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Max Luksic: ni orgullo ni prejuicios

Estudió en Estados Unidos y Suiza, trabajó como mesero en China, fue director ejecutivo de Canal 13 y hoy es alcalde de Huechuraba. Max Luksic -hijo de Andrónico- habla aquí sobre su historia personal, su familia y las razones que lo llevaron a cambiar los negocios por el servicio público. “La política es demasiado importante como para dejarla solo en manos de los políticos”, dice.

Max Luksic recibe a EL DÍNAMO en oficina del Municipio de Huechuraba, un edificio moderno, de buena factura, que mira hacia los cerros, hoy verdes, en el sector de La Pincoya. “La comuna es muy bonita”, dice mirando por la ventana al mismo tiempo que recorre con los ojos la cadena montañosa que tiene al frente. La escena no parece la de un empresario ni la de un político tradicional: no hay poses, no hay prisa. Sí hay sonrisas, amabilidad. No solo en él. Sonríen los guardias de seguridad, sonríen las secretarias, sonríe el personal del aseo.

Un día luminoso de octubre, a las 8.30 de la mañana, Max Luksic ya lleva una hora en su oficina. “Me gusta la puntualidad. Llegar antes y recibirlos a todos”, dice con serenidad. Para él, gobernar no ha sido un salto de poder, sino un regreso al aprendizaje. “Estoy muy contento”, dice. “Contento todos los días. Es como volver a la universidad, estoy aprendiendo cosas nuevas: sobre salud, educación, seguridad…, con equipos que saben. Además, pensaba que, desde la televisión, desde la pantalla, conocía la realidad de Chile, pero la realidad es muy diferente de lo que uno piensa. La ves cuando sales a terreno”.

Alguna vez fue junto a un equipo de periodistas a cubrir un operativo policial en La Cisterna. No iba dentro del carro policial, sí en un auto que lo seguía. Pero dice que no lo invitaban a los temas más complicados. “Claudio Villavicencio, el director de prensa, nunca me quería llevar”, dice. Era que no. Director ejecutivo de Canal 13, hijo del dueño de la estación televisiva y uno de los hombres más ricos de Chile, Andrónico Luksic, ¿quién se atrevería? “Pero iba a hacer mis caminatas los fines de semana a diferentes barrios, a ver un poco ciertas cosas”, cuenta. Lo dice con la voz tranquila de quien está cómodo con no saberlo todo.

De quién sabe que por su posición tampoco puede hacerlo todo. Sabe que lo suyo va por otro lado.

Interno a los 12 años

La historia de Max Luksic no es la del típico político. Es decir, está muy lejos de serlo. A los doce años -estudiando en el colegio Grange- quiso irse solo a un internado en Estados Unidos. “Yo lo pedí”, recuerda. “Mis hermanos mayores estaban afuera y yo quería vivir lo mismo, conocer otras culturas, ser independiente”, agrega. El colegio se llamaba Eaglebrook, en Deerfield, Massachusetts. “Los primeros seis meses fueron horribles, lloraba todos los días. Echaba de menos al papá, a la mamá”, cuenta. “Pero después armé mi grupo de amigos y nunca más llamé a la casa, hice amigos de México, de Corea, de Venezuela… hasta el día de hoy hablamos”.

Eaglebrook es un colegio “saludable”, donde no vendían dulces ni bebidas. Fue allí donde descubrió su veta emprendedora: junto a un amigo mexicano montó un pequeño negocio de “contrabando” de dulces y bebidas. “Yo llevaba chocolates Vizzio y Negritas desde Chile y mi amigo, dulces desde México. Traficábamos. Nos fue increíble… hasta que nos pillaron. Pero nos atrevimos y emprendimos. Teníamos un monopolio. Ahí gané mi primera platita”, cuenta. “Cuando nos descubrieron nos requisaron todo, pero no nos echaron”. Su padre se rió cuando supo. “Me dijo: ahora entiendo por qué no gastabas ni un peso”, recuerda.

Ese episodio adolescente lo marcó. Le gustaba trabajar, crear, moverse. A partir de los 14 años, en los veranos, ya de vuelta en Chile, su siguiente paso fue en la planta cervecera de la CCU. “Levantando cajas, limpiando baños, en los galpones. Después me metieron al área comercial para aprender cómo funcionaba el negocio”, dice. Y agrega: “Ahí aprendí lo que significa ganarse los pesos”. Para que nadie lo tratara distinto, usaba su segundo apellido: Lederer.

-¿Nunca te rebelaste contra tu padre por hacerte trabajar en los veranos?
-Obviamente, como cualquiera, hubiese preferido estar de vacaciones, tirado en la playa, pero tocaba no más y había que hacerlo. También empecé a conocer gente y lo pasaba bien. Me gustaba trabajar, me gusta trabajar, mucho más que estudiar. Después vino Babson College, en Boston, donde estudió Entrepreneurship y Economics. Saliendo de Babson estuvo en la duda de si quedarse en Nueva York y trabajar en la banca o meterse en el negocio hotelero de la familia, en Croacia. Se fue por lo segundo y partió a Les Roches, una de las mejores escuelas del mundo especializada en Dirección Hotelera y Turismo, en Suiza, a hacer un máster. “Odiaba estudiar, nunca me gustó la universidad. Por eso estudié todo al tiro, porque después no iba a volver a pisar una sala de clases”.

Con un máster encima, su jefe en la consultora de París donde trabajaba le hizo una pregunta crucial: ¿Cómo vas a ser consultor de hoteles si no sabes lo que es pasar una semana sin dormir sirviendo mesas? Y él pensó: ¿Dónde puedo hacer este tipo de práctica sin que nadie me moleste? China fue la respuesta. Dice que se fue a “tirar” currículums a Hong Kong, Shanghai y Beijing. Y quedó en el hotel Shangri-La, de Beijing.

“Partí lavando platos y terminé en el restaurante, de mesero. A los chinos les fascinaba que un blanco les sirviera. Pero me llegaban buenas propinas de vez en cuando”, recuerda.

Estuvo un año en Beijing y otro en Hong Kong, donde pasó al área de innovación y desarrollo de hoteles. Luego Croacia: “Ahí me hice cargo de la parte de alimentos y bebidas de la cadena Adriatic Luxury Hotels, con mi hermano Davor. Fue una bonita época, pero dura. Navidad y Año Nuevo trabajando mientras mi familia estaba en Chile”.

Todo parecía indicar que se quedaría en la hotelería. Hasta que un día su padre lo llamó desde Chile. Canal 13 estaba en problemas. “Me dijo que le encantaría que lo ayudara. Le respondí: papá, no sé nada de televisión. Pero me mandó los números y vi que era un gran desafío y un minuto Kodak: evolucionar o morir. Eso me gustó. Lo encontré emocionante. Estábamos perdiendo entre 10 y 15 mil millones al año, nos estábamos desangrando. Le dije: ya, déjame ayudarte. Y volví”.

-¿En algún momento dijiste “la hotelería no es lo mío, quiero volver a Chile”?
-No, nunca. La hotelería me encantaba, estaba feliz, iba a tirar el ancla en Croacia. Sentía que estaba volviendo a mis raíces: tengo un hermano viviendo allá y dos sobrinos que nacieron en ese país. De hecho, mi tatarabuelo, Policarpo Luksic, fue quien abrió ese camino. Llegó a Chile, trabajó, prosperó y luego regresó a Croacia con su mujer. Antes de partir, le dejó quince mil dólares a mi abuelo y a su hermano —una fortuna para la época— y se fue a vivir nuevamente a su tierra.

El regreso y el salto a lo público

En la oficina de Max Luksic en la Municipalidad de Huechuraba hay una frase enmarcada firmada por su abuelo Andrónico Luksic Abaroa: “Lo que algunas personas llaman suerte, es algo que no siempre llega, hay que crearla”. Quizá esa sea también la historia de Max, quien, con los ojos alegres y brillantes, sigue sonriendo cuando cuenta una nueva anécdota de su familia. “Cuando Policarpo regresó a Croacia, mi abuelo Andrónico viajó a Inglaterra a probar suerte. En esa época los hoteles de lujo ofrecían habitaciones para los empleados que acompañaban a sus patrones. Mi abuelo pedía una de esas piezas y así lograba alojarse dentro del hotel, mezclándose con los huéspedes. La gente pensaba que pertenecía a la alta sociedad, y eso le abría puertas para hacer negocios. Siempre estaba buscando una oportunidad”.

-Pudiendo estar tomando Aperol Spritz en la Costa Amalfitana, por decir algo, ¿qué hace que un hombre como tú quiera ser, primero, alcalde y, segundo, de una comuna que no conocía, como Huechuraba?
-Me gusta trabajar, así que no podría quedarme de brazos cruzados. Y me tocó vivir el estallido social estando en la dirección ejecutiva de Canal 13. Algo me pasó. Empecé a sentir que desde los medios uno mira el país desde lo macro, pero sin tocarlo. Durante el estallido traté de juntar a políticos, empresarios, gente joven, para conversar. Al principio se armaron diálogos bonitos, con altura, pero con el tiempo esas mismas conversaciones se fueron polarizando, se volvieron ideologizadas, sin mirada de país”.

Y añade: “Además, veía que muchos de los que se estaban involucrando en política, sobre todo de mi generación, no tenían experiencia. Venían directo de la universidad, habían sido dirigentes estudiantiles pero sin haber trabajado nunca. Y eso me empezó a preocupar mucho.”

Se entusiasma hablando de gestión y comparando magnitudes. “Una municipalidad maneja 70 mil millones. Canal 13 también manejaba 70 mil. Antes manejé 50 mil. Antes, mil. Ha sido una escala”. Lo dice para subrayar su punto: “La experiencia importa. Aprender a tener jefes que no te gustan, a que te digan que no, a administrar recursos. Eso te prepara para servir. Uno va entendiendo eso, te lo va dando la experiencia, aunque tenga 38 años”.

-Bueno, empezaste a trabajar a los 14.
-Porque mi papá también nos enseñó a entender el significado de lo que es ganarse los pesitos. Y eso siempre ha estado en mi familia. A mi abuelo Andrónico le decían “mano de guagua”. No gastaba ni uno. En medio de ese clima tenso de la política chilena, tomó una decisión: quedarse en Chile. “Muchos me decían: vámonos, esto no tiene arreglo. Pero yo no quería irme. No quería que mi hija creciera en otro lugar. Me dije: este es mi país, y quiero quedarme. Si quiero que las cosas cambien, no puedo quedarme solo criticando; tengo que involucrarme. Alguien dijo una vez que la política es demasiado importante para dejarla solo en manos de los políticos. ¿Por qué no dar un paso y contribuir por un tiempo con un grano de arena?”.

Con Canal 13 ya ordenado y un equipo funcionando, se lanzó. “Quería partir como concejal, para no saltarme las filas”, cuenta. “Pero me dijeron: con tu experiencia y tu currículum, te apoyamos para una alcaldía”.

Así llegó la idea de postularse a alcalde. Escogió Huechuraba, “porque me sacaba de mi zona de confort”, una comuna diversa, con contrastes sociales marcados. “Quería estar donde se mezclan realidades, donde se nota lo que falta. Donde la gestión puede cambiar la vida cotidiana. Siempre me ha gustado estar en terreno. Eso viene de haber sido mesero: entender al otro, servir bien, estar atento”. Repite que no llegó a “mandar”, sino a “servir”. Y que la transparencia es el eje. Tiene una obsesión: medir. “Acá me encontré con cosas que se hacían y no estaban medidas. Impactaban a cuatro personas. Está bien ayudar a cuatro, pero si puedo llegar a cuatro mil, es mejor”.

Su mirada es de largo plazo. “No estoy trabajando solo para cuatro años; para mí, corto plazo es quince años”. Ya habla, de hecho, de reelección (“quiero estar ocho años”), pero sin ansiedad: “Si no me reeligen, no me reeligen, eso es lo lindo de la democracia”, dice, mientras impulsa proyectos concretos que se ven todos los días en las redes sociales; historias que acumulan miles de likes en Instagram y Tik Tok.

Seguridad, pavimentos, luminarias, plazas; after school municipales para 1.050 niños (la meta son 3.000) con robótica, deporte y baile para apoyar a familias que trabajan; y dos ideas ancla que lo tienen muy entusiasmado.

La primera: un parque lineal de 15 kilómetros que conectará la comuna siguiendo el Canal El Carmen, con ciclovías y accesos hasta el cerro Manquehue. “Partimos en el Parque El Rosal con 2.000 árboles donados por una empresa. La gracia es dejar la posta: no todo tengo que inaugurarlo yo”.

La segunda: un estadio para 3.000 personas en un recinto de siete canchas donde hoy apenas hay una. Y muestra el enorme mapa comunal que tiene pegado en una de las paredes de su oficina. “No solo vamos a tener fútbol, sino que también atletismo, bala; estamos trabajando con deportistas para armar algo de primer nivel. Hay talento en Huechuraba”.

El apellido y la familia

Max Luksic no esquiva el peso de su apellido. “Obvio que hay prejuicios. Siempre los ha habido. Años atrás a mi papá le decían roto provinciano, mi familia era de rotos provincianos. Durante mucho tiempo nos trataron de esa manera. Chile puede ser muy duro con los de fuera. También había resentimiento en algunos profesores. Yo soy del año 87 y me fui de Chile en 2006, cuando la familia ya era fuerte (económicamente). Varios profesores sabían quiénes éramos. Había resentimiento. Menos mal que no había redes sociales en esa época. Para mis primos más jóvenes ha sido mucho más duro; me contaban que en la universidad algunos profesores no los trataban bien. Así es. Chile siempre ha sido así. Por eso casi todos nos fuimos a estudiar afuera”.

Incluso preferían mentir: “Para las vacaciones, con mis hermanos decíamos que íbamos al norte, cuando en verdad pasábamos las vacaciones en Estados Unidos. A pesar de estar en el Grange, en esa época éramos casi los únicos que viajábamos fuera de Chile. Por lo menos en mi curso yo era el único. Y yo entendía que mi familia era diferente en ese sentido”.

-¿Qué decían tus padres frente a estos temas?
-Mis padres nos inculcaron el valor de la responsabilidad y lo que significaba haber nacido en esta familia. Que nunca olvidáramos de dónde veníamos, la suerte que teníamos y las oportunidades que eso implicaba. Nos repetían que esa fortuna conllevaba también una gran responsabilidad, y que no debíamos desperdiciarla.

De su padre, hoy viviendo en Villa O’Higgins, rescata también la idea de la sobriedad y el valor de la familia. “Somos todos muy unidos, con mis hermanos, con mi papá, con mi mamá por el otro lado. Intentamos vernos lo más que podemos, y eso lo logramos a veces dos veces al año. Es poco, pero para lo que nos veíamos antes es bastante. En un minuto yo vivía en China, mi hermano mayor en Londres, otro en Toronto, la Fernanda en Nueva York y Dax vivía… ni me acuerdo, creo que en Italia. Ahora vivimos todos en Vitacura, bien cerca, menos Davor que está en Croacia”.

-¿Cómo es la relación con tu padre hoy?
-Muy buena. Mi papá, que ya tiene 71 años, está en una etapa distinta, tratando de compensar todo el tiempo que no pudo estar con nosotros cuando éramos chicos. Está retirado, disfrutando la vida —bien merecido lo tiene— y cuidando un campo que compramos para proteger al huemul. Queda a catorce horas en auto del último aeropuerto, así que, si alguien lo va a ver, es porque realmente lo echa de menos… o porque hay una emergencia. Pero él va y viene.

-¿Y sigue teniendo su casa en Vitacura, frente a ese terreno donde tiene una huerta?
-Sí. Yo también tengo una huerta en mi casa.

Max Luksic trabaja de lunes a domingo. En los últimos ocho años ha tomado dos veces vacaciones. El equipo le “regala” domingo por medio para estar con su señora, la actriz Loreto Aravena, y su hija de diez años, quien a veces lo acompaña a las actividades. “Intento llegar a las nueve, pero hay juntas de vecinos que se alargan. Igual hay que dormir; si no, al otro día no sirves”, dice.

¿Rituales? “Llego, le doy un beso a mi hija, converso un rato con mi señora, cierro mails y -culpa del 13- veo el noticiero. Para ojalá a las once y media estar durmiendo”.

-Tu señora debe haber sido muy importante en la campaña en el sentido de captar votos, y lo sigue siendo ahora, según se ve en redes sociales.
-El apoyo no es menor, por supuesto, especialmente sabiendo que somos personas de sectores diferentes políticamente, lo que nos obliga a escucharnos. Pero llevamos nueve años juntos, entonces puedo decir que hemos sido capaces de complementarnos. Nos hemos ido encontrando en el centro. A veces tiene ella la razón, a veces yo le gano el argumento. Además, venimos de familias totalmente diferentes. Lo bueno es que nos llevamos bien. Ella se dio cuenta rápidamente de que éramos una familia bastante más simple de lo que muchos se imaginan. Éramos -somos- de estar unidos. No somos ningunos descabellados. Eso también nos fue sumando, uniendo. Es posible convivir con diferencias y llegar a acuerdos. La política ha cambiado: no todo es izquierda o derecha.

-¿Te pesa mucho la exposición?
-Este trabajo es con emociones. Hay días buenos y días malos. Y sí, duele cuando te pegan en las redes. Cuando la gente dice que la política es sin llorar, yo digo lo contrario: Es con llorar… pero sin rencor. legas a la casa y te contiene la familia. Aprietas los dientes y sigues.

-¿Duermes bien?
-Como guagua. Sueño poco y profundo. Eso es bueno, porque descanso.

Sobre la coyuntura electoral, es transparente: apoya a su can }didata Evelyn Matthei “en mis tiempos libres, porque la prioridad es la comuna”. Y si alguien le pide plata por ser Luksic, se pone serio: “No vengo como grupo económico, vengo como alcalde”.

A veces, al final del día, se queda mirando por la ventana hacia los cerros. Lo hace en silencio, con esa calma de quien sabe que no tiene nada que demostrar. Tal vez piensa en sus años de internado, en los hoteles, en Beijing, en Croacia, o en su padre caminando por los bosques del sur. Pero lo más probable es que esté pensando en Huechuraba, en la gente que ahora lo saluda por su nombre y no por su apellido: “Estoy contento -dice otra vez-. Contento todos los días”.

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