A veces, los proyectos culturales nacen con un propósito tan claro que logran transformar el entorno en el que se instalan.
Eso ocurrió con el Centro de las Artes Zoco, que en noviembre cumple tres años y que, en ese breve tiempo, ha logrado instalar una identidad reconocible: la de un espacio que defiende el teatro realista y la convicción de que el arte también puede florecer en los márgenes de la ciudad.
“Partimos de cero —dice su director ejecutivo, Javier Chamas—, y hoy tenemos auspiciadores, público fiel y un nombre que el sector reconoce. Nada de eso fue casualidad, sino consecuencia de un trabajo sistemático y coherente”.
Zoco no es solo un teatro, aunque su sala de 240 butacas es el corazón del proyecto. Es parte de un ecosistema mayor que combina arte, gastronomía, comunidad y vida urbana, con la idea de recuperar la experiencia del barrio. “Queremos que la gente venga al teatro, se tome una copa, converse. Que vivir el arte sea también una experiencia social”, resume Chamas.
En esa idea de comunidad, el espacio se levanta como una alternativa a los malls o al consumo cultural fragmentado. Un pequeño enclave de humanidad al pie de la cordillera.
Como la vida misma
Cada tarde de sábado a la altura del 15.500 de Avenida La Dehesa, los estacionamientos subterráneos se liberan para albergar a quienes llegan al teatro. En cartelera hoy está La verdad, de Florian Zeller. Mientras esperan el inicio de función, los espectadores se pasean por el espacio, aprecian el arte o capean la espera en la terraza de un restaurante. A la hora señalada, sobre el escenario aparecerá un cuarteto de actores primer nivel -Álvaro Espinoza, Camila Hirane, Nicolás Saavedra y María Gracia Omegna-, dando vida a una historia de infidelidad y amistad cruzada por la mentira. En el público abundarán las risas, pero también las miradas de reojo que siguen cuando la ficción se parece a la realidad.
La dirección artística del centro está a cargo de Pablo Halpern, un hombre de teatro que ha transitado por la dirección y la gestión cultural. A mediados de los 90 creó la Muestra de Dramaturgia Nacional, instancia gubernamental que revitalizó la escena local. Desde su inicio en Zoco, propuso una línea clara: un teatro realista, contemporáneo y de primer nivel.
“El teatro realista surge en el siglo XIX y, para decirlo en fácil, es un teatro donde ves personas como tú y como yo, con problemas reales. No hay abstracción: ves la vida, puedes decir esto me pasó a mí o conozco a alguien a quien le pasó”, explica.
Esa línea se traduce en una curatoría cuidada, donde predominan los textos internacionales contemporáneos, con un énfasis especial en los autores ingleses. “De las quince obras que hemos producido, seis son inglesas —comenta Halpern—. No ha sido intencionado, pero tampoco es coincidencia: los ingleses están produciendo el mejor teatro realista del mundo. Hoy son una fuerza incontrarrestable”.
La idea, dice, es ofrecer en Chile un teatro que no se está haciendo en otros lugares. “Esta es una oferta distintiva. En los setenta, ochenta o noventa el teatro realista se hacía mucho, pero por alguna razón se dejó de hacer. Nosotros lo recuperamos”. Y lo hacen con una mezcla de rigor y osadía: montar obras que nunca se han presentado en Chile. “Javier siempre me presiona —y con razón— para que programemos obras nuevas. Salvo los grandes clásicos, intentamos no repetir títulos”.
El prejuicio de lo público
El proyecto que tiene como socio principal a Naoshi Matsumoto, ligado al grupo Sigdo Koopers, funciona bajo un modelo de gestión mixto, que combina ingresos por taquilla, auspicios y un fondo interno de promoción cultural. “Zoco es más que un teatro —explica Chamas—. Es un pequeño barrio con edificios, oficinas, restoranes y viviendas. Todos los operadores aportan a un fondo de cultura y promoción, porque nuestro teatro es una especie de tienda ancla que atrae al público al lugar”. Además, tiene auspicios privados como Vinoteca, Mercedes-Benz y Scotiabank.
“Lo único que nosotros hasta ahora no hemos conseguido, salvo un aporte de la Municipalidad de Lo Barnechea, son fondos concursables estatales. No hemos tenido éxito. Los primeros dos años —al igual que otros espacios— enfrentamos un prejuicio: si hay un centro para las artes en Lo Barnechea, entonces debe tener plata, para qué darle más. Pero en realidad eso es puro desconocimiento”, dice Chamas.
Y agrega: “Lo Barnechea es una comuna muy diversa: está el Cerro 18, están Lo Ermita 1 y Lo Ermita 2, hay muchos colegios públicos y gratuitos. Y es justamente por eso que el próximo año tenemos programado hacer 25 funciones escolares, en horario de mediodía, para que los niños también puedan acceder a estos bienes culturales”.
A diferencia de la mayoría de los teatros privados en Chile, Zoco produce sus propias obras. “Hoy somos el único teatro productor —subraya Halpern—. Generamos cinco montajes al año, algo que no hace ningún otro espacio. Después de la pandemia, la mayoría de los teatros se volvió programador de obras financiadas por fondos estatales, y eso fragilizó el ecosistema. Nosotros apostamos por producir contenido, y eso se está reconociendo: otros teatros nos están invitando a presentar nuestras obras”.
Este año, por ejemplo, la producción La mentira se presentó en San Ginés, Honor tendrá temporada en el GAM, y Recuérdame mi vida llegará a la Universidad Católica. “Nuestra aspiración es estar en todas las comunas y regiones de Chile —añade Chamas—. No queremos ser un teatro solo de La Dehesa. Cuando nuestras obras estén recorriendo la red de teatros regionales, ahí sabremos que lo logramos”.
La Dehesa, Nueva York y Londres
En su apuesta por estrenar novedades, Zoco mira hacia afuera. La conexión con las tendencias internacionales es parte de su ADN. “La primera obra que estrenaremos en 2026 la vamos a montar el mismo día que se estrena en Nueva York —cuenta Halpern—. Fue una coincidencia, pero dice mucho: estamos conectados con el mundo, no nos miramos el ombligo”.
El referente más citado por ambos es el Almeida Theatre de Londres, un espacio suburbano que se transformó en una potencia creativa. “Es un teatro chico, como el nuestro —explica Halpern—, pero muchas de sus obras terminan en el West End o en Broadway. Lo admiro mucho. En Londres, los teatros suburbanos hacen cosas extraordinarias que luego impactan en todo el mundo. Ese es el espíritu que nos inspira”.
Uno de los temas que más inquieta a ambos es la renovación de las audiencias. “Las audiencias teatrales en el mundo tienden a ser mayores —dice Halpern—. Es cierto en Londres, en París, en Broadway. Los teatros hacen esfuerzos enormes por atraer a gente joven, pero en general sin mucho éxito. Los dramaturgos no escriben para segmentos etarios; escriben sobre lo que les resuena. Entonces, cuando además introduces la variable de querer temas para jóvenes, se vuelve complejo”.
Aun así, Zoco ha intentado mover la aguja. “Hemos tenido obras con conflictos de personas de treinta o cuarenta años, incluso protagonizadas por mujeres jóvenes —agrega Hal pern—. Pero eso no garantiza que el público sea joven. Es una batalla dura y universal”.
Chamas complementa desde la gestión: “Hemos establecido algo inédito: los jueves los menores de 25 años entran gratis. A veces llegan cuarenta escolares, otras veces solo cuatro. Nos falta comunicarlo mejor, pero lo mantenemos porque creemos que el acceso no puede ser solo un discurso”.
Y agrega: “En Chile, y en el mundo, el teatro es un panorama de adultos. Los jóvenes acceden a los contenidos de otras maneras, en otras pantallas. Pero eso no significa que no haya espacio para sorprenderlos. Solo que debemos insistir más”.
La música como acompañamiento
Aunque el teatro es el eje vertebral del proyecto, Zoco ha desarrollado una línea musical curada con la misma exigencia. “Cuando partimos, probamos con distintos estilos —cuenta Chamas—. Tuvimos desde Álvaro Henríquez hasta Pedropiedra, también hicimos ciclos de jazz. Pero después de llamar a Andrés Rodríguez para que nos ayudara con la curatoría de la programación de música, concluimos que nuestro público estaba mucho más interesado en la música clásica que en otra música”.
El resultado ha sido una programación que privilegia los conciertos de cámara y las temporadas de piano. “Nos va mucho mejor con un concierto de piano o de ópera que con una banda de rock —explica—. Es un público que busca ese tipo de experiencia, que quiere acceder a contenidos de calidad y que muchas veces ya no se traslada al centro por razones de seguridad o comodidad. Hay mucha gente que nos dice: Gracias por poner un teatro por aquí. Todo esto responde al concepto de la ciudad de los 15 minutos: nadie quiere moverse tanto, y nosotros ofrecemos cultura cerca de casa”.
En esa búsqueda de equilibrio entre arte, confort y comunidad, Zoco ha logrado un sello que trasciende la programación. “La música es una compañera natural de esa apuesta, no una competencia”, define Chamas, quien en su juventud fue el bajista de la banda de rock La Rue Morgue.
El crecimiento sostenido del proyecto también ha sido posible gracias a la curatoría definida. “Es un orgullo para mí —afirma Chamas—, y sé que también para el directorio de la fundación, que Pablo Halpern y Andrés Rodríguez sean nuestros principales colaboradores y las mentes detrás de la programación”.
Para Chamas, esa dupla encarna el espíritu del proyecto: profesionalismo, sensibilidad artística y mirada global. “El hecho de que exista Zoco en este lugar —dice—, que estos empresarios hayan decidido y optado, habiendo podido hacer cualquier otra cosa, por un centro para las artes, demuestra que creen en la cultura como una forma de conectar con las tendencias mundiales. El que Pablo encuentre una obra que se estrena en marzo del próximo año en otro país y nosotros la programemos al mismo tiempo, nos sitúa no en una isla, sino como parte de una tendencia global”.
De vuelta al barrio
El espíritu de Zoco trasciende la sala de teatro. Los restaurantes cafés y restaurantes se repueblan a la salida de la última función de La verdad. Esa inspiración de crear comunidad está incluso en el nombre. “Zoco viene de los mercados de las ciudades mediterráneas —cuenta Halpern—. Era el centro de la vida social y cultural. Nos gustó esa idea de un lugar de encuentro humano”.
Chamas lo explica con una claridad que también suena a manifiesto: “La gente ya no quiere encerrarse en los malls. Busca experiencias al aire libre, quiere conversar, mezclarse, vivir algo auténtico. Zoco es eso: una forma de recuperar la vida de barrio. Hoy día no es casualidad que uno diga vamos al Barrio Italia ¿y qué vamos a hacer allá? Bueno, ahí vemos. O como pasa con Franklin, que está muy activo. O, en su momento, con Lastarria y Bellavista”.
En su tercer aniversario, Zoco se consolida como un espacio que une gestión, arte y convicción en torno al espíritu barrial. Y, al centro, está un teatro que no teme mirar más allá de sus límites geográficos ni del presente inmediato. Porque, como dice Halpern, “lo importante no es solo que la gente venga, sino que sienta que lo que pasa en el escenario le importa”.