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Mareida, a la conquista de Londres

Ingredientes de acá macerados a lo largo de una travesía en barco para ser servidos allá con talento millennial. Esa es la receta del restaurante chileno que sorprende a la capital del Reino Unido con una propuesta que mezcla arte, diseño y sabor nacional. También es la historia de un viaje personal: el de Benjamín Figari y Prenay Agarwal, una pareja que decidió poner a Chile dentro de sus maletas y llevarlo a las mesas del mundo.

Hace apenas unas semanas, una mujer de cabello platinado, elegante y curiosa, cruzó las puertas de Mareida, el restaurante chileno que se ha convertido en tema de conversación en Fitzrovia, uno de los barrios más codiciados de Londres. Se trataba de Jancis Robinson, la legendaria enóloga de la reina Isabel II, quien llegó para catar una inusual selección de etiquetas chilenas. Entre ellas, por supuesto, estaba Don Melchor, reciente ganador del Oscar de los vinos que entrega Wine Spectator.

“Fue increíble verla disfrutar”, recuerda Benjamín Figari, fundador del restaurante. “Muy emocionante porque conocía todos los valles, las cepas, las cosechas chilenas. Nos contó historias de cómo habían llegado ciertos vinos al Reino Unido y de cómo los británicos, desde hace décadas, mantienen una relación con Chile a través del vino”, relata.

La visita de la sommelier real no solo coronó un año de esfuerzo del proyecto levantado por el abogado chileno Benjamín Figari y el empresario indio Prenay Agarwal. También marcó un hito: la confirmación de que Mareida había logrado lo imposible, elevar la cocina chilena, en una tierra lejana, a la altura de su geografía y de su historia. O, como dirá Figari en más de una ocasión: “mostrar a Chile más allá del folclor”.

“Cuando empezamos nos dijeron que estábamos locos por tener una carta de vinos solo con etiquetas chilenas. Nos decían que no iba a funcionar, porque alguien que va a gastar cien libras en una comida quiere tener vinos franceses, italianos o españoles. Pero hoy es parte del encanto de Mareida. La gente aprecia la coherencia entre el plato, el vino y la historia que les queremos contar”, define.

Una historia de amor y negocios

A fines de 2023, Santiago vibraba con los Juegos Panamericanos. Detrás de la organización de las ceremonias estaba la firma italiana Balich Wonder Entertainment, y entre los responsables del proyecto un chileno de 37 años que trabajaba día y noche: Benjamín Figari Vial. Abogado de profesión, había dejado un cargo de gobierno para partir a estudiar un máster en Comunicaciones Corporativas en Italia, en 2019. Durante su estadía en Europa conoció a Prenay Agarwal, un ciudadano indio educado en Tokio y Londres, con una curiosidad gastronómica infinita.

El encuentro fue de película: se vieron por primera vez abordo de un tren entre Milán y Florencia. “Empezamos a hablar de Chile, porque él ya lo conocía; del desierto, del vino, de la cordillera… y desde ese viaje no nos separamos más”, recuerda sobre la primera travesía con quien hoy es su socio y esposo.

Lo sorprendente es que la idea del restaurante en Londres vino de Prenay. Mientras Figari trabajaba en Chile en las extenuantes jornadas de los Panamericanos, Prenay comenzó a recorrer restaurantes locales. “Iba a todos los lugares que encontraba. Un día me dijo: No puedo creer que la comida chilena no tenga un espacio afuera”, cuenta Figari.

Así nació la idea de Mareida: un restaurante chileno contemporáneo que no se apoya en los clichés del folclore, sino en la identidad. “No queríamos vender el pastel de choclo o la empanada como exotismo, sino mostrar los ingredientes más allá de las preparaciones típicas, resaltar los procesos, los talentos detrás. Elevar la cocina chilena, darle el valor cultural que merece”, explica.

Y agrega que esa ha sido la constante de su carrera profesional: “Hay un hilo conductor: el amor por Chile. He querido vender mi país en cada cosa que hago, sea un evento deportivo o un plato de comida”, dice hoy Figari, de visita en el país.

La chispa definitiva del proyecto se encendió en una cena en Zapallar, donde conocieron a la diseñadora y arquitecta Macarena Aguilar, reconocida por su trabajo en proyectos ligados al arte y la gastronomía. Ella lo recuerda así: “Nos sentamos juntos por casualidad y cuando le conté que diseñaba restaurantes, Benjamín me dijo: quiero hacer uno. Ahí empezó todo”.

A lo largo de un año, un equipo creativo integrado solo por mujeres dio forma al concepto: un restaurante que fuera también galería, embajada cultural y relato visual. Cada objeto debía tener alma chilena. Las mesas se hicieron con madera nativa e incrustaciones de cobre, la barra se recubrió con piedra de Combarbalá y los textiles se tejieron en telar.

“Construimos todo en Chile y lo mandamos completo en un contenedor de 42 pies cúbicos. Todo etiquetado, ordenado: papeles murales, cortinas, lámparas, obras de arte. Llegó impecable”, recuerda Aguilar.

Figari sonríe cuando lo relata. “Fue literalmente meter a Chile en un contenedor”, dice. “Queríamos que los ingleses, al cruzar la puerta, sintieran que estaban entrando en otro país”.

Solo la vajilla y los cubiertos no fueron llevados desde acá. “Más que nada por un tema de reposición. Si se rompen doce platos, necesito reponerlos una semana después”, explica Figari.

Aventura de Amereida al mar

El nombre del restaurante surgió durante una conversación sobre el movimiento Amereida, aquel grupo de artistas y arquitectos que en los años 60 cruzó Sudamérica buscando un lenguaje propio. “Su filosofía dice que el viaje nunca termina, que uno debe adaptarse y seguir. Nos pareció perfecto para lo que estábamos haciendo”, cuenta Figari. Agrega: “Además queríamos incluir el mar chileno. Así nació la palabra Mareida, una mezcla entre mar y Amereida. También suena parecido a Eneida, de Virgilio, que es muy conocida en Europa”.

El lema —Inspiring Flavors from the Andean South— expresa su espíritu. “Chile tiene una identidad única porque está contenido entre el mar y la cordillera. Somos una especie de isla y eso nos ha protegido pero también nos ha aislado. Ahora queremos abrirnos al mundo”, dice sobre el proyecto, que tomó forma con una inversión superior al millón y medio de dólares.

Figari logró convocar a un grupo de socios que creyeron en su visión. Entre ellos Charles Kimber, Nicolás Kipreos, la familia Solari, Felipe Bunster y Pascual Cortés Monroy, además de inversionistas indios ligados a la familia de Prenay.

“Levantar fondos fue un desafío, pero nadie invierte en un proyecto así si no percibe autenticidad”, dice. “Creo que se entusiasmaron porque vieron que no era solo un restaurante, sino una forma de mostrar a Chile con elegancia y sin imposturas.”

Los socios londinenses, muchos de ellos chilenos establecidos en Reino Unido, no solo aportaron capital: también se transformaron en críticos y promotores del proyecto. “Son muy exigentes —cuenta Figari—. Si algo no funciona, te lo dicen al día siguiente. Pero eso nos ha ayudado a mantener un estándar alto.”

Lo mismo pasa con los chilenos residentes en Londres que se han vuelto habituales, como el matrimonio que integran el ex ministro de Hacienda y decano de la London School of Economics Andrés Velasco y la periodista Consuelo Saavedra.

Cocina, arte y talento millenial

Para Figari, Mareida debía ser también un espacio de colaboración creativa de esa generación millennial conectada con el mundo. “Desde el principio quise que fuera una plataforma para el talento chileno, no solo gastronómico, sino también artístico. El arte, el diseño y la cocina se potencian cuando comparten raíz”, define.

En las paredes, lo contemporáneo reemplaza los paisajes típicos. “Podríamos haber colgado cuadros folclóricos, pero quisimos dar una mirada nueva”, explica sobre obras como la de Javier Toro Blum, expuesta en la fachada exterior del restaurante. “Chile tiene artistas de nivel mundial y queríamos que estuvieran presentes. Vender Chile no es repetir su pasado, es reinterpretarlo desde el hoy.”

“Estamos convencidos de que en Chile hay un talento enorme. Una generación de cocineros jóvenes que entiende la identidad de una manera distinta, sin solemnidad, que ha tenido la posibilidad de estudiar y trabajar en el extranjero. Eso nos inspiró mucho para crear un modelo donde los chefs pueden ir cambiando o venir invitados”, dice sobre la apuesta que partió con una carta desarrollada por la chef China Bazán y que luego fue transformada por Nicolás Ernstein, residente en Londres y con experiencia en restaurantes con estrellas Michelin, como el célebre “Dorian”, de Notting Hill.

Figari habla con pasión sobre los ingredientes que han puesto en valor: “El cochayuyo, la papa del norte, la miel de ulmo o el merkén cuentan historias. Cada ingrediente es un fragmento del territorio. Si logramos que el mundo los entienda, ya estamos ganando”.

Dice que en sus viajes él y Prenay siempre llevan en las maletas productos que todavía no pueden importar en grandes cantidades.

“La demanda de un solo restaurante es muy pequeña para justificar el esfuerzo de un importador”, explica. “Llevamos piure en polvo para echarle a los ceviches, cochayuyo y un ají que hace una tía mía en el Valle del Elqui. Es una preparación que ponemos en un gotero en las mesas y que a la gente le gusta tanto que se lo roban”, ríe.

Por eso insiste en que el restaurante no importa recetas, sino símbolos. “Cuando un comensal prueba una carne con salsa de Carmenere, le estamos contando un capítulo de nuestra historia vitivinícola, de una cepa que se creía extinta; cuando ve una cerámica hecha con piedra de Combarbalá, está tocando un pedazo del país. Eso es lo que quiero transmitir”, define.

Una travesía sinfín

A cuatro meses de su apertura, Mareida se ha convertido en uno de los secretos mejor guardados de Londres. Su público mezcla chilenos nostálgicos, críticos gastronómicos, diplomáticos y londinenses curiosos. “La gente se queda horas conversando, como si estuviera en Santiago. Ese es el mayor cumplido”, dice Figari.

Tras inaugurar en junio con una capacidad de 68 cubiertos, a mediados de octubre se abrió un nuevo comedor privado para 12 comensales más. “Empezamos a recibir demasiadas solicitudes para la Navidad. Allá se usa muchísimo esto de hacer comidas para las empresas, grupos de amigos o de familia. Y cuando tienes a un grupo grande de 12 personas en la mitad del restaurante corta un poco el ambiente general”, explica.

Los planes para el futuro ya están en su cabeza: “El comedor privado después se podría convertir en un café porque da a la calle principal —Great Portland Street— y tener algunos sándwiches, empanadas y parte de la pastelería de Marcelo Rodríguez (chef pastelero residente en Londres) y Gustavo Sáez (reconocido asesor internacional)”.

¿Significa eso que destruirán el flamante comedor privado? No. La idea es trasladarlo a un espacio que queda detrás de la cocina actual. “Eso, además, significará una experiencia entretenida, porque se pasaría por la cocina para llegar al salón”, propone.

Mantener viva la experiencia, hacerla evolutiva y dinámica, es parte de la filosofía de Mareida: “Queremos que el lugar siga transformándose. Así como la cocina cambia con las estaciones, también el espacio debe cambiar. Me interesa que cada cierto tiempo haya algo nuevo que descubrir: una luz distinta, una obra nueva, un plato que sorprenda”, explica Figari.

La mezcla entre raíz y sofisticación resume el espíritu de Mareida: una cocina con sentido de origen, pero mirada cosmopolita. “Queremos que la gente entienda que Chile no es solo cordillera y vino, sino también innovación, arte y diversidad”.

La apuesta parece funcionar. Una serie de influencers gastronómicos han sido la mejor publicidad para el restaurante.

@ellielhecht posteó: “Honestamente, quedé maravillada. La comida era espectacular y el vino, aún mejor”. Y con esa mirada millennial coincidió, hace unas semanas, la mayor experta de la casa real. Todo un crossover y un viaje que también es intergeneracional.

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