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16 de Febrero de 2015

El príncipe Dávalos y la moda de los “indignados”

"Desencantar a los ciudadanos es la mejor manera de despolitizarlos. Decirles con grandes editoriales que están enojados con la política en general es una forma inteligente para que no piensen por ellos y no quieran cambiar el sistema de verdad".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

El caso Dávalos está en todos los medios. Todos hablan al respecto. Todos tienen una opinión. Todos tienen una teoría. O al menos creen tenerla. Es cierto que el hijo de la Presidenta se reúna con Andrónico Luksic por el préstamo de 6.500 millones de pesos se ve impresentable, y se presta para varias suspicacias entorno a los lazos de poder y cómo se utilizan.

Es que ya todo lo relacionado con Sebastián Dávalos, desde un principio, es bastante extraño. El hecho de que fuera una especie de príncipe en plena república ya convertía todo esto en algo raro, por decir lo menos. No se veía bien y se prestaba para todo tipo de interrogantes. Y era el gran flanco para que Bachelet estuviera en las primeras planas de quienes callaron en el caso Penta y hacía mucho que querían tener al adversario político en entre dicho.

Pero no sólo eso: lo de Dávalos ayuda a que nos inventen que estamos desencantados de la política. Y ahí aparecen los que dicen estar indignados, los que están enrabiados con toda una clase porque -según he escuchado y leído- “se están robando el país”. Un lenguaje muy parecido al que ha sido empleado por años por los argentinos con un sector político que claramente sitúa al nuestro como una especie de oasis.

¿Por qué nos quieren indignados y no pensando? Yo creo que es evidente: porque el estar enojados con todo y todos, nos impide preguntarnos dónde existe realmente el delito y en dónde se ha edificado el sistema en que vivimos y bajo qué condiciones. Ya que indignarnos nos hace tirar palabras al viento, reaccionar y patalear, pero nunca detenernos a saber qué es realmente lo que sucede.

Desencantar a los ciudadanos es la mejor manera de despolitizarlos. Decirles con grandes editoriales que están enojados con la política en general es una forma inteligente para que no piensen por ellos y no quieran cambiar el sistema de verdad. Ya que el indignado es de reacciones puntuales y no de reales proyecciones de cambio, ni de ideas de futuro.

Los que están enojadísimos con las acciones de esta especie de príncipe republicano en que se ha convertido de manera muy desafortunada el hijo mayor de la Presidenta, han respondido con una condena significativa a la política, pero no al sistema. Han dicho que todos tienen que irse, pero nadie se pregunta cómo solucionar realmente las cosas. Y menos -eso si que no se hace por temor a quedar como ingenuo- si es que de verdad todos los políticos son tan espantosamente corruptos como se dice. Y esto sucede porque hay un sector extremo que alimenta el discurso hegemónico de los medios en Chile. Dicen no leerlos, pero pareciera que siguieran lo que dicen al pie de la letra.

Seamos sinceros: acá junto con existir un hecho impresentable de parte de Dávalos, también existe una operación política de parte de los medios. Una operación que incluso el mismo cuestionado compra entrevistándose con El Mercurio.

Mientras sigamos creyendo todo lo que nos dicen que somos, nunca podremos encontrar realmente el problema y, por ende, la solución. Porque sin política-ya que muchos creen que es la respuesta–no hay democracia. Y con mucho indignado, pero ningún ciudadano consciente realmente de sus derechos, estaremos sometidos en una sociedad populista que se sentirá más lúcida que nunca, pero lo cierto  es que no serán más que sensaciones

Las reacciones hacia lo de Dávalos han sido inteligentemente dirigidas por los medios, no por un interés meramente periodístico, sino por ventajas ideológicas, y cuando entendamos realmente eso y el peso que tiene que suceda, tal vez podremos indignarnos menos y entendernos como personas que viven en democracia y buscan reformarla por medio de iniciativas inteligente. Por medio del cuestionamiento al verdadero poder.

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