El discurso del escritor
Nosotros, los escritores, sabiendo del peligro de la verdad, optamos por disfrazarla con mentiras. Eso da mejores dividendos. Ya ven ustedes, por tomar un ejemplo, y acaso el mayor ejemplo en nuestra lengua es el Quijote, donde, sabemos, reina la mentira. Esta obra es la prueba más contundente de lo que estoy tratando de abordar.
Miguel de Loyola es Cuentista y novelista chileno, con diversas publicaciones en Chile y el extranjero desde la década de los 90 hasta nuestros días. También es editor del sitio letrasdechile.cl y secretario de redacción de revista Proa. Miembro del Círculo de críticos de arte de Chile.Profesor y Magíster en Letras por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
El Escritor ha sido invitado a dar un discurso a la universidad más importante. Debido a los problemas del tráfico, a los embotellamientos, a la mala movilización, llega con algunos minutos de retraso. Pero no importa, ya no hay tiempo para las explicaciones, le dicen, mientras apresuradamente lo conducen por los pasillos al auditorio.
La sala se encuentra atestada de público, y pocas veces el Escritor ha visto tanta concurrencia. Y aunque viene provisto de un cartapacio con su discurso, se asusta una vez frente al público, lo asaltan las dudas.
El Presentador le pasa el micrófono, una vez hecha las presentaciones de rigor, mientras el Escritor advierte, al igual que en otras ocasiones, que hay cosas demás dichas por el Presentador. ¡A quién puede importarle realmente los títulos de mis obras anteriores y esa alusión a mis supuestas publicaciones en el extranjero!, exclama.
Y entonces resuenan algunas carcajadas y los aplausos convencionales.
Se produce una pausa, un silencio, y el Escritor toma finalmente la palabra.
La primera reflexión que quiero hacer, dice. O mejor dicho, esta vez quiero comenzar con una pregunta. ¿Están dispuestos a oír la verdad? Pregunta el Escritor sin dejar de mirar al auditorio, tratando de observar el primer impacto causado en sus oyentes, pero no puede, debido a la miopía. Porque la verdad, continúa, como ya saben, no deja contento a nadie, y por eso los escritores optamos por la mentira. Sólo de esa manera nos granjeamos audiencia.
Se oyen otra vez risitas entre el público.
La verdad genera enemistades, continúa. Ya lo hemos visto a lo largo de la historia. Quien dice la verdad corre muchos riesgos, y el peor de todos es el de ser rechazado. A nadie le gusta que le digan cuatro verdades, advierte.
Otra vez risas entre el público.
Tenemos el caso de los profetas, de los sabios y de los mismos docentes, que apelan al decir verdadero, a la veridicción, exponiendo muchas veces su prestigio y hasta su vida misma. Muchos fueron a la hoguera por decir la verdad. Otros optaron por beber la cicuta, tras negarse a no decirla. En cambio los escritores buscamos otra forma para expresarnos. Una forma disuasiva, una forma envolvente y encubierta, nos disfrazamos, usamos caretas…
Ahora un silencio sepulcral invade repentinamente el auditorio.
Precisamente para no ser rechazados, continúa el Escritor, sino aclamados, e incluso, admirados. Nosotros, los escritores, sabiendo del peligro de la verdad, optamos por disfrazarla con mentiras. Eso da mejores dividendos. Ya ven ustedes, por tomar un ejemplo, y acaso el mayor ejemplo en nuestra lengua es el Quijote, donde, sabemos, reina la mentira. Esta obra es la prueba más contundente de lo que estoy tratando de abordar. En consecuencia, nos gusta más la mentira que la verdad, porque la verdad duele, provoca y desconcierta. En cambio la mentira agrada y satisface. Podríamos decir entonces que la mentira es dulce y la verdad agria. Esa es la cuestión.
El auditorio comienza a inquietarse. Se oyen carraspeos, murmullos y algunos, incluso, comienzan a retirarse silenciosamente de la sala.
Yo, dice el Escritor, que ha notado el desasosiego del público, en esta oportunidad estoy hablando de una verdad inquietante, estoy confesando la verdad de la literatura. Una verdad que no agrada a quienes se han retirado, ni tampoco a los que aún permanecen en sus asientos. Les estoy diciendo entonces que la literatura no es más que una gran mentira, y que todos mis libros son en definitiva una forma de expresar la verdad por medio de la mentira, porque no existe otra manera de hacerlo sin provocar incomodidad a quien la dice y a quienes, en este caso, leen o escuchan.
El Presentador se incomoda en su asiento, mira el rostro perplejo del Decano, a los profesores presentes, quienes han insistido en traer al Escritor a la universidad, pero que ahora las expresiones de sus rostros le insinúan claramente a él, al Presentador, que lo corte, porque sus palabras incomodan. Entonces intenta arrebatarle el micrófono al Escritor, pero éste, haciéndose el desentendido, lo ignora y continúa su discurso.
El discurso del Escritor, es el título de esta conferencia, indica finalmente. El discurso del Escritor, vuelve a repetir, para que no lo olviden, explica. Los escritores somos mentirosos, concluye, devolviendo por fin el micrófono al Presentador.