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21 de Noviembre de 2016

Por un futuro sin complejos

¿Podemos replantearnos nuestra política de alianzas? ¿Cuáles son aquellos socios que nos permitan desplegar mejor nuestro ideario y darle gobernabilidad al país? ¿Por qué no volvemos a hacer el ejercicio de mirar nuestros principios y determinar quiénes pueden ser nuestros mejores socios?

Por Francisco Tapia
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Francisco Tapia es DC. Abogado U. de Chile. @panchotapiaf

Existen diversas interpretaciones para explicar la crisis de gobernabilidad que existe actualmente en Chile. Sin embargo, se ha puesto poco el énfasis en el impacto que tiene para la gobernabilidad, la evidente caducidad de la separación que existe en Chile entre izquierda y derecha. Esto, como veremos, es particularmente relevante para mi partido, la Democracia Cristiana, pues debido a su compromiso con el porvenir del país, tiene el deber de efectuar el ejercicio de analizar cuáles son aquellos socios que no sólo nos permitan darle gobernabilidad, sino que a su vez, cuales son aquellos que nos permitan desplegar nuestro ideario sin complejos.

La defensa de los derechos humanos y la lucha por recuperar la democracia nos ubicó – en buena hora – en la misma vereda que aquellos que tiempo después fundarían la Concertación de Partidos por la Democracia. Durante 20 años construimos un país que le dio prosperidad a Chile, siendo calificada aquella etapa – por algunos – como la más brillante de nuestra historia, no sólo por la recuperación del alma del país resquebrajada por la dictadura, sino que también por el combate a la pobreza, el destacado crecimiento económico y la implementación de distintas políticas públicas que se han constituido en un tremendo avance, no obstante los desafíos que las mismas representan.

El año 2010 el país elige como Presidente de la República a Sebastián Piñera. Algunos sostuvieron que con aquello la transición terminaba y se iniciaba un nuevo ciclo en el país. Sin embargo, nada cambió sustancialmente. Se siguió reproduciendo la lógica de alineación de partidos políticos derivadas de la dictadura, sin tomar en consideración los diversos cambios que han sufrido los partidos tanto de centroizquierda como de centro derecha.

Es así como la Democracia Cristiana se encuentra actualmente en una alianza incómoda, siendo despreciada por sus socios y – por qué no decirlo – castigada por sus electores. Nuestros actuales socios nos reprochan que creemos en la implementación gradual de políticas públicas, que creemos en el aporte del sector privado al país y que para todo tenemos matices. Todo lo anterior es – justamente – algunos aspectos que son propios de nuestro ideario y de la forma en la cual le hemos dado gobernabilidad a Chile. Deberíamos sentirnos orgulloso de aquello y no avergonzados.

Por otra parte, hay sectores de centroderecha que se están alejando de lo que era la derecha tradicional, se despinochetizaron, se están republicanizado y están haciendo suyas, con mucha fuerza, las consignas de justicia social, libertad y solidaridad; se han convencido de que el Estado debe imponerle limitaciones al mercado y, a su vez, están disponibles para una alianza entre el humanismo cristiano y el humanismo laico. Sin duda, en gran parte lo anterior es resultado de los temas que la centroizquierda instaló durante los últimos 25 años.

En razón de lo anterior, surgen las legítimas preguntas: ¿Podemos replantearnos nuestra política de alianzas? ¿Cuáles son aquellos socios que nos permitan desplegar mejor nuestro ideario y darle gobernabilidad al país? ¿Por qué no volvemos a hacer el ejercicio de mirar nuestros principios y determinar quiénes pueden ser nuestros mejores socios?:

“Nuestras raíces se fundan en la tradición del humanismo y la doctrina social cristiana que, desde fines del siglo XIX, denunció las injusticias del mundo moderno invitando a luchar por una nueva sociedad- distinta del liberalismo individualista y el socialismo marxista- a partir del mandato evangélico del amor al prójimo, expresado en los valores de la libertad, la justicia social y la solidaridad.”.

No solo la fragmentación política y el individualismo han deteriorado la gobernabilidad en Chile, sino que también la inexistencia de alianzas fuertes y sólidas como lo podría ser una eventual alianza del centro político, liderada por la Democracia Cristiana.

Existe una generación para la cual – comprensiblemente – por definición no debemos movernos de las alianzas históricas que hemos efectuado. Sin embargo, el destino depende de las nuevas generaciones que con convicción, coraje y honestidad debemos atrevernos a analizar cuáles deberían ser nuestras alianzas políticas para – de una vez por todas – terminar con la transición y darle al país la gobernabilidad que se merece.

El país requiere que pensemos en el futuro sin complejos.

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