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8 de Agosto de 2014

#EstadioSeguro, desde la oficina

Al acercarte al estadio, el descriterio logístico te da el primer golpe: ambas barras e hinchas llegan por la misma calle e ingresan por puertas contiguas con una separación de solo metros. En el acceso, al abuelito le requisan las pilas de su tradicional radio, al recién nacido le quitan su “pato” de agua (mamadera pequeña), al niño le destruyen la bandera y le devuelven sólo el paño, y en día de lluvia, te quitan los paraguas

Por Andres Parra Lopez
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Andres Parra Lopez es Sociólogo Deportivo, ha trabajado en IND e INAF. Autor de "La Pelota se Tiñe de rosa". @andparralopez

Hace algunos años el gobierno creó un plan llamado #EstadioSeguro. Esta iniciativa buscaba controlar la espiral de violencia que desde hace algunas décadas se había hecho latente en el entorno del futbolístico local, particularmente en las llamadas “Barras Bravas”. Pero como suele suceder cuando el cuoteo político y el “amiguismo” instalan personas en cargos públicos, se partió de un falso diagnóstico; desde un alarmismo que nubló la visión e incapacitó a los encargados a ejecutar medidas eficaces para solucionar el problema, porque claro, desconocen absolutamente el cómo, cuándo, dónde y por qué se suscita el conflicto.

El fútbol presenta particularmente en Latinoamérica un carácter tribal, y cual tribu realizamos rituales todos los domingos. Estos incluyen pintarse la cara, banderas, lienzos, canticos e incluso totemismos de nuestros ídolos, a quienes atribuimos características mitológicas y generalmente animales: “salto como Sapo”, “voló como Cóndor”, “reflejos de Gato”, “defendió como León” o el más reciente “bravo como Pitbull”. Las barras actúan de acuerdo a un proceso social vinculado al progreso económico que ha dejado heridos y marginados en su avance. Es ahí en donde el fútbol, último espacio de comunicación social masiva en nuestra era individualista, permite expresar todo tipo de mensajes, incluso los de frustración y resentimiento con un sistema violento y humillante con el que menos tiene.

El fútbol es terapéutico, permite proyectar tus frustraciones y alegrías; es una sinergia emocional que permite que quien es perdedor durante toda la semana pueda ser ganador al menos durante 90 minutos. Por esto y otras razones el fútbol es tan popular, por su integración como algo propio, como parte de nuestra identidad. Sin embargo, algunos con un desarrollo emocional truncado no logran expresarse de forma civilizada, mientras el resto nos quedamos en el garabato, el grito o el llanto dependiendo del resultado; otros prefieren destruir o interrumpir el cotejo lanzando proyectiles a la cancha (si hasta Juan Roman Riquelme, el crack argentino recibió un escupitajo alguna vez en un córner, solo por ser el “10” de Boca).

Más aún, las llamadas bombas de ruido, del tamaño de una pila, han superado el límite de la racionalidad humana, considerando que hay sujetos dispuestos a guardar una bomba en su ropa interior. Es que si miramos la TV desde la oficina, difícilmente entenderemos conductas tan distintas del común de la sociedad. Por algo se les llama antisociales, porque están en contra del sistema, o más bien fuera de él. Básicamente son delincuentes que encuentran en el fútbol alguna actividad con posibilidades de dominar desde la galería.

El barra brava se convirtió en un trabajo gracias a dirigentes que se convirtieron en sus jefes directos y a políticos que los utilizan como brigadistas en tiempos de campaña, en donde además de drogas, el dinero y el poder, corrompen todo, comenzando luchas sanguinarias, como aquella imagen de la puñalada del “Barti” al “Huinca” en el Estadio Monumental. Claro, esto es literalmente una “puñalada por la espalda”, lo que se dice metafóricamente en cualquier trabajo para ilustrar las ansias de poder y dinero, algo muy común en la conducta humana.

Para ingresar al estadio debes pasar varios “peajes” de jóvenes y algunos no tanto que solicitan una moneda para entrar al estadio. La primera es amable, la segunda es con más énfasis, y en la tercera corre peligro tu integridad si no colaboras con tan noble causa. Luego al acercarte al estadio, el descriterio logístico te da el primer golpe: ambas barras e hinchas llegan por la misma calle e ingresan por puertas contiguas con una separación de solo metros. En el acceso, al abuelito le requisan las pilas de su tradicional radio, al recién nacido le quitan su “pato” de agua (mamadera pequeña), al niño le destruyen la bandera y le devuelven sólo el paño, y en día de lluvia, te quitan los paraguas. Así mientras los ciudadanos sufren con la seguridad, los “barras bravas profesionales” entran por otra puerta, ayudados por dirigentes. Cuando termina el partido, la lógica indicaría que la barra más pequeña abandone el estadio y se disperse rápidamente, pero el criterio que se utiliza en nuestras canchas es que la masiva barra local abandone el estadio en primer lugar, y claro, esperan afuera y bien armados a los visitantes para darles una “cordial” despedida.

Invito a #EstadioSeguro a entender a los hinchas. Si de verdad quieren “limpiar” de violencia el fútbol local, deben realizar un diagnóstico acertado en terreno con los profesionales adecuados. Un buen paso es la  consulta ciudadana que están realizando como base para un nuevo comienzo. Recomiendo, sin embargo, no caer en el error de la “privatización del conflicto”, pues el problema no está mayormente en el estadio. Esto no se arregla sólo con cámaras, torniquetes y guardias, que dicho sea de paso, poco pueden hacer frente a una turba, sino que en el complejo entorno al estadio, que es público y trasciende al fútbol.

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