es también un educador. Fue profesor titular y decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI).

Nacido en la década de los 80, quizá cuando su actual director todavía meditaba con Krishnamurti, el CEP es una fundación privada sin fines de lucro, que se dedica al estudio y análisis de asuntos públicos. Es también dueño de la Encuesta Nacional de Opinión Pública, un sondeo que se realiza desde 1987 que es único en su tipo. Se hace presencialmente a 1.500 personas y con el método de muestreo aleatorio y probabilístico en cada una de sus tres etapas: manzana, vivienda y persona.

La primera de este año, la número 93, abarcó marzo y abril y se socializó hace poco más de un mes.

Montes dice que sale bien caro hacer la encuesta, pero que es un real aporte al entendimiento de en qué está la sociedad chilena contemporánea. “Es seria”, afirma y explica que se elabora con rigor: “Y se hace todo público, así que los académicos que quieran pueden venir a comparar qué es lo que ha pasado en el tiempo”. En años electorales tradicionalmente se realizan tres sondeos: “Yo siempre digo, en broma, que es como nuestro pequeño Banco Central, porque es autónoma. Nosotros nos enteramos el día que está lista. Nos dicen oye, viene la encuesta y al día siguiente sale el comunicado. Es lo mejor, porque así nadie sabe, ni quiere saber”.

-La clásica “sorpresa de la CEP”.

-Es que es confidencial. Solo saben la directora de opinión pública y la persona que trabaja con ella. Yo creo que es súper sano que sea así, porque le da buena parte de la reputación, el prestigio y la credibilidad que tiene.

-¿Entonces no es cierto que haya perdido presencia, debido a que hay muchas otras?

-¡Pero que haya más encuestas es muy bueno! Ahora, el impacto que tiene esta encuesta sigue siendo muy elevado. Digo lo mismo cuando me dicen: Oye, que hay muchos centros de estudio más. ¡Fantástico! La competencia nos ayuda. Los monopolios son lo peor que puede existir. ¿O no?

-¿Ha significado algún estrés para la aplicación de la encuesta el cambio cultural? Últimamente, estamos muy desconfiados y a lo mejor hace 20 años era más fácil que les abrieran la puerta.

-Bueno, sí. Eso sucede, pero principalmente en las comunas de arriba. Vitacura es lo más difícil, por supuesto, y eso es por seguridad. Pero hay protocolos.

-¿Qué es lo más urgente hoy en Chile?

-Seguridad y crecimiento económico.

Lo afirma rápido, como un escopetazo. Lo sabe porque -claro- es exactamente lo que indica la más reciente encuesta. Y luego continúa: “La seguridad en un sentido amplio. Generalmente se la vincula a la violencia, pero a mi juicio es un concepto mucho más profundo. Tiene que ver no solo con la propiedad privada, que es lo material, sino que con lo propio en el plano de lo más íntimo. Cuando la gente siente amenazado por ejemplo el calor de su propio hogar, es muy complicado desde el punto de vista social.
Cuando la percepción de la amenaza es alta, la gente se empieza a encerrar en lo propio, y eso es lo que estamos viviendo ahora.

-¿Por qué está pasando?

-Porque hay una amenaza afuera, o eso es lo que se ve. Antiguamente, uno iba a comer al barrio Bellavista o al centro. Pero hoy día la gente sale mucho menos o va sólo a lugares específicos en los que se siente protegida. Eso, desde el punto de vista social, cultural y político, tiene consecuencias. Es un instinto casi darwiniano.

-¿Será por eso que tenemos tanto conflicto con la migración? ¿Estaremos asociando inmigración con la pérdida de lo íntimo?

-El fenómeno de migración es mundial…

-Y nosotros en Chile tenemos presión migratoria.

-La inmigración debería ser bienvenida, si somos un país de liberales y si no somos Trump, ¿no es cierto? El problema es que uno ve muy bienvenida la inmigración cuando entra gente que quiere trabajar y que aporta. Sobre todo, con los problemas que tenemos con la tasa de natalidad. Yo creo que la sociedad chilena no está tan reticente a la inmigración como fenómeno. Hemos visto en nuestra encuesta que el chileno es mucho más tolerante de lo que se cree. Pero la gente asocia la actual migración, sobre todo en la zona norte, al ingreso de “patos malos”. Y, como se ve el tren de Aragua más las reminiscencias del estallido social, todo se combina.

-¿Para crear un cansancio en el caso del estallido social?

-No. Creo que las palabras con el estallido son hastío, injusticia y frustración. Hubo un momento bien interesante, si tú analizas la encuesta. Hay dos puntos. Uno, en diciembre del 2019, muestra que la confianza en las redes sociales llegó a ser de un 28%, casi lo mismo que las radios y más que la televisión. Y era la época las fake news, cuando cualquiera decía que Chile era el país más desigual del mundo y todo el mundo se creía esa mentira. Y estaba lleno de noticias de que estaban torturando a personas en el metro. Las redes tuvieron una tremenda influencia, y si tú ves la evolución de la encuesta respecto a la confianza en las redes fue bajando hasta cerca del 10%. Otra pregunta que vale la pena analizar es la confianza en Carabineros, Fuerzas Armadas y PDI, que bajó un 20% en esos días Nadie confiaba en los carabineros y ahora se ha ido recuperando. Ya estamos volviendo a los niveles de antes. Chile es un país único en el mundo.

-¿En qué sentido?

-En que tiene mucha confianza en las Fuerzas Armadas, en Carabineros y en el orden. Hoy día volvieron a confiar en el orden, como era antiguamente. Chile era un país muy pacífico. Por eso no teníamos desarrollo de inteligencia. En el CEP, cuando teníamos reunión con los consejeros, los más ricos de Chile se venían en metro, pero hoy eso no ocurre. Hay otra pregunta que es súper interesante. Nosotros les preguntamos a las personas si se identifican con la izquierda, el centro o la derecha. En diciembre del 2019, el 50% de las personas no sabían si eran de izquierda, de derecha o de centro, decían “no sé” o “no contesto”. Era tal nivel de confusión que se perdió la brújula y se produjo un fenómeno social súper complejo. Creo que hoy día hemos vuelto al periodo pre-estallido.

-¿Y cómo nos estamos percibiendo?

-De centro. El chileno es principalmente de centro, moderado. Eso lo hemos visto desde el retorno a la democracia, en todas las encuestas.

-¿Un poco aburrido?

-Bueno, ojalá volviéramos a ser aburridos. Cuando no fuimos aburridos, con el estallido social o con los experimentos constitucionales, lo pasamos bastante mal. A lo mejor tiene sus ventajas ser aburrido.

Durante este diálogo, a estas alturas ya puede notarse, Leonidas Montes se mantendrá con disciplina dentro de los bordes CEP para ofrecer su visión sobre Chile y este momento global. Pero, entre líneas, igual aparecerá -a veces- un poquito él. Como cuando declara que no cree en lecturas apocalípticas sobre el futuro del mundo y que él es, en esencia, un optimista. Es -se diría- optimista como era Adam Smith, el profesor y filósofo de la Ilustración escocesa, cuya imagen adorna la estantería que está detrás de su escritorio y de quien el director del CEP es un especialista consumado.

Hoy, Montes es profesor de la cátedra Adam Smith de la UAI. A Smith se lo considera el padre de la economía moderna y es uno de los principales exponentes de la economía clásica. Abordó el crecimiento, la libre competencia, el liberalismo. En su Teoría de los Sentimientos Morales narra el proceso del ser
humano de sentir empatía y de ponerse en el lugar del otro de forma natural, incluso si no obtiene beneficio con eso. “Les pasa a todos” -afirma Montes- “incluso al mayor rufián”.

-Nadie tiene la bola de cristal, pero viendo lo que pasa hoy en Estados Unidos, ¿vamos a sobrevivir?

-Yo en eso soy liberal clásico. Los liberales clásicos somos optimistas, porque creemos que siempre los seres humanos nos adaptamos. Y vamos a sobrevivir. Sigo considerando que 250 años de historia son más que un solo presidente, pero es verdad que Trump es un riesgo. Yo creo que eso hay que tenerlo clarísimo. Y también creo que vamos a sobrevivir a la inteligencia artificial.

-Hay voces muy expertas que son más fatalistas. Entre otras cosas porque lo que la IA necesita, y con urgencia, es regulación global. ¿Por qué es optimista usted?

-La historia de la humanidad y la confianza en la sociedad, finalmente. Para al milenio venía el fin del mundo y nada. El año 2000 se iba a colapsar todo, y nada. ¿Cuántas veces cuando llegó la internet dijeron que todo iba a ser un desastre? Todas estas cosas se van adaptando y van mejorando nuestras condiciones. Entonces, no veo por qué hay tanto fatalista que dice que estamos ante el fin de la evolución humana y que vamos a terminar en una especie de Matrix. Suelo ser más escéptico porque veo difícil reemplazar al ser humano. Probablemente habrá nuevas regulaciones, pero no veo el fin de la humanidad.

-¿Cuál es la diferencia entre un liberal y un libertario en estos tiempos de confusión?

-Hay líneas que se cruzan entre los dos. Pero, claramente, el libertario cree en un Estado mínimo, que puede llegar a ser un enemigo, como lo plantea (Javier) Milei. El liberal clásico cree en un Estado chico, eficiente y regulado. No es un enemigo del Estado, porque cree que el Estado tiene algunos roles que cumplir. Hay otra diferencia en el concepto de libertad. El libertario cree en la libertad casi como un concepto absoluto. El liberal clásico cree en el concepto de libertad, que es muy importante, pero no ignora que hay otros humanos. Entonces, esa idea de que mi libertad termina donde empieza la tuya, es clave.

-¿Dónde cabe Donald Trump aquí?

-Trump no es libertario ni liberal, es un mercantilista. Primero porque cree que la riqueza de un país está dada por la cantidad de dinero que tiene y promueve la industrialización nacional y las exportaciones. No quiere importaciones y se encierra. Está ignorando todo lo que se ha hecho desde Adam Smith en adelante.

-Olvidando todo lo aprendido.

-Todo. Con él estamos volviendo al siglo XVII y comienzos del XVIII, a creer en la tesis del superávit comercial, en que la riqueza es algo estático y tiene que ver con la cantidad de oro y plata que uno tiene. Eso, de derecha, no tiene nada. Trump está poniendo en riesgo la institucionalidad.

-Al mundo entero, porque hoy es todo global.

-Sí. Es un peligro, porque lo que Trump está haciendo es horadar todas las instituciones. Una idea que se ha creado con tanto esfuerzo, desde los Padres Fundadores, que son los contrapesos entre los tres poderes. Las consecuencias de esto son más que el corto plazo y van más allá de lo económico. Una guerra comercial va a afectar a Estados Unidos y al bolsillo de los ciudadanos. Estados Unidos tiene la gracia de que es un país muy resiliente para los shocks económicos, pero las consecuencias políticas e institucionales son serias, porque si una persona impone tarifas desde la Presidencia, ¿por qué no va a venir otro después a aumentar los impuestos? Nosotros, en Chile, tenemos un sistema legal estático, que da el derecho positivo, lo que está escrito. Pero la tradición anglosajona es la de una legislación evolutiva, que va evolucionando por casos, por precedentes.

-A propósito de Chile, vistos los casos recientes, ¿puede ser que seamos más corruptos de lo que pensábamos?

-No me atrevería a afirmarlo, porque yo creo la corrupción siempre existió. No tengo una concepción muy elevada de la naturaleza humana y creo que corrupción ha habido siempre, desde Adán y Eva. Somos ángeles y demonios al mismo tiempo, como decía Nicanor Parra. Entonces, si hay más o menos que antes, no lo sé. Pero afortunadamente todavía está bajo control.

-¿Pero no hay nada que lo haya sorprendido?

-Sí. El tema de la casa de Allende me provocó sorpresa. Es hasta triste. Un gobierno que admira a Salvador Allende ha logrado lo que nadie hubiera podido imaginar: que salga su hija del Senado y que la figura del expresidente se desprestigie. O sea, ¿cómo no te va a sorprender eso? A mí me sorprende muchísimo.

-¿Por qué?

-Porque es de una desprolijidad que me cuesta entender. Que nadie haya visto que había un conflicto de interés. Es algo que, créeme, en el mundo privado cualquier persona entendería. Es tan evidente, no hay que saber de Constitución. Que un senador o un ministro no pueden hacer negocios con el Estado es algo de sentido común. Todas las personas que llevaron adelante este proceso, por todas las cortapisas que pasó, fueron más de una docena de abogados que lo revisaron y que ni siquiera el Presidente haya dicho: “Oye, ojo”. Rarísimo. A Piñera esto no le hubiera pasado. Y tampoco le hubiera pasado a Aylwin, ni a Lagos ni a la Bachelet. ¿Y cómo no me va a sorprender también lo de (Manuel) Monsalve? Era la persona que estaba a cargo de la seguridad en Chile y pasó lo que pasó en un gobierno que se supone que era feminista. Es muy raro.

-Una gran sorpresa.

-Y es una sorpresa con un poco de desilusión también, porque los chilenos tenemos una alta consideración de la Presidencia como institución y está muy bien que sea así.

-¿Y no le ha pasado nada con el caso Hermosilla?

-Me sorprende también, pero la Justicia actuó y eso me parece muy bien. Ojalá que se devele todo lo que se tenga que develar. Yo no soy abogado, pero lo que es complicado en todos estos casos es que entran y salen. Desde la perspectiva del lego como yo o de un ciudadano común, esto de la libertad preventiva es complejo.

-Porque da la sensación de privilegios, ¿no?

-Exactamente. Habla de ciertos privilegios y creo que eso es muy complejo.

-¿Moralmente?

-Cuesta hablar de moral. Mira todo lo que pasó con la superioridad moral del Frente Amplio.

-Usemos otras palabras. Se espera que los líderes políticos, económicos o sociales estén a la altura…

-Por supuesto, que sean ejemplos. Esa es la dignidad republicana. Si uno entiende la moral como las conductas y las costum bres, y la ve desde la perspectiva de cómo se están moldeando los hábitos, sin juzgar, sin decir si es bueno o malo, porque yo lo trato de evitar, ha habido un declive o una caída de esas costumbres a las cuales estábamos acostumbrados. En eso, sí creo que ha habido un deterioro de nuestros representantes.

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