Sergio Micco (58) recuerda sus años de juventud. Penquista, hijo de profesores, estudiante de derecho, militante demócratacristiano, católico practicante y presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción. Eran los años 80. Las protestas y la represión eran parte de su cotidianidad. De la de él y de otros dirigentes estudiantiles como el exsenador Alejandro Navarro y la ex ministra Paulina Veloso (madre del ministro Grau). Los diarios de la época tenían titulares como: “62 detenidos y un herido en incidentes”… El herido era por un balín. A él tocaba visitarlos en centros de urgencia y comisarías resguardando su bienestar.
En 2019 volvería a verse en medio de una crisis social donde se registraron 5.581 hechos de violencia, 1.460 detenciones y 3.828 personas víctimas de violencias, 7 de ellas fallecidas y 227 con lesiones oculares producto de un balín. Las cifras corresponden a todo el país y fueron consolidadas por el Instituto de Derechos Humanos (INDH), que Micco dirigió entre 2019 y 2022, cuando renunció tras perder la confianza del consejo que integraban los mismos pares que lo habían elegido.
Hoy, sentado en su antigua oficina de académico en la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile, donde volvió a tiempo completo después del paso por el INDH, Micco cuenta que “le costó” hacer el balance de todo lo vivido. “Por eso me tomé tanto tiempo”, dice, seis años después, el también máster en Ciencia Política y doctor en Filosofía.
Son decenas, cientos, más bien miles, los libros que pueblan las estanterías de este espacio que dedica el casi único muro libre a un cuadro, en blanco y negro, de El Quijote. También hay imágenes familiares, religiosas y una reproducción del magnífico mural Presencia de América Latina, que reviste el aula magna de su alma mater. Pareciera que los años no pasan, sino que se quedan en este lugar. Eso, sino fuera por una omisión: no hay objetos que recuerden lo que vivió en 2019, cuando salía con casco blanco, chaqueta amarilla y máscara antigases a tratar de dialogar con la Primera Línea, con las víctimas de saqueos, con los carabineros, con los médicos de los servicios de urgencia, con los medios, con el Presidente Piñera. Ni una foto de eso hay.
El único objeto que remite a esa época es el legajo de hojas que integran el manuscrito de Ocurrió en Octubre. Diario del Estallido y mi paso por el INDH (Ediciones UC). Las casi 400 páginas en tamaño carta se ven trajinadas, con varias notas adhesivas, revisadas -al parecer- una y otra vez.
-Dicen que ayuda escribir las experiencias relacionadas con el trauma.
-Eso también me lo dijo una vez con Gonzalo Blumel (ex ministro de Interior), que fue acusado de lo peor. Gonzalo escribió un libro. Me dijo que se lo había escrito a sus hijos… Una declaración poderosa. Es un “así lo viví”. Podrás estar de acuerdo o no, si quieres quedarte con la caricatura, quédate con la caricatura. Pero si tú quieres saber quién es ese personaje, por qué actuó como actuó, por qué dijo o no dijo algo, ahí está el libro.
-¿También te acusaron de lo peor?
-Hubo un momento en que yo me paseaba por la Alameda y era grito y plata. Desde que dije (en Canal 13) que las violaciones a los derechos humanos no eran sistemáticas, se abrió un tremendo foso y vinieron los ataques. Me atrincheré. Y sí, debí haber ido más al Parlamento, hablar más con el Gobierno y la oposición, con los gremios. Pero me encerré demasiado y eso me aisló. Por eso, si ahora alguien quiere entender, por ejemplo, qué pasó en Plaza Baquedano, ahí está en seis páginas. Si quiere leer sobre La Moneda, hay cinco. Y si quiere revisar las querellas, están las 3.200 presentadas y las 42 condenas. Lo que hice fue condensar debates y hechos para que sirva también como libro de consulta.
-¿Haces un mea culpa?
–Hago mi autocrítica y pido perdón en el libro por no haber estado más en terreno.
-¿Te faltó hablar más con las víctimas?
-Es verdad. Con algunas víctimas tuve diálogo fluido, me pedían cosas concretas y justicia, no ideología. Pero hubo asociaciones, como las de trauma ocular, que no quisieron reunirse conmigo. Y cuando finalmente lo hicieron, en algunos casos fue entre insultos y desconfianza. Para muchos yo era, en el mejor de los casos, el rostro amable de un Estado que había violado gravísimamente sus derechos.
–¿Llegaste a conversar con Gustavo Gatica?
–Pedí tres veces hablar con él y no quiso. Nosotros presentamos las querellas, pero no aceptó reunirse conmigo.
–¿Fue porque ya habías dicho que no eran violaciones sistemáticas?
–Sí. Igual los entiendo. Para ellos yo era el director que decía que no había violaciones sistemáticas, que no había que refundar Carabineros y que se reunía con Piñera. Yo era para ellos un tipo sospechoso, y de esa dialéctica no pude salir.
–¿Crees que el presidente Piñera estuvo a la altura de lo que enfrentaba?
–Yo creo que nadie estuvo a la altura. Y yo el primero. Nadie estaba preparado para algo así. En lo particular, me formé la imagen de que estaba frente a un Presidente de la República que era parte de un drama que no podía controlar. Y, para ser franco, yo tenía claro que estaba frente a un demócrata. Nunca pude creer que Sebastián Piñera hubiese ordenado violar los derechos humanos o hubiese hecho la vista gorda.
–¿Y cómo explicas esa declaración de “estamos en guerra”?
–El Presidente Piñera tenía ocurrencias y acciones francamente imprudentes y provocativas. Esa expresión, “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”, la había usado antes del 18O, refiriéndose al narcotráfico o al crimen organizado. Pero decirla en ese contexto histórico, con las Fuerzas Armadas detrás, fue un error gravísimo. Lo condené de inmediato: esa declaración no servía para la paz. Ahora, si tú me dices que quería ir a la guerra, no, no quería hacer eso. De hecho, no lo hizo. Algunos la usaron como prueba de delitos de lesa humanidad, pero yo nunca lo vi así.
–Pediste que el Estado reconociera responsabilidades. ¿Qué pasó ahí?
–Personalmente le pedí a Sebastián Piñera que, en nombre del Estado de Chile, pidiera perdón. Y lo hizo. Reconoció que no había entendido la magnitud del malestar social, que en Chile no había impunidad y que las violaciones a los derechos humanos no fueron hechos aislados. Son reconocimientos fuertes. Si un jefe de Estado pide perdón en medio de tres, cuatro o cinco mil querellas criminales, eso tiene repercusiones enormes.
–Las medidas reparatorias, como las pensiones a las víctimas, también generaron críticas.
–Sí. Se veían como concesiones graciosas del Presidente de la República, no como derechos. Y además estaban administradas por el Ministerio del Interior, que era el mismo organismo encargado de la fuerza pública que había violentado. Para muchos, esas pensiones parecían más una política de Sebastián Piñera para lavar su imagen pública que una verdadera reparación.
Quiebre generacional
En Ocurrió en octubre, Sergio Micco también busca ir a las raíces del malestar que desembocó en la violencia social. Su explicación es política y filosófica, basada en la teoría de las generaciones de Ortega y Gasett que enseña a sus alumnos de Derecho de la Universidad de Chile, cátedra por la que han pasado connotados frenteamplistas como el Presidente Boric o la diputada Gael Yomanns, y también jóvenes representantes de la otra trinchera, como Francisco Orrego.
Cuenta que a diferencia de lo que pasa hoy, en sus primeros años como decé figuras como Bernardo Leighton o Eduardo Frei Montalva tenían claro que la misión política incluía formar jóvenes desde muy temprano.
Lo ilustra con ejemplos: Frei enseñaba a “hacer política tomando vino dulce y galletas” con los más jóvenes y Leighton presentaba a Ricardo Lagos en 1973 como “este joven que se llama Ricardo”. Concluye que esa visión se quedó el tiempo, y fue parte de las razones que lo llevaron a dejar de militar: “Una misión de la política es saber retirarse a tiempo, formar cabros jóvenes y escribir tus memorias. Es fundamental retirarse y dejar un buen sucesor. Eso lo olvidó la Concertación. Yo lo viví, yo lo vi”. Precisa que, si bien comenzó a alejarse de la DC por diferencias valóricas –“empezaron a tomar posiciones más secularizantes y liberales”-, su decisión final vino porque “estuvimos demasiado tiempo en el gobierno, y eso nos alejó de la sociedad civil”.
–Comparas lo vivido en Chile con lo ocurrido en mayo del 68 en Europa.
–Si, porque ahí también se dio la fractura generacional. Jóvenes que no habían vivido la guerra ni el hambre despreciaban los logros de sus padres. En Chile, muchos cabros sentían que la Concertación los había traicionado. Cuando vi en Plaza Egaña rayados que decían “muera Pinochet”, me quedó claro que había una bronca ideológica instalada. Para ellos, la democracia estaba completamente desprestigiada. La política se había corrompido.
–¿Por qué se corrompió la política?
–Cuando estás en la oposición eres pura sociedad civil: con sindicatos, juntas de vecinos, pastorales. Pero cuando llegas al gobierno lo que quieres es administrar el statu quo. Y eso lleva a corrupción: la burda, que es sacar plata del Estado; y la difusa, que es usar recursos públicos para fines partidarios. A mí me escandalizan los sueldos de asesores jóvenes de cuatro o cinco millones, sin experiencia política ni técnica. Eso le hace un daño enorme a la política.
-Si los mayores se apernaron ¿cuál fue el error de los más jóvenes?
-No entender que la política tiene límites. En los años 80 quisimos sacar a Pinochet, las AFP, las Isapres, y perdimos. El general se fue con un 43% de apoyo, con la economía controlada por grandes grupos privados y con los militares de su lado. En 2019 fue parecido: las clases medias se asustan cuando la protesta se vuelve violenta. Entonces no es que la Concertación haya traicionado, es que había limitaciones estructurales que muchos jóvenes no entendían. Los viejos debimos ser capaces de explicarles a los jóvenes que este mundo -infinitamente mejor que el Chile del ‘73 o el ’83- se había conformado de cierta manera, con razones históricas. Para ellos, los consensos eran componendas, cocina”. Para nosotros, que veníamos de una política ideologizada con tres tercios irreconciliables, un mal acuerdo era siempre mejor que un buen pleito ideológico. Esa fue la gran falla: no supimos transmitir que, cuando todo se vuelve una causa intransable, lo que viene no es democracia, es guerra… Y en Plaza Baquedano llegué a sentir más odio que en marzo del 73.
–¿Más odio que en 1973?
–Sí. A inicios de ese año las divisiones eran más abstractas: clases sociales, partidos, ideologías. En 2019, en cambio, en este mundo de redes sociales y de cultura audiovisual, el odio se expresaba directamente frente al rostro del otro. Fue una virulencia personal espantosa. Y yo mismo estuve en el centro de ese odio, de la bronca, a ratos de un lado y a ratos del otro.
–Se te nota enojado ¿Hacia quién?
–Sí, tengo rabia. Primero, contra los que se apitutaron, contra los que no supieron abrirse a los jóvenes porque no supieron retirarse a tiempo. Hicieron un daño terrible y se lo siguen haciendo a la política. También rabia contra quienes, al final, dejaron que primaran ideologías y planteamientos políticos estratégicos contra Carabineros, contra Sebastián Piñera, por sobre resolver una crisis política gravísima que pudo haber conducido al quiebre de la democracia. Y rabia contra mí mismo, porque en vez de estar más en terreno, más con las asociaciones de víctimas, me dediqué a conflictos internos del Instituto… Rabia también de no haber sido más firme con algunas querellas criminales. Había causas claramente desmesuradas, y yo debí ser más categórico en condenar la violencia.
–¿Se vio afectada su carrera en el mundo de los derechos humanos?
–Enormemente. Pero mira, a mí lo que más me duele es la cantidad de amigos que perdí. Tú tienes que entender que cuando fui presidente de la Federación de Estudiantes, era en una lista que iba con los comunistas, con la izquierda cristiana, con los socialistas. Ese era mi mundo. Nunca me quise meter en cargos de gobierno elevados ni quise ser parlamentario, porque quería mantener mi independencia de juicio. Pero de repente me doy cuenta de que para muchos amigos de centroizquierda e izquierda, yo había cambiado. Y en el libro más bien les digo: ¿qué les pasó a ustedes?