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12 de Agosto de 2014

Sobre la reforma del sistema electoral binominal

Es una mala noticia que los diputados y senadores mejor pagados de Latinoamérica aumenten su número sin una justificación suficiente.

Por Modesto Gayo
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Modesto Gayo es Académico Escuela de Sociología UDP

La reforma del sistema electoral binominal en Chile ha venido siendo durante años un tema que recuerda tanto los excesos de la dictadura como las aprehensiones sobre la veracidad de una democracia que ha venido lastrada y dividida desde el principio. Era, por tanto, deseable enfrentar una reforma que ofrecía a la democracia un fortalecimiento de su legitimidad, pensando en particular en su dimensión representativa. Sin embargo, el principio que parece gobernar la reforma en desarrollo es el que podría sintetizarse como “pídele una solución a un político y lo transformará en un beneficio propio”.

Como es conocido, la Constitución Política de la República de Chile, firmada por el exPresidente Ricardo Lagos Escobar, y redactada en su mayoría en la dictadura, propone para el Congreso Nacional (Capítulo V) un número de diputados, que alcanzan el número de 120 (artículo 47), y deja abierto a una regulación posterior, mediante ley orgánica constitucional, la cifra final de senadores (artículo 49), que actualmente son 38.

A este respecto, ha trascendido que la reforma actualmente en discusión en el Parlamento propone un aumento del número de parlamentarios. Los diputados llegarían a un número de 150, y los senadores pasarían a ser 50. En consecuencia, los actuales 158 representantes se transformarían en 200, esto es, 42 más que lo conocido hasta el momento desde la instauración de la democracia a comienzos de los años 90.

Las razones de este aumento, se dice, tienen que ver fundamentalmente con el mejoramiento de la representación del electorado chileno, atendiendo a dos principios. El primero es el de la proporcionalidad, con el objetivo de aumentar la diversidad de partidos en el arco parlamentario. El segundo es el de la cobertura territorial, que trata de integrar o incluir con la mayor intensidad posible a las diversas poblaciones del país, independientemente de su ubicación geográfica. Todo ello tratando de aproximarse lo más posible a la noción de “un ciudadano, un voto”, o al voto igualitario.

Sin embargo, es evidente que hay soluciones al problema representativo que no pasan por elevar el número de diputados y senadores. Por ejemplo, las senaturías podrían cubrir perfectamente el territorio nacional mediante la aplicación de un sistema electoral uninominal, al estilo de los distritos británicos. Ello intensificaría la competencia en cada distrito, obligando a grandes coaliciones como las actuales, y partiendo de que se haga lo que se haga la barrera real de entrada en el senado va a seguir siendo altísima, incluso con lo que sabemos hasta ahora de la reforma en proceso

Otro caso distinto es el de la cámara de diputados, para el cual la propuesta de incrementar el tamaño de los distritos electorales parece francamente insuficiente. ¿Cuál es la justificación de que no se hagan distritos de tamaño regional? Esto permitiría perfectamente la representación, casi tan proporcional como se quiera y sea realista de un conjunto importante de actores.

Obviamente, el punto central aquí no es tanto qué hay que hacer, sino que existen alternativas que permitirían pensar en modificar el sistema electoral sin elevar la cifra de parlamentarios. Es una mala noticia que los diputados y senadores mejor pagados de Latinoamérica aumenten su número sin una justificación suficiente. No cabe duda de que es una excelente noticia para los partidos políticos actualmente en posiciones de poder, pues podrán repartir más cargos que los actualmente disponibles. A la espera de que el Estado chileno se descentralice y así haga crecer todavía más la clase política, la reforma del sistema binominal, tantas veces mentado por los críticos de la dictadura, va a convertirse en un nuevo botín de los parlamentarios que abanderan las “reformas”.

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