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11 de Agosto de 2014

“Los Justos” de Albert Camus: Cuando todas las batallas son batallas perdidas, algo arde e ilumina

La muerte del Gran Duque Sergio en el año 1905 es lo que sirvió a Camus para construir esta historia que nos habla no solo de la muerte sino además del asesinato como un ejercicio de justicia. Matar un hombre es más difícil que matar la idea cuando se le mira a los ojos.

Por Arturo Ledezma
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Arturo Ledezma es Director de Fisura.cl @arturoledezma

Los Justos de Camus tiene el placer de no pasar de moda. Quizá porque Revolución y Terrorismo son palabras que ambos bandos de cualquier historia se han encargado de mantener vivas a pesar del desuso de toda batalla real. Viéndola me acordé del FPMR dos horas antes de caerle con rockets al auto de Pinochet. Pensé en V de Venganza y esa liberación por medio del fuego que solo es posible en el cine. No pude pensar en la Franja de Gaza, pero sí pude pensar en la injusticia de un niño muerto debajo de un fuego cruzado, porque en el mundo es más difícil quitarle la vida a los dos sobrinos del Duque antes que a cien hijos de vecino en una ciudad en la que todos son mano de obra. Pensé en el caso bombas y en los mapuche que caben dentro de la ley antiterrorista por un amago de incendio. Viendo esta obra uno no puede quitarse de encima las imágenes de todas las peleas a muerte que se dan ante los ojos del poder y que el mismo poder sataniza hasta volver la guerra en un juicio moral.

La muerte del Gran Duque Sergio en el año 1905 es lo que sirvió a Camus para construir esta historia que nos habla no solo de la muerte sino además del asesinato como un ejercicio de justicia. Matar un hombre es más difícil que matar la idea cuando se le mira a los ojos. Eso lo sabemos. Igual como lo sabe y lo ha sabido siempre el poder dominante que, lejos de ser imparcial, ha sabido tildar de Terroristas a todo aquel que ponga la violencia en medio de un conflicto, pero que no ha tenido nunca el valor de reconocer que esa misma violencia es aún más terrorista cuando se ejerce sobre el indefenso. ¿A qué me refiero con esto? Digo que hasta el día de hoy se cataloga de terrorista a los que pusieron la bomba al Duque, tal como se tilda de terroristas a los que ejecutaron en Chile los atentados contra la dictadura, pero jamás se ha dicho que el Estado es terrorista por matar o quemar a los detractores, aún cuando sabemos que sus conductas imprimen más terror que cualquier cajero explotando en la noche.

El montaje

Ernesto Orellana desarrolló un trabajo impecable y le dio vértigo y elegancia a una historia dura y difícil. La gracia es que pudo traer para un público chileno ese lenguaje de revolución que puede resultarnos muy ajeno, ya que no estamos acostumbrados a enfrentar el poder por la acción y mucho menos por las armas. En ese sentido la obra es dialogante, a pesar de su dificultad, volviéndose rápida y violenta al mismo tiempo. Además la escenografía, los tiempos y los elementos de iluminación y video son utilizados con una destreza que sorprende y entretiene; que complementa de manera brillante la historia y le da rigor al guión. Un aplauso de pie a Jorge Zambrano por el hermoso diseño y por el cuidado de los elementos que son un personaje más de esta historia.

Las actuaciones son en todo momento un acierto. Guilherme Sepúlveda (Stepan) y Nicolás Pavez (Yanek) desarrollan con habilidad la ruleta del Eros y el Thanatos tan propio de cualquier narración que pretenda hablar de la existencia humana. Ambos tensan hasta casi romper los hilos de la construcción dramática de la obra y en ese juego de tensiones se puede hablar, se puede analizar, la verdadera problemática de esta obra que no es precisamente el juicio moral que acostumbramos, sino que es la duda terrible del sentido que se le da a la muerte cuando se la entiende como parte de un proceso histórico. Cuántas veces no habrá ocurrido que una sentencia no sea necesaria a pesar de su brutalidad. Trinidad González (Gran Duquesa) tiene la amplitud de aparecer con un matiz brillante que pone la sentencia atroz del juicio. Dura y cálida al mismo tiempo, convierte esta historia en una historia en que la derrota es un doble triunfo. Tamara Ferreira (Alexis) logra meterse en medio de personajes y actores que a ratos la apagan, pero sale del paso a pesar de que es la más débil. Claudia Cabezas (Dora) tiene el poder, y el valor, de interpretar a ese personaje gatillante de cualquier revolución. El jaque a todos los valores de venganza, la figura femenina que en cualquier batalla es la que puede menguar hasta desaparecer cualquier consigna a cambio de un beso, pero que también tiene la facultad de hacer arder el espíritu que es el que finalmente detona el bombazo final, fatal, que cambia el ritmo de un país. Deslumbra la ternura y la ferocidad que puede poner en beneficio de una historia que requiere de ambos elementos para dar cuenta de lo que quiere decir. Claudio Riveros (Boria) es la mirada más justa y pausada de todas. En él tenemos la rectitud de un personaje que le pone el cable a tierra de las fuerzas que sin su presencia estallarían a destiempo. Brillante. Todos los personajes fueron muy bien tratados para que esta adaptación tenga un cierre notable, sereno, enorme y brutal como todas las pequeñas historias que van a dar al margen de la cultura oficial.

Los Justos es una obra imprescindible precisamente porque nos habla de que todas las revoluciones son, en principio, un gesto de amor. Incluso desde la ferocidad, son historias de amor. Amor por un pueblo, por una nación, por gente que sufre debajo de la bota del poder. Amor por ese cambio de ritmo que le pedimos a gritos a nuestro tiempo. Amor por intentar poner las cosas en su lugar a cualquier costo.

El teatro Sidarte es un espacio que hay que conocer y habitar. Una sala hermosa que permite que se perfilen obras de tremenda calidad y de una ejecución que se disfruta y se agradece. Vayan, no se la pierdan, porque Camus es un autor que no debemos dejar de apreciar porque, como decía en principio, está más vivo que nunca, sobre todo en un país como el Chile del 2014 en el que necesitamos de que las revoluciones adquieran color, pasión y sentido.

Fecha y horario temporada: Del 1º al 24 de agosto, Viernes, Sábado 20:30 hrs. y  Domingo 20:00hrs
Valor de las entradas: $ 5.000 General / $3.000 Est. y Domingo Popular
Reservas: 2777-1966 | reservasteatro@sidarte.cl
Ernesto Pinto Lagarrigue 131, Barrio Bellavista – Santiago, Chile

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