Secciones
Política

Gonzalo Rodolfo Winter Etcheberry: el profeta

Winter, como figura política, es una mezcla curiosa de convicción profunda y desorden retórico. Hay belleza sin embargo en su caos. Hay al menos la intención de comprender. Le fallan las metáforas.

Me habría gustado tener un amigo como Gonzalo Winter en el colegio.

Inteligente, divertido, imaginativo, apañador, un poco -y solo un poco- cuerdo. Un amigo con casa grande, primos disponibles, conversaciones largas, que me escuchara los desvaríos a cambio de escuchar los suyos.

Un amigo culto pero un poco desordenado, que sabe de muchas cosas un poco, pero que sobre todo siente por la vida —sus errores, sus horrores— un entusiasmo que a mí me faltó en la edad en que se supone uno debe tenerlo.

Claro, para tener un amigo como Winter habría tenido que estudiar en un colegio de hombres. En su caso, el Verbo Divino. Ahí se cultiva esa lealtad de camarín, ese humor físico, de empujones y abrazos mudos, que la adultez nunca termina de borrar del todo.

Es también por ahí —en otro ecosistema afectivo, masculino, seguro de sí— donde se forma su amistad con el Presidente: incuestionable, eterna, y también, a ratos, adolescente.

Winter, como figura política, es una mezcla curiosa de convicción profunda y desorden retórico. Hay belleza sin embargo en su caos. Hay al menos la intención de comprender. Le fallan las metáforas.

Se le tuercen los ejemplos. La vehemencia con que discute a veces le impide calibrar el tamaño de sus municiones.

Su cuenta parodia de X —cruel, precisa— lo enfrenta con algo peor que el ridículo: la posibilidad de que ella lo represente mejor que él mismo. Tiene algo de profeta, pero sin iglesia. Algo de predicador que confunde volumen con claridad. Me recuerdan a los dirigentes de la Izquierda Cristiana, el partido en que milite en mi adolescencia.

Un partido que se complacía como pocos en el arte de perder, pero formó a varias generaciones de los mejores dirigentes de la centro izquierda. Se le nota la formación militante, el exceso de seminario, la confianza en que todo se resuelve si uno explica bien. Su energía es innegable. Su fe en sí mismo también. Cree más en sus ideas que en sus alianzas. Más en sus impulsos que en las estrategias. Eso lo hace admirable e infinitamente frágil. Gonzalo Winter no quiere convencer. Quiere redimir. El problema —como suele pasar— es que nadie pidió salvación.

Notas relacionadas