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Entre sus seres queridos, la conocen como Zhenia, pero en el frente su nombre de guerra es “Nikola”. Como paracaidista-paramédica en el batallón voluntario Hospitallers, lleva más de un año y medio salvando vidas en el campo de batalla. Su decisión de unirse a la guerra no fue impulsiva, sino el resultado de una convicción profunda: su lugar estaba en la evacuación de heridos, no en la infantería ni en las tropas de asalto. “Lo hago por los niños”, dice con firmeza, creyendo que su labor contribuye no solo a la victoria de Ucrania, sino al futuro de su familia.

Sin embargo, al inicio su familia no lo vio de la misma manera. La noticia de que Zhenia se uniría al frente fue recibida con rechazo y preocupación. Trataron de disuadirla, sin éxito. En sus primeras rotaciones sintió el peso de la desaprobación, pero con el tiempo la percepción cambió. Su eficiencia en el campo y su compromiso inquebrantable transformaron el miedo en apoyo. Hoy, sus familiares se preocupan por ella, la ayudan con sus hijos y la respaldan en cada misión.

Roxy, de 21 años, tuvo un camino diferente, pero la misma determinación. Cuando la invasión a gran escala comenzó, su familia decidió sacarla de Ucrania y la llevó a Polonia. Durante meses vivió en el extranjero mientras muchos de sus amigos se unían al ejército. Pero su distancia del conflicto no la dejó indiferente. La escasez de equipos en el frente la llevó a movilizarse, recorriendo ciudades polacas en busca de cascos, chalecos y suministros. Con la ayuda de voluntarios, logró hacer llegar material a sus compañeros en Ucrania.

En el segundo año de guerra, su labor como voluntaria se intensificó. Organizó colectas humanitarias y, con el tiempo, su círculo social se llenó de militares. Lo que comenzó como amistad se convirtió en un vínculo más profundo, hasta que la guerra la golpeó de la forma más dura: perdió a tres personas cercanas. Sumida en una crisis emocional, recurrió a ayuda psicológica, pero sintió que su trabajo no era suficiente. Un día, sin dudarlo más, entró a la oficina de reclutamiento y firmó un contrato de tres años con las Fuerzas Armadas de Ucrania.

Su familia no reaccionó bien. Como hija mayor y la niña más querida de sus padres, la noticia generó una fuerte oposición. Intentaron persuadirla de todas las formas posibles, pero Roxy no dio marcha atrás. Con el tiempo, aunque la preocupación no desapareció, sus padres aceptaron su decisión. Ahora la apoyan y, aunque el miedo sigue presente, el orgullo ha tomado su lugar.

La importancia de las organizaciones, un apoyo para ellas desde la retaguardia

No solo las mujeres en el frente luchan. También lo hacen desde la retaguardia, organizando apoyo y suministros. Una de esas organizaciones es Zemlyachki, dedicada a proveer recursos a las mujeres en combate. Fundada de manera orgánica tras la invasión a gran escala, su misión es asegurar que las mujeres que se han unido a la defensa del país cuenten con el equipo necesario para desempeñar su labor de manera efectiva.

Muchas de estas mujeres, como Nastia, tenían vidas completamente civiles antes de la guerra. Eran profesionales, emprendedoras, madres. Pero cuando Rusia atacó, entendieron que debían proteger su hogar y se unieron voluntariamente al ejército. Sin embargo, el país no estaba preparado para recibir a tantas mujeres en las filas. Faltaban uniformes adecuados, chalecos antibalas diseñados para su anatomía y otros suministros esenciales. Zemlyachki surgió para cubrir esa necesidad, asegurando que las combatientes pudieran desempeñar su labor con comodidad y eficacia.

Actualmente, más de 70 mil mujeres forman parte de las Fuerzas de Defensa de Ucrania, y ese número sigue creciendo a medida que la guerra continúa. Para muchas de ellas, no se trata solo de una elección, sino de una necesidad: defienden su hogar, sus familias y su derecho a vivir en libertad. “Estás en el frente o por el frente”, dicen en Zemlyachki, convencidas de que cada esfuerzo cuenta.

La guerra no solo representa un desafío físico, sino también psicológico. Tras casi tres años de conflicto a gran escala, la salud mental y física de las mujeres en el frente es una de las mayores preocupaciones. La falta de acceso a atención psicológica y la presión constante han afectado a muchas combatientes. El agotamiento, las malas condiciones de vida y la exposición constante al peligro dejan secuelas, desde problemas en la espalda por el uso prolongado del chaleco antibalas hasta deficiencias vitamínicas que afectan su bienestar general.

A pesar de todo, la determinación de las mujeres en el frente sigue intacta. Para muchas, la guerra no tiene género. Es una lucha por la supervivencia. “Si un día llegan los misiles a tu casa, destruyen lo que construiste y amenazan a tus seres queridos, tienes dos opciones: huir o defender lo tuyo. Y si sientes que puedes hacerlo, tomas un arma y luchas”, dicen desde Zemlyachki. Esa es la razón por la que tantas mujeres han dado el paso, y es también la razón por la que la organización seguirá apoyándolas mientras sea necesario.

¿Y qué dicen ellos?

Para muchas mujeres en el ejército, la interacción con la población civil no siempre es sencilla. En su día a día, alternan entre la guerra y la vida cotidiana, lo que crea un choque de realidades difícil de manejar.

Zhenia lo ha vivido en carne propia. Tras cada rotación, sus compañeros de oficina la reciben con la misma pregunta: “¿Cuándo ganaremos?”. También le piden que les cuente algo positivo sobre el frente, pero ella siente que no siempre puede ofrecerles esa respuesta. “No tengo nada positivo que decirles”, confiesa. Adaptarse nuevamente a la vida civil después de una rotación es un proceso difícil, y esas preguntas la abruman.

Con el tiempo, ha aprendido a manejar la situación. Habló con sus compañeros y les pidió que evitaran ciertos temas, algo que su equipo respetó. “Estoy agradecida con ellos porque me escuchan y me apoyan”, dice. También ha aprendido a comunicar sus propias emociones sin cerrarse por completo. Antes, se sentía frustrada y enojada; ahora, simplemente explica qué preguntas la incomodan y mantiene una comunicación más sana con quienes la rodean.

Pero fuera de su entorno laboral, la percepción es distinta. Caminando por Kiev, nota miradas de asombro y, a veces, indiferencia. Sin embargo, hay momentos que la llenan de energía. “Cuando voy en moto por Kiev, antes o después de la rotación, veo a los niños mirarme con emoción. Me saludan y disfrutan viéndome. Eso es genial. Los niños son lo mejor”. Para Zhenia, esas interacciones le recuerdan por qué sigue adelante: su lucha es por el futuro de quienes aún pueden vivir sin el peso de la guerra sobre sus hombros.

El futuro de la lucha

La guerra sigue, aún no ha terminado. Ha pasado mucho tiempo y el desgaste es innegable, pero las mujeres en el frente continúan resistiendo. “Creo que merecemos el apoyo de cualquier otro país. Necesitamos que nos comprendan desde su punto de vista”, afirman. Ellas no solo luchan por su tierra, sino por el derecho de seguir construyendo un futuro para sus familias y para su país. “Estamos haciendo todo lo posible para proteger a nuestras familias, nuestro hogar y nuestra nación. Queremos seguir viviendo aquí, tener la oportunidad de desarrollarnos y que las futuras generaciones se enorgullezcan de nosotros y de Ucrania”.