Las librerías chilenas tienen por estos días dos biografías sobre Enrique Correa, personaje clave en la historia política y empresarial de los últimos 60 años en el país. A la biografía no autorizada Enrique Correa, una biografía sobre el poder (Catalonia/UDP), ahora se suma Enrique Correa: Mi vida, mi historia (Planeta).
Escrita por el periodista Luis Álvarez, ex editor general de revista Qué Pasa y ex subdirector de El Diario Financiero y La Hora, el profesional también tiene una dilatada trayectoria en el mundo corporativo. Fue gerente de Comunicaciones del Banco Central y gerente de Comunicación Estratégica de Imaginacción, la empresa de lobby fundada por Correa tras su salida del poder institucional. “Trabajé seis años con él”, parte transparentando el autor, quien hoy se define como amigo del también ex vocero del gobierno de Aylwin. Sobre la génesis del libro, cuenta: “Enrique tenía la idea de hacer un libro sobre la transición y su papel en la transición. Cuando conversamos, yo como periodista le dije, siendo un poco más ambicioso, ¿por qué no contar la historia de tu vida? Y él estuvo de acuerdo”.
Dice que Correa nunca quiso un ghostwriter. Por eso, Álvarez optó por una estructura híbrida: introducciones por capítulo escritas por él, seguidas del relato de Correa en primera persona. Fueron más de 30 entrevistas de entre dos y tres horas de duración. “Lo importante de esto, y por qué me interesó también, es que esta historia se haya contado por un testigo protagonista de la historia”, declara Álvarez.
—¿Cómo se explica esta coincidencia de publicaciones biográficas?
—Me llama la atención que dos editoriales prestigiosas hayan aceptado publicar un libro sobre Enrique Correa. Además, dos libros que no tienen grandes revelaciones, porque no van a encontrar que se destapó algo, o una revelación. Eso, yo creo, habla de la importancia del personaje. O sea, no sé si haya un personaje —que no sea reciente— que tenga dos biografías publicadas por editoriales distintas y ambas prestigiosas.
Desde Ovalle al MAPU, de seminarista a vocero de gobierno, de marxista cristiano a operador político y empresario. Correa ha encarnado muchas identidades, y eso atrajo al autor: “Primero, cómo un cristiano se convierte en marxista, cristiano marxista, y sigue siendo cristiano siendo marxista. Esa era una reflexión. Después, cómo enfrentar desde este cristiano marxista el sumarse al Gobierno de la Unidad Popular y hacerse parte”, define.
El libro recorre también su clandestinidad en dictadura, su regreso a Chile y su rol como ministro secretario general de Gobierno bajo Patricio Aylwin. “Fue una parte interesante ver cómo había vivido él, desde su experiencia personal, todas las crisis que hubo en el Gobierno de Aylwin, porque hubo varias: el Ejercicio de Enlace, el ‘Boinazo’, la estadía de Honecker, el asesinato de Jaime Guzmán… Su importancia es muy grande. Gracias a él, gracias a la relación que va gestando con Cheyre con su Nunca Más, el Ejército se despinochetizó”.
Obediencia y conservadurismo
En el Gobierno es el nombre del capítulo del libro que da cuenta de las dificultades que enfrentó tras la dictadura la naciente democracia en los 90, particularmente en materias de relaciones cívico militar y de libertad de expresión. Las salidas de libreto vividas por uniformados como Pinochet y Ballerino le valieron poner su cargo a disposición de Aylwin. Como vocero, Correa tuvo que ponerse al servicio de comunicar mensajes que no siempre se alinearon con su parecer personal. Así lo revelan los acápites Prensa y libertad de expresión, El episodio con TVN y Conservadurismo presente.
En esas páginas se hace cargo de críticas recibidas por la falta de apoyo financiero a medios independientes, la supuesta manipulación de la información, la condena a la performance de Patricia Rivadeneira desnuda sobre una cruz —“Fue la única vez en que distribuí una declaración y no la leí”, dice Correa— y, por supuesto, el polémico episodio de la postergación de la entrevista de Informe Especial (TVN) a Michael Townley.
El ex agente de la DINA, autor del atentado contra Carlos Prats, daba detalles de su participación en el crimen en una exclusiva del canal público, que llegaba justo en momentos en que se esperaba un fallo judicial contra Manuel Contreras. Es por eso que, en el Ejecutivo, surgía la necesidad de que esa emisión no fuera interpretada como intervención, y se pedía aplazarla. Así explica Álvarez el rol de Correa en el evento: “Él cuenta que estuvo en desacuerdo con la idea del Presidente. Le dice al Presidente que eso era ilegal, que no se podía hacer, que la autonomía de Televisión Nacional era absoluta. Entonces, surge una tensión dentro de cómo se iba a abordar esta solicitud, y él asume como ministro obediente la tarea de comunicarle al presidente del directorio la preocupación del Presidente”.
Luis Álvarez recuerda cómo ese episodio derivó en un escándalo mediático: “Lo que hizo Enrique fue declararse enfermo al día siguiente. En el fondo, para manifestar su desacuerdo de esa manera. Uno dice: bueno, ¿por qué Enrique no renunció? Pero eso era crearle un conflicto mayor al Presidente. Era crear una crisis de gabinete”.
En En primera persona, Correa también narra su salida de la primera línea política, después de ser marginado del segundo gobierno de la Concertación. “Estaba en Nueva York cuando recibió un llamado de Cristián Bofill diciéndole que el Presidente había decidido que él no iba a ser senador designado. Lo único que había aceptado a él como figuración pública era esta posibilidad de ser senador designado, solo porque iba a trabajar con Boeninger. Entonces, cuando esto abortó, ya dijo: no quiero saber más. No indagó, no quiso ni saber los motivos. Prefirió quedarse con lo que le dijo Bofill”, dice Álvarez.
En palabras del propio Correa, se lee en la página 225: “Bofill (entonces director de Qué Pasa) me dijo que Frei había decidido no designarme y que lo pondría en un titular de la revista. Cuando le pregunté a qué se debía, me dijo que le había molestado una performance del director teatral Andrés Pérez —otro de mis mejores amigos— en la que yo había participado (…) hice unas declaraciones sobre el teatro y sobre Andrés, quien después salió disfrazado de mujer estando yo presente. No sé qué pesó en el Presidente y nunca lo hablé con él”.
Luis Álvarez precisa que desde un inicio Enrique Correa: Mi vida, mi historia fue concebido como una narración de la vida pública de Correa. Es por eso que, en las más de 370 páginas de la publicación, hay escasas menciones a su vida privada.
—La biografía no autorizada da cuenta de un juicio político de su partido, a raíz de que en algún momento tuvo relaciones de pareja paralelas. Eso no está en este libro.
—Hay una parte que la subtitulamos Héroes anónimos, que habla de José Vargas, quien fue salvajemente torturado en Puerto Montt y luego se fue a Holanda, donde recibió muchas veces a Enrique en su casa. Él dice que eso fue en una etapa difícil de su vida, y fue justo el momento en que estaba siendo sometido a ese cuestionamiento, a algo que finalmente no ocurrió. Probablemente para él no era necesario ni siquiera mencionar ese tipo de cosas. No fue algo que surgió.
—¿Te sentiste con libertad para preguntar?
—Pude hacer todas las preguntas que quería y que yo creo que se le pueden preguntar para un libro como este. Nunca quise perder la perspectiva de que esto era una historia política y empresarial. Ese era el propósito que nos habíamos hecho.
Lobby, abuso y superioridad moral
La historia de Enrique Correa llega hasta el presente. Y en estos días, uno de los temas más controversiales que ha rodeado a Imaginacción —asesora de empresas rodeadas de polémica como Penta— es su vinculación con la asesoría de personas denunciadas por delitos sexuales. “El enfoque de Enrique es que toda persona tiene derecho a contar su historia”, explica sobre la representación de figuras como los directores Herval Abreu y Nicolás López. “Esto que estamos viendo tan comúnmente, de que basta que haya una denuncia para que el denunciado sea culpable, es contra natura. Esa persona tiene derecho a contar su historia. Y lo que hace Imaginacción no es asesoría legal. La persona llega con un abogado. Se trabaja comunicacionalmente”.
En el libro también se lee la participación de Correa en el manejo de casos de abuso de sacerdotes, asesorando al cardenal Errázuriz en medio de la crisis institucional: “No creo que él haya sido un encubridor sistemático, consciente, pero se atenía a ciertas reglas que demoraban, dilataban”. En su voz también se lee cómo su cercanía personal con figuras como Cristián Precht y su conocimiento de las corrientes de influencia al interior de la Iglesia lo llevan a discriminar unos casos de otros.
De Precht —vicario de la Vicaría de la Solidaridad entre 1976 y 1979, que en 2018 fue expulsado del sacerdocio por su participación en casos de abuso sexual de menores— dice: “No es un pedófilo ni tampoco un acosador (…) Todo lo que ocurre con él tiene que ver con su sexualidad y con su celibato, probablemente mal llevado en tiempos turbulentos”. Postula que las luchas internas de la Iglesia llevaron a que se quisiera empatar los casos Karadima y O’Reilly, posando la mirada sobre otros más progresistas, como Precht y Eugenio Valenzuela, provincial de los jesuitas. También dedica líneas a Renato Poblete, diciendo que el suyo no es un caso relacionado con una pugna al interior de la institución, sino que “tiene peso por sí mismo”.
En una llamativa asociación de ideas, Correa toma un mea culpa de la Compañía de Jesús sobre “cierta superioridad moral” con la que habían mirado los abusos que terminaron por registrarse en sus filas, para hablar del Frente Amplio: “No hay peor tentación en la vida que la superioridad moral y, en este mismo terreno, basta recordar que, con motivo de las platas políticas, la izquierda levantó al comienzo el dedo acusador y después terminó muy mal”.
¿Y cómo ha vivido Enrique Correa los cuestionamientos a la transición desde el mundo frenteamplista? Luis Álvarez lo resume así: “Él dice que su generación fue terriblemente maltratada por la generación siguiente. No solo han reescrito la historia, sino que han reescrito su propia biografía. Él siente que esta nueva generación renegó de sus maestros”.
Si Enrique Correa: Mi vida, mi historia no fuera una biografía contada en primera persona, Álvarez cree que habría optado por titular con el rol clave que jugó en cada ámbito donde se desempeñó. Pero no solo se habría centrado en lo crítico del rol, también habría escrito sobre la injusticia de las percepciones en torno a él: “Hay una deuda con Enrique de reconocerle todo el aporte que hizo: desde que se quiso involucrar en la política, desde la reflexión para el recambio, desde su contribución para que la transición fuera pacífica y no por la vía violenta. También hay una deuda con él por su rol en la relación público privada. No se le reconoce que haya sido el gran impulsor de que exista una ley del lobby que separe esto, derechamente, el tráfico de influencias”.