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25 de Noviembre de 2014

Desprestigio de la política

Otro rasgo a analizar es la peculiar dicotomía de que muchos nos dicen que desprecian y rechazan la labor parlamentaria, pero evalúan de manera radicalmente distinta a sus parlamentarios. La razón es bastante obvia: La política se ve como una actividad hostil. Y los políticos nos encargamos de exacerbar dicha realidad, donde la confrontación y descalificación son una constante.

Por Pedro Browne
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Pedro Browne es Representa a las comunas de Lo Espejo, Pedro Aguirre Cerda, San Miguel.

Desde hace bastante tiempo, la aprobación ciudadana de las instituciones políticas, es muy baja. Y es bastante paradójico que quienes deben representar a las chilenas y chilenos, quienes deben interpretarlos para implementar políticas públicas que busquen solucionar sus problemas y hacer que sus vidas sean mejores, más justas y felices, estén completamente disociados de sus representados.

Pero pareciera que a nadie le importa. Que pese a existir conciencia del problema, lo más fácil es mirar para el lado y seguir adelante, como sí esto no fuese una realidad, como si nuestra legitimidad no estuviera cuestionada.

Pero cada cierto tiempo, una encuesta de opinión remece el tablero, y logra que hagamos una pequeña reflexión. Lamentablemente, al día siguiente seguimos nuestras agendas, trazadas con anterioridad, sin importar que vaya contra la inmensa mayoría de lo que la gente quiere o piensa.

La paupérrima aprobación política no debería sorprender a nadie. Que una encuesta nos diga que los dos grandes conglomerados que han monopolizado la política los últimos 25 -años con la perversa complicidad del sistema binominal- tengan rechazos superiores al 60% es casi de perogrullo. Basta recordar que en las últimas elecciones votó la mitad de las personas que podía hacerlo. Esto significa que un 50% de la ciudadanía no se siente representada por la oferta política existente.

Si asumimos que en promedio la Nueva Mayoría obtiene una votación del 55% y la Alianza del 45% , es fácil proyectar que en la totalidad de la población esa aprobación no es más del 27 y 22% de los chilenos, respectivamente.

Otro rasgo a analizar es la peculiar dicotomía de que muchos nos dicen que desprecian y rechazan la labor parlamentaria, pero evalúan de manera radicalmente distinta a sus parlamentarios. La razón es bastante obvia: La política se ve como una actividad hostil. Y los políticos nos encargamos de exacerbar dicha realidad, donde la confrontación y descalificación son una constante. 

En Chile, ponerse de acuerdo y aceptar que quien piensa distinto no es un enemigo, y que su posición es legítima y atendible, no logra ser una aspiración ni de los más optimistas. Pero ese mismo parlamentario en su territorio es en general preocupado, cercano y acogedor. Quiere hacerse cargo de los problemas de sus electores. Un vecino o un dirigente no tiene un estigma ideológico ni chapa política, sino un desafío que convoca a ser parte de una solución.

Falta una representación distinta que se haga cargo de esa inmensa mayoría que quiere ser representada, pero con una mirada de futuro, no por amarras de hace 30 años. Donde no hay enemigos, donde pensar distinto no crispe a nadie. Donde entendamos que las distintas visiones van construyendo la visión colectiva.

De ahí la importancia de modernizar y vitalizar el sistema político en general, donde quienes hoy tienen coaptado el poder dejen de defenderlo por intereses personales, donde la competencia obligue a dejar el letargo y los nuevos desafíos obliguen a correr riesgos y tomar posturas claras y creativas.

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