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Arturo Fontaine: “Esa manera de querer, sin límite, desapareció”

Su novela “Y entonces Teresa”, basada en la vida de la escritora Teresa Wilms Montt, está ya en su segunda edición. En esta conversación, Fontaine aborda las inquietudes que lo llevaron a escribir de un escándalo ocurrido en el Chile de comienzos del siglo XX. Una época de la que -dice el autor- ya no quedan ni la sofisticación, ni la cultura, ni el modo de hablar, ni la forma de amar.

Dice Arturo Fontaine Talavera, novelista, poeta y ensayista, también profesor de filosofía, que si hay un personaje de ficción al que recurrió “una y otra vez” mientras trabajaba para dar vida a la protagonista y alma de su más reciente novela, esa es una mujer: La Señora Dalloway, creada por otra mujer, la británica Virginia Wolff. 

Y agrega que si hay alguien a quien citar como influencia estilística, esa es otra mujer: Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa, la condesa de Pardo Bazán. Novelista, periodista, ensayista, activista, poetisa y dramaturga, muy cercana al inmortal Benito Pérez Galdós, considerada la introductora del naturalismo en España.

Para este trabajo Fontaine, un hombre de 72 años, conocido por abrir las puertas del Centro de Estudios Públicos (CEP) a la muy masculina intelectualidad política chilena en los albores de la democracia, tenía que meterse en la piel de una mujer. Necesitaba resucitar a la mítica Teresa Wilms Montt, hija de familia acaudalada viñamarina, hermosa y talentosa, escritora adelantada a sus tiempos, que vivió un terrible castigo familiar a causa de una infidelidad, de la que dejó notables huellas por la vía de cartas diarias a su amado, Vicente “Vicho” Balmaceda, primo hermano de quien fue su marido engañado, Gustavo Balmaceda.

Como dato, Pardo-Bazán y Wilms murieron el mismo año, 1921. Habían exprimido ya la intensidad de esos primeros quince años del siglo XX a los que el ensayista alemán Philipp Blom llamó “de vértigo”. La primera falleció -dicen reportes de prensa- de una afección pulmonar agravada por el mal comer. La segunda se suicidó estando sola en París, con apenas 28 años.

“Y entonces Teresa” (Catalonia), un trabajo que Arturo Fontaine presentó en diciembre pasado, está ya en su segunda edición. Se trata -define él- de “una bioficción”. En ella se van desencadenando los hitos y el contexto para tratar de comprender la caída de una mujer que no fue feminista, pero sí representa un arquetipo del feminismo en su defensa de la libertad de sentir y de vivir. Fontaine dice: “Es una novela particular en el sentido de que yo me propuse no alterar los hechos conocidos. O sea, todo importante, lo que se sabe de su vida”.

En 365 páginas, divididas en seis partes que, a la vez, se descomponen en una serie de capítulos cortos, muy distintos en recursos narrativos algunos de otros, aparecen una serie de figuras conocidas del ambiente social y cultural chileno de comienzos del siglo XX. No solo están la propia Teresa y esos dos hombres que gatillaron sus pasiones, tan atractivo el amante y tan pusilánime el marido. También está Jorge Cuevas, a quien llamaban Cuevitas, que se transformó más tarde en el Marqués de Cuevas. Y Joaquín Edwards Bello, el gran cronista de su época.

Figuran hechos ciertos, como la campaña de Arturo Alessandri Palma en Iquique o la salida de los clippers cargados de salitre desde el puerto de esa ciudad nortina, que por entonces era un epicentro de la opulencia minera local. Aparecen las dos pequeñas hijas de Teresa, Elisa y Sylvia; los lugares donde ella vivió, y el sitio donde se la recluyó, el Convento de la Preciosa Sangre, en el costado norponiente de la capitalina Plaza Brasil.

Sentado al cierre de una tarde de marzo demasiado calurosa en un sofá capitoné del estudio que tiene en su departamento de Vitacura, Arturo Fontaine acomoda su cuerpo muchas veces y toma té frío. Surfea este diálogo con una especie de condición implícita: no quiere desvelar las sorpresas que ofrece en su novela, que las tiene. Huye, por así decirlo, de lo que en el cine se conoce como spoilers. Mientras sonríe con amabilidad generosa y calma total, responde la que deber ser una de las preguntas más estúpidas del mundo:

-Así como Flaubert es Madame Bovary ¿usted es Teresa, verdad?

-Bueno, un novelista es Teresa, es Vicente. Virginia Wolff incluso es un perro en “Flush”.

-Si se aplica eso, ¿cómo hace un hombre heterosexual de este siglo para meterse en la piel de una señora de comienzos del siglo XX?

-Yo creo que la novela es como irreductible a la teoría, que hay algo que uno no se explica. Uno tiende a imaginar otras vidas, otras maneras de ser.

-Y de sentir y de amar.

-Exacto. Hay un personaje gay también en la novela.

-Bien enclosetado, eso sí.

-Porque en la época esto no podía aparecer de otra manera. Si yo no lo hacía aparecer así, se caía todo el sentido de la época. Pero tú lo entiendes. Y Teresa lo sugiere y todos se dan cuenta.

-Todo el mundo lo sabe, pero nadie lo dice…

-Exacto. Pero ahí está el gran desafío de un escritor. Por eso menciono a Virginia Wolff, que te hace vivir el mundo desde el olfato de un perro. ¿Cómo haces tú eso? Esa es la magia de la novela. Supongo que es lo que pasa con los actores. Encarnan un personaje, y si tú les preguntas “¿cómo lo hiciste?”, seguramente no saben. Es una cuestión medio instintiva.

Arturo Fontaine cuenta que, en una mesa redonda muy intelectual, una persona le comentó que “Y entonces Teresa” le parecía escrita por una mujer. Él cree que, en efecto, hay zonas en las que sí le resultó, como la del relato de los meses de encierro en el convento. Dice que, después de haber terminado, al leerse, él mismo se preguntó: “¿Cómo hice esto?”.

Cuenta que recurrió a la lectura de santa Teresa de Ávila y su erotismo místico, a su vez muy influyente en la propia Teresa Wilms, para poder instalarse en el voluptuoso flujo interior de la protagonista. Para hacer este dibujo femenino recurrió -afirma- a mujeres conocidas. Muy probablemente, a su propia madre. Pero -dice- todo lo que está detrás es muy inconsciente: “Lo que tú haces cuando escribes está como con el motor andando en una cierta dirección”.

-Usted cita hechos que fueron verdaderos y muy brutales. Son asuntos que, en esa época y quizá también esta, son complicados.


-Sí, son muy complicados y es muy bueno el punto, porque eso se tiende a olvidar. Se tiende a mirar esta historia con los ojos de hoy, con lo cual se hace inentendible. Yo quería a toda costa evitar que pareciera una situación falsa. Ahora, en la reconstrucción histórica, para mí, la más difícil y la más clave no fueron los hechos sino el lenguaje. O sea, cómo construir un lenguaje que evocara una época perdida, un lenguaje que no es el de hoy. Porque hay una manera de hablar que ya no se usa.

-O que se usa poco.

-¡Muy poco! Esta novela, en gran medida, transcurre en conversaciones y eso es una de las cosas que más trabajo me dio. No pasarme, tener la sintonía fina, ser muy cuidadoso. No irse a algo arcaico que fuera inentendible, pero sí a algo donde hubiera algunos términos y, sobre todo, un cierto ritmo, un fraseo que hoy día no se usa. Me interesaba una manera de encajar las frases que me parece que se fue. 

-A Teresa la encierran por infiel ¿qué le pasa a usted con eso?

-Es una cosa horrible, casi inexplicable. Pero ¿qué ocurrió? ¿En qué contexto? Legalmente, no era posible encerrarla. El marido tenía la potestad marital, que se llamaba, pero eso tenía que ver con la administración de los bienes: tú no podías privar de libertad a tu mujer. Entonces la pregunta es: ¿por qué se produce este encierro? La novela explora esto y, en realidad, es un proceso de extorsión. Ella no puede seguir viviendo con su marido, no lo acepta. No puede vivir con sus suegros, no la aceptan. No puede vivir con sus padres, no la aceptan. Entonces, su única opción irse a vivir con Vicho y, por una serie de motivos, ella vacila entre dar o no este paso. 

-Lo que usted refleja es que las mayores enemigas de esta mujer fueron dos mujeres.

-Eso es muy interesante y creo que es uno de los puntos clave. Parte de lo que ocurre en la novela tiene que ver con el machismo. Está instalado en los hombres, en Gustavo, que se porta pésimo, pero también en las mujeres, en la cabeza de las mujeres. Entonces, la suegra y la madre de Teresa son dos figuras bien negativas, tan duras como el marido cornudo.

-No se ve mucha sororidad en la novela.

-No, pero hay amistad entre mujeres. O sea, Pauline, por ejemplo, es una mujer que la va a ver y, desde antes, tienen conversaciones que son bien íntimas. Entonces, hay algo de vida, por así decirlo, entre mujeres. Pero, efectivamente, las mujeres más influyentes en la vida de Teresa la castigan. Y no solo por adúltera, sino que por haber escrito estas cartas.

Lo que causó horror no fue solamente el adulterio, que ya era grave. Una mujer casada y con dos hijas pequeñas. Pero esas cosas ocurrían. Lo que de verdad era nuevo era que una mujer escribiera esas cartas, que ella le escribiera una carta a Vicho cada día después de estar con él. Son cartas que, en la novela, la suegra llama lascivas. La intimidad erótica de una mujer puesta por escrito produjo horror.

-Mucho puritanismo, ¿no?

-Es muy sorprendente. Pero una de las pistas es que ella era escritora y escribió esto. No se puede separar su enclaustramiento de su escritura.

-La escritura puede meter a las personas en problemas. Bien lo saben la expresidenta de
la Cámara de Diputados y la exalcaldesa Hassler.


-Claro. Ahí tienes un ejemplo perfecto. Si no tenemos acceso a esos WhatsApp podemos imaginar todo eso, pero ver los WhatsApp produce un impacto distinto. Eso fue una parte clave de lo que provocó esta reacción con Teresa, el haberlo dejado por escrito.

El Chile de ayer, el Chile de hoy

De algún modo es como que Arturo Fontaine estuviera obligado a entrar en esta historia porque tocó la puerta de su propia memoria. Supo muchos de sus pormenores siendo todavía un adolescente y de primera voz. Una de sus abuelas conoció, en calidad de polola, a Vicho Balmaceda, y una tía abuela, Olga Balmaceda Valdés, que era medio hermana de Gustavo Balmaceda, compartió de niña con Teresa Wilms.
De la abuela llamada Valentina, él mismo escribe en “Y entonces Teresa” que, estando más desinhibida por la edad, le conversaba para que él supiera de “la vida como es”.  La tía Olga, que fue periodista, le contó después “muchas, muchas cosas”. Dice, en este diálogo, que el recuerdo de la voz de su abuela fue clave para construir esa melodía perdida del hablar de antes: “Ella me daba un tono, una manera de decir las cosas que ya no existe. Muchas veces me pregunté: ¿esto lo diría mi abuela?”.

Esas dos mujeres en la vida de Fontaine no viven ya. Tampoco los seres humanos de carne y hueso que pueblan la novela y que protagonizaron tanta fiesta y buen pasar primero y tanta desventura después. Quizá por esa ausencia el autor tuvo tanta libertad. Recopiló cientos de datos reales, como avisos publicados en el diario “La Provincia” de Iquique en 1913, y pudo rellenar lo demás: “Como dijo el alemán Novalis -dice Fontaine- las novelas surgen de las limitaciones de la historia”.

-La parte verdadera de esta historia tiene más de un siglo. ¿Cuál es el tiempo necesario
para entrar en un drama así?

-Eso es muy variable. Yo pienso que tú puedes tener una novela de gran calidad situada recién, hace dos o cuatro años. No creo que el tiempo por sí mismo sea un factor. Bolaño escribió sobre experiencias de su propia vida. “Detectives salvajes” tiene que ver con su propia juventud. Es verdad que ha pasado tiempo, pero no han pasado cien años.

-Y de la época contemporánea, ¿cuándo sería el tiempo para contar, por ejemplo, la historia de un movimiento como el de LasTesis? ¿Se puede? ¿Es tiempo de novela para ellas?

-Creo que se puede, pero todo depende de cómo se aborde. Yo creo que hay total libertad de temas, de motivos y una gran libertad técnica. Hoy día tenemos escritores haciendo literatura de maneras muy distintas. Y tenemos muchos artistas visuales; unos hacen instalaciones, otros hacen pintura de caballete, unos son surrealistas y hacen expresionismo abstracto y otros hacen cosas derivadas del pop art. Todo coexiste. Es una situación relativamente nueva, digamos que de fines de los 80 para adelante. Antes de eso había más bien la idea de que la historia era un tren ordenado. Un cierto estilo de escribir o de pintar representaba el espíritu de la época y había una relación de uno a uno entre época y estilo artístico. Eso desapareció. El arte mismo empezó a diversificarse y estamos en un momento de pluralismo estético, y eso tiene que ver con las técnicas, en este caso literarias, pero también con los temas. En ese sentido, no hay temas antiguos ni modernos.

-¿Todo depende de cómo se cómo se abordan?

-Sí. Ahora, una vez que tú escoges hacer algo sobre LasTesis tienes que, de alguna manera, dar con una técnica narrativa que te transmita esa experiencia.

-¿Y pasa lo mismo con la historia de un dos veces presidente y empresario que se muere trágicamente en su helicóptero?

-Pero, claro. Ahora, si un novelista inventara un caso como el del presidente Piñera, sería poco creíble. Pero, dado que esto ocurre, el novelista lo que tendría que hacer es construir. ¿Por qué se subió a ese helicóptero en esas condiciones climáticas? ¿Qué ocurrió en el vuelo?

-Es un presidente cuya biografía afirma, además, que quería ser amado. ¿Puede ser que estemos un poco encima para hacer una novela de él? Los demás personajes, partiendo por su propia familia, están vivos.
-Sí, hay un punto en eso, y me parece muy válido. Hay un problema para situarse hoy sobre el presidente Boric o sobre cómo el presidente Piñera fue odiado y luego fue amado después de que murió. Hay tema para dar pie a una novela o a una película sobre el presidente Piñera, pero la dificultad es que estamos muy cerca. Puede que los árboles no dejen ver el bosque, que nos llenemos de pequeñas anécdotas y que sea difícil tener perspectiva o una mirada más de fondo sobre qué es lo que realmente está en juego en esa situación. Las cosas que están muy encima difícilmente dan pie a buenas novelas, por el exceso de cercanía.

-Y la falta de libertad. No es difícil tomar historias antiguas y recrearlas, porque los protagonistas ya no están vivos, porque no hay nadie a quien ofender.


-Sí, claro. Eso ayuda mucho.

-Quizá en estos casos contemporáneos sólo es tiempo para el periodismo o la no ficción.

-Bueno, la no ficción ha ido incorporado todas las técnicas de la literatura y de la novela de ficción y lo está haciendo con mucho éxito. Hay ejemplos fantásticos, como el podcast Quién mató a Anna Cook, de Rodrigo Fluxá, que me parece extraordinario como creación literaria. Es una gran narración y está absolutamente documentado, con el testimonio directo de los personajes que influyen en la trama… pero con el talento literario como para enganchar.

-Usted plantea, Arturo, que este mundo de clase alta, este Chile de la novela, ya no existe.

-No existe.

-¿Está seguro?


-(Se ríe) Bueno, hay algo de eso que Armando Uribe llama “los caballeros de Chile”, pero es muy diferente, ¿no? O sea, estos personajes tenían una cultura, una conexión con Europa, una posición de privilegio que hoy día no veo mucho.

-¿La elite de hoy no tiene esa altura de vuelo?

-No. Hoy día veo gente con mucho dinero, pero no con esta cosa sofisticada de esta clase alta de antes, que era muy conectada a la cultura francesa e inglesa.

-Usted plantea una frase en el libro: los hombres dejan de ser románticos demasiado rápido porque han vendido su sueño. ¿Usted cree eso?

-Bueno, eso lo dice Teresa.

-Pero usted es Teresa. ¿No habla usted?

-No, habla Teresa. Muchas lectoras me han hecho reparar en esa frase. Es una la frase que ha llegado a las mujeres. Parece que toca una cuerda. En el fondo, es una gran pregunta que deja la novela: ¿Qué es el amor hoy día? ¿Hay algo de nostalgia? Porque, obviamente, esa manera de querer así, sin límite, desapareció.

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