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23 de Diciembre de 2014

Los fantasmas de Martín Larraín

No me parece creíble que luego de esto Martín vea la vida de misma manera. Que las veces que pase por una carretera y vea a una persona cruzar haga exactamente lo mismo que hizo cuando Canales perdió la vida. Si bien su cárcel no será física, concreta, claramente puede ser mental, aunque su familia ponga todo el dinero a disposición para que esto no suceda.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Conocido el veredicto final que absolvió a Martín Larraín por el delito de cuasidelito de homicidio de Hernán Canales tras un atropello, uno se pregunta muchas cosas. Una de ella es ¿es Martín el gran ganador?

Personalmente creo que no. No se puede ganar en asuntos como estos, aunque se crea. Aunque que se tenga una posición social en la que todo resulta más fácil-incluso estos hechos-claramente no se gana. Se elude responsabilidad, pero no se gana.

No me parece creíble que luego de esto Martín vea la vida de misma manera. Que las veces que pase por una carretera y vea a una persona cruzar haga exactamente lo mismo que hizo cuando Canales perdió la vida. Si bien su cárcel no será física, concreta, claramente puede ser mental, aunque su familia ponga todo el dinero a disposición para que esto no suceda.

Martín no se olvidará más de la familia Canales. Su acento, sus palabras, sus llantos de impotencia circularán por la mente del joven Larraín aunque él no lo quiera. Aunque esté casado con una hermosa mujer, en una hermosa casa y con hermosos hijos. Los Canales aparecerán igual.

Suena un poco tremendista, lo sé. Pero es una muestra de que el dinero y la posición social no hacen necesariamente la felicidad. Los gritos de alegría de Martín durarán algunas horas, pero la sensación de impunidad también comenzará a rondar por sus recuerdos y sus anhelos de futuro. Sentirá, tarde o temprano, que todo esto no fue tan aliviador como hoy cree, ni verá en la figura de su padre un salvador, sino un gran castrador.

¿Por qué castrador? Porque tal vez si no hubiera sido cuidado como parte de una realeza criolla, habría visto hacia afuera y entendido la consecuencia de sus actos con anterioridad. Ya que hoy no sirve de mucho. O tal vez sí, a lo mejor puede mirar hacia atrás y darse cuenta de lo sucedido y preguntarse por qué a él no le pasa nada. Ni siquiera una pequeña pena.

A lo mejor podrá preguntarse por qué siempre en los lugares en donde él vive la justicia y la responsabilidad ciudadana caminan muchas veces lejos, como si no tuviera que ver con ellos, como si no existiera una razón por la que debieran someterse a lo que ven desde lejos.

El problema de todo esto sigue siendo la forma en que nos miramos. La manera en que nos concebimos unos a otros y cómo situamos a algunos en una especie de burbuja de cristal por el sólo hecho de haber nacido en un determinado lugar. Por haberles enseñado que la conciencia de clase vale solamente en ese lugar y no en otro.

Por esto es que insisto en que Martín no ganó nada. Al contrario, perdió la oportunidad de entender que la responsabilidad es algo que se debe vivir en conjunto, impidiendo que el ajetreo de la juerga de unos pase por encima de la vida y el futuro de otros. Todo va a ser tardío y de pronto caerá en razón de lo que sucedió, de lo que hizo y de lo que sus familiares hicieron para que él siguiera viviendo en esa burbuja bien aceitada e instalada en nuestra sociedad.

Detrás de ese cristal Larraín comenzará a ver y a mirar con extrañeza los sentimientos de impotencia y de tristeza frente a una democracia en la que sigue fermentando su imperfecta e conveniente estructura. Y en donde la juventud llena de desparpajo de los Martines de Chile, se convertirá en una adultez sin conciencia, pero sí con muchos fantasmas.

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