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25 de Agosto de 2016

Bandas emergentes: La realidad de los músicos que intentan mostrar sus creaciones al público chileno

Las bandas emergentes se preparan arduamente antes de sus shows...para terminar tocando en antros, en clandestinos y en boliches de mala muerte...y lo hacen optimistas, llenos de sueños y esperanza de un futuro mejor.

Por Johanna Watson
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Johanna Watson es Publicista, escritora especializada en rock y sus ramas. Investigadora de la historia de la música chilena.

La música nacional fue, es y será parte fundamental tanto de nuestra historia como de nuestra cultura. Bandas y cantantes legendarios han desfilado por nuestros escenarios, donde hemos tenido la fortuna de disfrutar del genio y talento de monstruos como Violeta Parra, Jorge González y varios etcéteras.

Puedo decir con conocimiento de causa que sé de mucha gente, que creyendo en sus proyectos musicales, se mueve, traslada sus instrumentos, viaja, gasta tiempo y plata en distintas cosas para que su música se difunda y sus shows cuenten con convocatorias medianamente interesantes.

Por lo general, las bandas gastan dinero en diferentes ítems, como salas de ensayo, instrumentos, grabación de demos, discos, material gráfico, transporte, merchandising, traslados, reparaciones, repuestos, sistemas de audio…y si consiguen fechas para tocar fuera de su ciudad, los gastos contemplan los costos del viaje: alojamiento, pasajes, comida, entre otras cosas. Hago hincapié en esto porque hay mucho recurso invertido, mucho tiempo, mucho trabajo, desgaste y también energía puesta en proyectos que no tienen futuro, no porque sean mediocres, sino porque tuvieron la mala suerte de ser músicos nacidos en una sociedad que privilegia la construcción de malls y edificios espejados, antes que destinar ingresos a los emergentes de la cultura y las artes.

A título personal, puedo decir que he visto tocar bandas excelentes en lugares que dan pena: sucios, mal ubicados, escasamente provistos de las necesidades básicas de una banda, y por ende, tampoco del público que se acerca interesado en nuevos sonidos. No existe ninguna clase de confort para los músicos, ni para los asistentes a las tocatas, sino más bien una precariedad avergonzarte, pensando además que en Chile existen entidades que deberían regular este tipo de situaciones, para que no fueran el cotidiano de los artistas, sino situaciones aisladas.

Algunos de los lugares que finalmente dan la “oportunidad” a las bandas para que toquen, operan con actitudes que rayan incluso en lo abusivo: existen cobros de dineros adelantados en caso de no existir una convocatoria esperada, o, derechamente, cobros por tener derecho a tocar en dichos espacios.

Añadido a esto, la gente que está a cargo de los eventos no sabe de música, pero sí de cobrar entradas y vender latas de cerveza para generar ingresos.

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La escena además lidia con reiteradas situaciones desgastantes: bajada de las fechas programadas, desorganización, escasa o nula cortesía para las bandas, como por ejemplo, la entrega de bebidas o algo para comer antes o después de tocar… lo mínimo, pensando en que no reciben un pago por este trabajo, y que, de paso, ayudan a aumentar la audiencia y el consumo en el local. La música en vivo es una especie de imán para quienes valoran este arte.

Esto no es cuento nuevo. Es historia vieja y una realidad: está difícil la escena para las bandas emergentes, que son precisamente las que están diciendo cosas, las que están siendo testimonio vivo de lo que emanan nuestras calles, avenidas, esquinas, plazas y rincones.

Nuestros músicos tienen el derecho de tocar en lugares con mejor convocatoria, buena estructura, implementos, iluminación, amplificación…Lo básico, que equivale a respeto para quienes están aportando a la cultura de Chile con acordes de guitarra y redobles de batería.

Las bandas emergentes se preparan arduamente antes de sus shows…para terminar tocando en antros, en clandestinos y en boliches de mala muerte…y lo hacen optimistas, llenos de sueños y esperanza de un futuro mejor. Mientras tanto, escriben canciones fabulosas, con acordes innovadores, crean coros pegadizos y en sus letras expresan ideas, historias o descontento social. Nuestros músicos emergentes no tienen apoyo de ninguna institución, sin embargo no se rinden, afinan sus guitarras y rasguean en cada estrofa el auténtico sonido del amor por lo que hacen, ese que se escucha fuerte en cada boliche pasado a cigarro y chela rancia de norte a sur de Chile.

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